Stanley Kubrick, la pasión meticulosa

El CCCB repasa su filmografía y proyectos que no vieron la luz

Barcelona,

De seguir vivo, Stanley Kubrick hubiera cumplido este año sus noventa y en 2019 habrán transcurrido dos décadas de su muerte, que fue temprana y debida a un ataque al corazón. Este genio neoyorquino (entendiendo quizá el término en el sentido más puro que permite nuestra época) no se adaptó a la disciplina de estudios escolar, pero desde su niñez sí se dejó fascinar por la lectura, el ajedrez, la fotografía -que le facilitó su primer empleo, en la revista Look; suyas son bellísimas imágenes del metro de su ciudad- y, desde luego, el cine.

Como director debutó en la veintena, a principios de los años cincuenta, de la mano de diversos documentales y cortos previos a su primer trabajo de ficción: Miedo y deseo (1953), un drama bélico. Después llegarían El beso del asesino, que compartía protagonista con la anterior (Frank Silvera) y Atraco perfecto, la primera gran obra de Kubrick producida de forma independiente, junto a James B. Harris. Recrea el robo a un hipódromo bajo la influencia de grandes como John Huston o Fritz Lang y ya avanza rasgos que serían sello del cineasta en sus grandes producciones posteriores: una meticulosidad muy exacerbada, el control absoluto de Kubrick de todo el proceso creativo, una narrativa intrincada y ningún miedo por generar controversias.

Con esos primeros pasos del director se inicia la antología que, desde el próximo martes, le dedica el CCCB barcelonés: un recorrido por su filmografía que repasa todos los géneros que cultivó y su evolución desde su aprendizaje como fotógrafo hasta su eclosión como cineasta en los sesenta y los setenta, deteniéndose más a fondo en su docena de largos pero también desvelando al público aquellos de sus proyectos que no llegaron a ver la luz y otros de su autoría que, sin embargo, materializaron otros directores. A través de cerca de cuarenta audiovisuales, objetos y material de archivo y de parte de la correspondencia que mantuvo con los talentos de los que supo rodearse, descubrimos al Kubrick más exigente y perfeccionista, al creador disciplinado y al artista pasional.

La exhibición, comisariada por Hans-Peter Reichmann y Tim Heptner, ambos miembros del Deutsches Filmmuseum de Frankfurt, ya ha podido verse en distintas ciudades del mundo, de Seúl a París pasando por Los Ángeles o Ciudad de México, pero a Barcelona llega con contenidos inéditos, entre ellos algunos materiales ligados a 2001: una odisea del espacio, filme que este año cumple medio siglo, y storyboards de Barry Lyndon; entrevistas inéditas a actores y directores colaboradores de Kubrick o una instalación audiovisual biográfica elaborada por Manuel Huerga, Artesano Kubrick, que inicia el recorrido y que hace hincapié en su amor por los detalles.

2001: A Space Odyssey. © Warner Bros. Entertainment Inc
2001: A Space Odyssey. © Warner Bros. Entertainment Inc

El bloque más extenso de esta antología se centra en esa docena de largos de los que hablábamos, desde su primer filme de aprendizaje, Miedo y deseo, hasta la película que no llegó a terminar y que dedicó a los tiras y aflojas de un largo matrimonio: Eyes Wide Shut, la que consideramos su obra testamentaria.

En el camino, la muestra repasa sus incursiones tempranas en el género negro de la mano de las citadas El beso del asesino y Atraco perfecto; su primer choque con la censura, que fue también su primer éxito comercial: Senderos de gloria, o Espartaco, la película con la que Kubrick se convirtió, a fines de los cincuenta, en el director más joven en hacerse cargo de una superproducción épica. En ella, además, tomó conciencia de la importancia de la libertad creativa a raíz de sus roces con Kirk Douglas, y se propuso desde entonces trabajar con absoluta independencia.

Cuenta con sección propia Lolita, filme del que la muestra destaca tres aspectos: la voluntad de Kubrick de convertir a Sue Lyon en una estrella juvenil, sus conversaciones con Vladimir Nabokov para bien gestar la adaptación y la polémica general que generó la película por las mismas razones que la causó la novela, una controversia aquí testimoniada a través de cartas de presión de grupos religiosos.

También levantó ampollas, aunque por otros motivos y muy poquito después, Dr. Strangelove, una farsa sobre las paranoias desatadas en la Guerra Fría que se estrenó al poco de solventarse la crisis de los misiles cubana. En ella el gran Peter Sellers no es que se desdoblara, sino que interpretaba a tres personajes, tres versiones de un mismo ser humano con un descomunal talento para hilvanar su propia destrucción.

Alex DeLarge (Malcolm McDowell) en La naranja mecánica. © Warner Bros. Entertainment Inc
Alex DeLarge (Malcolm McDowell) en La naranja mecánica. © Warner Bros. Entertainment Inc

A continuación, esta exposición desgrana la obra de arte total que es 2001: Una odisea en el espacio, capaz de suscitar tantas interpretaciones como espectadores la vean. Como contábamos, por primera vez podemos ver en el CCCB materiales sobre este filme procedentes del archivo de Kubrick. También examina el CCCB la que algunos consideran la película más inmoral de la filmografía de este autor, La naranja mecánica, con diversos elementos escenográficos que remiten a ella. Hay que recordar que el propio director quiso retirar de la circulación este filme en Gran Bretaña, porque algunos sucesos de la crónica negra de los primeros años setenta tenían sospechosos parecidos con las escenas violentas de esta obra, tan distinta a Barry Lindon, por otras razones revolucionaria.

