Velázquez y la familia de Felipe IV

Diego Velázquez. La infanta Margarita, en traje rosa, hacia 1654. Viena, Kunsthistorisches Museum Wien, Gemäldegalerie Diego Velázquez. La infanta Margarita, en traje rosa, hacia 1654. Viena, Kunsthistorisches Museum Wien, Gemäldegalerie

El Museo del Prado reexamina la labor como retratista real de Velázquez y su impronta en sus sucesores Juan Bautista Martínez del Mazo y Juan Carreño

Madrid, 07/10/2013


“Velázquez y la familia de Felipe IV”

MUSEO NACIONAL DEL PRADO
Paseo del Prado, s/n
28014 Madrid
Del 8 de octubre de 2013 al 9 de febrero de 2014
De lunes a sábado, de 10:00 a 20:00 horas
Domingos y festivos, de 10:00 a 19:00 horas

Una treintena de obras, la mitad realizadas por Velázquez y el resto por sus continuadores, componen la muestra “Velázquez y la familia de Felipe IV”, que mañana se abrirá al público en el Museo del Prado y que repasa la labor como retratista real del pintor sevillano en su última década aproximada de carrera y la desempeñada por sus sucesores Juan Bautista Martínez del Mazo y Juan Carreño en las de 1660 y 1670.

Además de apreciar el trabajo de estos tres retratistas reales, también podremos evaluar el papel fundamental de estas pinturas como instrumentos de intercambio diplomático y reflejo de las expectativas europeas sobre el devenir de la Familia Real española, representada en ventiséis de las treinta pinturas que componen la exposición, fechadas entre 1649, primer año de Mariana de Austria como reina, y su retiro a Toledo en 1677, tras diez años de regencia.

Cuando esta reina llegó a Madrid, Velázquez se encontraba en Roma, trabajando en la preparación de doce retratos para la corte papal, cuatro de ellos expuestos ahora en el Prado para ensalzar la capacidad del artista para adaptarse a las distintas pretensiones de sus patronos. La contemplación conjunta de los retratos romanos con los retratos de busto que hizo de Felipe IV, Mariana de Austria o María Teresa nos permitirá comprobar cómo en Roma Velázquez amplió la gama expresiva de sus retratos, y cómo a su regreso a la corte de Madrid recuperó el hieratismo y la distancia que había practicado con anterioridad.

Diego Velázquez. Felipe IV, hacia 1654. Madrid, Museo Nacional del Prado     Diego Velázquez. La reina doña Mariana de Austria, 1652. Madrid, Museo Nacional del Prado

Diego Velázquez. Felipe IV, hacia 1654. Madrid, Museo Nacional del Prado

Diego Velázquez. La reina doña Mariana de Austria, 1652. Madrid, Museo Nacional del Prado

El núcleo de esta exposición lo forman precisamente los retratos reales que Velázquez llevó a cabo en Madrid desde su vuelta de Roma hasta su fallecimiento en 1660: once piezas que destacan por su singularidad iconográfica y técnica y por su cuidada plasmación del universo femenino e infantil, que trataba por primera vez en su producción. Su color se hizo más denso, variado y suntuoso y comenzó a introducir alusiones espaciales en los retratos reales, como la elaborada en Las Meninas, que no forma parte propiamente de esta muestra, pero que debe verse para completarla.

Se interpreta que esta pieza supuso, además de una enorme reivindicación del género del retrato, todo un ejercicio de afirmación social y profesional por parte de Velázquez. Cuando el sevillano lo llevó a cabo, la cultura cortesana española atravesaba uno de sus momentos más creativos de la mano de Calderón de la Barca y Antonio de Solís y las Colecciones Reales se encontraban en pleno proceso de expansión y remodelación. La llegada de Mariana de Austria y el nacimiento de infantes y príncipes obligó a multiplicar el número de retratos y a poner en marcha un activo taller bajo la supervisión de Velázquez.

Juan Bautista Martínez del Mazo. La familia del pintor, 1664-1665. Viena, Kunsthistorisches Museum Wien, Gemäldegalerie

Juan Bautista Martínez del Mazo. La familia del pintor, 1664-1665. Viena, Kunsthistorisches Museum Wien, Gemäldegalerie

La última parte de la exposición está dedicada al retrato cortesano posterior a Velázquez, a través de la obra de Martínez del Mazo y Carreño, artistas que, partiendo de soluciones velazqueñas, renovaron la iconografía real hacia planteamientos más abigarrado y barrocos.

Incorporaron los espacios palaciegos a los retratos, especialmente el Salón de los Espejos y la Pieza Ochavada, y crearon una tipología que singularizaba el retrato cortesano español del momento respecto a otras tradiciones retratísticas.

Diego Velázquez. Felipe Próspero, hacia 1659. Viena, Kunsthistorisches Museum Wien, Gemäldegalerie     Juan Carreño de Miranda. Carlos II. Como gran maestre de la orden del Toisón de Oro, 1677. Rohrau, Graf Harrach'sche Familiensammlung, Schloss Rohrau

Diego Velázquez. Felipe Próspero, hacia 1659. Viena, Kunsthistorisches Museum Wien, Gemäldegalerie
Juan Carreño de Miranda. Carlos II. Como gran maestre de la orden del Toisón de Oro, 1677. Rohrau, Graf Harrach’sche Familiensammlung, Schloss Rohrau

En palabras de Javier Portús, Jefe de Departamento de Pintura Española (hasta 1700) del Museo del Prado, además de una página de la historia de la pintura, la exposición es una crónica familiar; y a través de los retratos el espectador entra en contacto con la peripecia vital de un grupo familiar, cuyas vidas y destinos estaban severamente condicionadas por consideraciones de linaje e identidad.


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