Van Gogh y Japón: todas las formas de mirar el sol naciente

El próximo lunes, 18 de noviembre, se estrena en cines y por tiempo limitado un nuevo documental de Exhibition on Screen: Van Gogh y Japón, en el que se exploran las huellas de la creación nipona en la pintura del holandés a través de las cartas del artista, sobre todo de las que envió a su hermano Theo, de los relatos que nos dejaron quienes lo conocieron y de las aportaciones de los conservadores y expertos del Van Gogh Museum de Ámsterdam, donde en la primavera del año pasado pudo visitarse la exposición “Van Gogh & Japan” (esta obra fue filmada mientras tuvo lugar la muestra).

Van Gogh en JapónA partir de algunas de las sesenta pinturas y dibujos que pudieron verse en Ámsterdam, de viajes a los escenarios donde se inspiró Van Gogh (fundamentalmente París y la Provenza) y de los testimonios de figuras actuales del arte japonés que a su vez se han dejado influir por el pintor, como el performer Tatsumi Orimoto y la experta en shodô Tomoko Kawao, descubriremos que, aunque nunca viajara a Japón, el artista sí trató de hacer suya la perfección sencilla, lo que de artesanal había en sus imágenes; hay que recordar que el que fuera hijo de un pastor calvinista había llegado a afirmar que la mano de un trabajador era mejor que el Apolo de Belvedere y se había empeñado en encontrar el modo más eficaz de representar esa mano.

El arte de origen japonés comenzó a darse a conocer en Europa a principios del siglo XIX, bastante después que el chino, pero se difundió sobre todo a raíz de los acuerdos comerciales del país con Estados Unidos y Europa firmados en la década de 1850; de la celebración, en Londres, de la I Exposición de Arte y Diseño Japonés y de la participación nipona en la Exposición Universal de París en 1867.

Fue justamente en la capital francesa, en la que Van Gogh permaneció entre 1886 y 1888, donde el autor de Los girasoles descubrió los grabados ukiyo-e decimonónicos y comenzó a coleccionarlos cuanto pudo. El documental, que destaca por su estupenda fotografía y también por su voluntad didáctica, introducirá a los no expertos en los conceptos fundamentales ligados a estas obras: eran fieles testimonios de la vida y el paisaje japonés de entonces y entre ellos levantaron mayores admiraciones las vistas del monte Fuji realizadas en distintos momentos del día y del año, entre 1831 y 1833, por Hokusai, que se adelantó considerablemente a las series del mismo tipo realizadas por los impresionistas, precedentes a su vez de Van Gogh.

Se trataba de imágenes que levantaron pasiones por la presencia de colores irreales, su planitud, su carencia de detalles y por lo osado de sus puntos de vista y sus encuadres. Tanto aprendieron los impresionistas de esta forma de componer que algún crítico les bautizó como los japoneses.

Lo que Van Gogh más admiraría de estos grabados, como nos explica el filme, fue justamente su alejamiento de las convenciones europeas: sus grandes planos, sus tonalidades brillantes y su atención a la naturaleza. Tal punto de referencia fue el arte japonés para su trabajo que, como sabemos a partir de las cartas que escribió en Arlés, adonde se mudó en 1888, encontró en el sur de Francia otro Japón. Se propuso mirar “con ojo japonés” y realizar pinturas cercanas a sus grabados, con una paleta cada vez más atrevida.

Tras su célebre Autorretrato con oreja vendada (1889) se encuentra, de hecho, una impresión japonesa y en otro de sus autorretratos, un año anterior y perteneciente a los fondos de los Harvard Art Museums, se imaginó a sí mismo como monje budista. Por su decorativismo, el retrato de Augustine Roulin es otra de sus obras más cercanas a las impresiones japonesas y en La Arlésienne (Marie Ginoux), conservada en el MET, los grandes planos cromáticos y los fuertes contornos reflejan de nuevo la influencia de estos grabados.

Estas y más conexiones niponas se analizan en Van Gogh y Japón; consultad aquí la lista de cines donde verlo: www.temporadadearte.com

 

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