Victoria Civera contra el canon, en el Museo Patio Herreriano

Valladolid, 04/07/2023

En su senda dedicada a ofrecer muestras de artistas presentes en los fondos de la Asociación Colección Arte Contemporáneo, y representativos de la creación reciente española, el Museo Patio Herrerian o de Valladolid acoge hasta el próximo septiembre “El tiempo es circular en el silencio”, una antología que repasa la trayectoria de Victoria Civera y su obra esquiva a clasificaciones: es autora de pinturas, esculturas, fotografías, vídeos e instalaciones cuyas fuentes temáticas se han mantenido aproximadamente desde los ochenta, aunque sujetas a parámetros estéticos cambiantes y a revisiones que le han permitido extraer de ellas nuevos sentidos.

Asociamos su producción fundamentalmente a la figuración, pero sus inicios fueron abstractos: a finales de los ochenta y principios de los noventa, etapa en que Civera y su familia se instalaron en Nueva York, exploró las posibilidades de la imagen y su potencial icónico al margen de los motivos definidos, pero aquella segunda década trajo para ella un camino hacia la forma que, avanzando el tiempo, le llevó asimismo hacia al territorio de la escultura. Piezas en tres dimensiones, algunas apenas vistas por el público, forman parte también de esta exhibición en Valladolid.

Victoria Civera. El tiempo es circular en el silencio. Museo Patio Herreriano

Contemplaremos las emblemáticas Habitación Anónima o Hermanas españolas, desafíos al canon y emblemas de su puesta en cuestión de toda norma, así como trabajos compuestos a partir de capas de diversa procedencia -en buena medida, de sus propias experiencias personales- que ofrecen un perfil arquitectónico. Es el caso de The Differences Between, Potentiometer o Sketch, ideada para un soñador de islas, o de la propia Habitacion Anónima, realizada como la anterior a principios de los noventa, tras asentarse en Estados Unidos, y con cierta evocación de mobiliario, tanto que es posible que llegara a tener alguna función, ahora disimulada y revestida de teatralidad. Sus estructuras pueden considerarse modulares, susceptibles de ser ampliadas e incorporan un componente lúdico: parecen decirnos que lo que vivimos y recordamos no puede disociarse de lo que soñamos o proyectamos.

En una de las salas del Patio Herreriano se han dispuesto, atendiendo a ese mismo carácter escenográfico que presentan algunas de aquellas obras, piezas de formato circular en un montaje que alude a la noche, como si compusieran una constelación para el placer contemplativo ajena a las imposiciones de la cronología o de los discursos curatoriales de índole historiográfica. Son muchas las pinturas circulares que ha elaborado Civera, y en ellas ha desplegado un elenco considerable de narrativas pese a las supuestas limitaciones de la ausencia de ángulos; aquí veremos una selección en la que no se han impuesto jerarquías entre géneros: retratos, paisajes, escenas para la alegría o la nostalgia.

Remiten estos tondos a sus primeras telas neoyorquinas de pequeño tamaño y, en todo caso, cobijan dicotomías entre lo mínimo y lo grande, lo privado y lo público o lo personal y lo político. De aquellos años en Brooklyn -cuando Nueva York, a mediados de los ochenta, era una ciudad muy distinta a la que es hoy- contemplaremos, asimismo, pinturas de las que la artista no ha querido separarse y que dan fe de una etapa particularmente intensa en lo vital, pero también en lo literario y en los aprendizajes artísticos; han llegado a Valladolid, de esa fase germinal, piezas de pequeño formato que habitualmente se han mostrado componiendo un friso a leer y que ofrecen un relato tan doméstico como estético, una abstracción derivada de lo biográfico y cercano. Pueden interpretarse estas obras a la luz de lo iniciático, de las expectativas que alberga todo recién llegado a una ciudad que no duerme.

En el Patio Herreriano se han situado estos trabajos sobre una superficie de tono rojo vivo, y junto a ellos veremos parte de las series Alma de jardín y Serving Piece, representativas de las primeras incursiones de Civera en las tres dimensiones y en el empleo de objetos y retales que sugieren vivencias; resulta interesante comprobar su cariz anticipatorio a la luz de proyectos posteriores.

Finaliza “El tiempo es circular en el silencio” con algunos lienzos en gran formato: pinturas llevadas a cabo en torno al cambio de siglo y protagonizadas por figuras femeninas que pudieron verse hace ahora veinte años en la Galería Soledad Lorenzo, entonces abierta. Aparecen estas mujeres en entornos abstractos o en paisajes de herencia romántica (Saliendo del paisaje), reivindicando la liberación de lo femenino de sus clichés en la representación artística y en las convenciones históricas; en algún caso, incorporó en estas escenas referencias metafóricas a su propia experiencia: ocurre en Psss, Psss (2003), imagen en la que una joven camina por vías que resultan ser cinturones. Se trata de la hija de Civera, Vicky Uslé, y los cinturones aluden a un fetichismo ligado a la moda que revisa la autora desde un enfoque crítico, como en otras piezas relacionadas con la vestimenta convertida en símbolo de lo elegante o de lo banal.

Se completa el recorrido con dos esculturas en la entrada del Museo, estas no ligadas al esquema de formas propio del mobiliario: sofisticadas en sus materiales, proponen composiciones en las que no imperan formas canónicas.