De esta última la muestra subraya el hecho de que solo se iluminara con luz natural y a través de velas, así como la extrema atención de Kubrick a que todos los detalles de escenografía y vestimenta estuvieran fielmente ambientados. Ponen punto y final a este repaso fílmico El resplandor, en sentido estricto la única obra de terror de Kubrick, aunque rompa con las claves iconográficas habituales del género para abrirlo a múltiples lecturas por parte del público; La chaqueta metálica, de nuevo y en rigor la única obra del cineasta centrada en la guerra, y ambientada en Vietnam pero rodada en el Reino Unido dado el pánico del genio a los aviones, así como la obra final Eyes Wide Shut.

Tom Cruise, Nicole Kidman y Stanley Kubrick durante un descanso en el rodaje de Eyes Wide Shut. © Warner Bros. Entertainment Inc
Tom Cruise, Nicole Kidman y Stanley Kubrick durante un descanso en el rodaje de Eyes Wide Shut. © Warner Bros. Entertainment Inc

Este es el Kubrick que conocemos, porque el inédito nos espera en la parte final del recorrido, dedicado a la obra que no llegó a filmar por diversas causas, en concreto a Aryan Papers, un proyecto sobre el Holocausto que parece ser que abandonó tras estrenarse La lista de Schindler; Inteligencia Artificial, luego recuperado precisamente por Spielberg, y Napoleón, su película no rodada quizá más ambiciosa.

Si la muestra os abre el apetito por descubrir o volver a deleitaros con sus películas, sabed que la Filmoteca catalana va a dedicarle un ciclo de proyecciones y que la Orquesta Sinfónica del Vallés interpretará sus bandas sonoras.

 

 

50 AÑOS DE 2001, UNA ODISEA EN EL ESPACIO

Una puerta luminosa se abre y succiona una cápsula espacial, piloto incluido, que pasa a toda velocidad por un corredor de luz. Puntos, rejas y rayos fluyen formando figuras nuevas. Después, la cápsula vuela por encima de abismos con ríos brillantes, a través de una niebla resplandeciente, sobre océanos también relucientes. El piloto, Dave Bowman (Keir Dullea), se retuerce de dolor mientras ve lo que nadie más ha visto. Su viaje termina bruscamente en una habitación blanca decorada con muebles antiguos y frente a él hay un hombre de pie con traje espacial. Es él mismo, años después.

Otro hombre canoso come en una mesa: es él mismo, también, como el anciano que ve en una cama. A los pies del lecho se alza el monolito negro que Bowman y su nave han traído hasta allí, más allá de Júpiter. Ahora, en la cama yace un embrión, que ha renacido como hijo de las estrellas y flotará en una bolsa amniótica a través del universo, hacia la Tierra.

La última parte de 2001 es un hito en la historia del cine, un paso enigmático hacia otra dimensión en la que tiempo y espacio no significan nada. Los célebres efectos espaciales a través del corredor de la luz, cuyo efecto psicodélico acentúa la música de Litegi, coronan esta obra maestra creada sin ordenadores, solo con maquetas e iluminación. En su fuerza visionaria y su afán de autenticidad, esta película no ha sido realmente superada.

Kubrick descubre en tres episodios la creación de nuevas formas de existencia de la vida misma: la evolución del mono al hombre, el salto de la inteligencia artificial al ser capaz de sentir y el paso de la tercera dimensión a otras. El testigo, o quizá la causa, de esas transformaciones es el monolito, que no se sabe de dónde vino y aparece en medio de la sabana entre una tribu de monos. A su sombra, un simio descubre en un hueso un arma. Los monos matan a otros animales, se hacen carnívoros y, gracias a su capacidad técnica, vencen a una tribu rival: es el inicio del sometimiento de la naturaleza, el inicio de la humanidad.

Después se suceden varios estadios evolutivos: un científico estadounidense viaja a la luna en misión secreta, porque bajo su superficie se ha descubierto un monolito que envía un fuerte resplandor hacia Júpiter. Los expertos están seguros de que la piedra tallada tiene cuatro millones de años y se enterró adrede.

La nave espacial Discovery viaja a ese planeta y solo HAL, el ordenador de a bordo, conoce el verdadero motivo de su trabajo: hallar vida extraterrestre. Tres miembros de la tripulación están en estado de hibernación y otros dos controlan el vuelo. Cuando HAL, el cerebro electrónico más complicado hasta entonces construido, comete un error, los hombres piensan en desconectarlo, pero la máquina lucha por su vida y mata a casi todos sus tripulantes: solo Bowman se salva y reduce al ordenador. Junto a la nave flota un monolito negro, mientras Bowman prosigue viaje a Júpiter en una cápsula espacial.

Evidentemente, esta es una película exigente con el espectador: su modelo narrativo no es usual, da enormes saltos en el tiempo y el espacio y los personajes son simplemente funcionales, no caracteres. Su falta de identificación y la perfección formal y técnica hacen que 2001 parezca fría y reservada; de hecho los diálogos se reducen a una cuarta parte de su duración: las imágenes hablan más que las palabras. Pero eso también es un regalo.

Este filme supuso un gran enriquecimiento del género de la ciencia ficción y también marcó nuestra visión del universo: con un sol resplandeciente, cuyos rayos se reflejan en la nave blanca mientras la cara a la sombra se hunde en un negro profundo; con un silencio fantasmagórico en el que un astronauta muerto y vestido con su traje espacial amarillo da vueltas sobre sí mismo por el universo, con el destello azul de la Tierra. El universo es un descubrimiento de Kubrick: nadie ha logrado transmitirnos una idea así del infinito.

 

 

“Stanley Kubrick”

CENTRE DE CULTURA CONTEMPORÀNIA DE BARCELONA. CCCB

c/ Montalegre, 5

Barcelona

Del 24 de octubre de 2018 al 31 de marzo de 2019

 

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