El 3 de junio se abre al público en la Fundación Luis Seoane “Julião Sarmento. Guest or Host?”, la primera de varias muestras que este centro coruñés organizará en colaboración con el CAAM de Las Palmas. La exposición la ha comisariado David Barro, reciente director de la Fundación, y reúne treinta piezas de formatos distintos (pintura, escultura, dibujo, fotografía, vídeo e instalaciones) que resumen la trayectoria de este artista portugués desde los ochenta hasta la actualidad.
El título del proyecto se refiere a la dificultad de posicionamiento del público frente a la producción de Sarmento, sobre todo en relación a sus performances, en las que este creador lisboeta sitúa la escena pero permanece fuera de ella. En La Coruña podremos analizar los temas que han marcado su obra, como el erotismo, la memoria, la palabra y el deseo, y adentrarnos en las referencias cinematográficas y literarias que han influido en sus propuestas (destacan Marguerite Duras, James Joyce, Pina Bausch o Raymond Carver, presentes en sus trabajos de forma más o menos sutil).
Si por algo nos llaman la atención las piezas de Sarmento, un habitual del panorama expositivo español que supuso un espléndido contrapunto al conservador arte portugués de los 60 y 70, es por su complejidad y su capacidad de sugestión y también por el protagonismo dado a la figura femenina, abordada siempre desde el misterio y presentando su cuerpo como la personificación de otros muchos.
Así se refiere Barro a la perplejidad que causa en el espectador la obra del creador luso: resulta difícil no sentirse atrapado en las obras de Julião Sarmento. En ellas rara vez existe un principio o un fin. La expectativa que tenemos como espectadores se frustra ante la falta de pistas y en más de una ocasión nos encontramos con motivos y escenas repetidas, aunque siempre son distintas, por el contexto o a partir de leves variaciones. Una misma imagen puede darse en una pintura, en una fotografía o en una escultura, como es el caso de sus mujeres con vestido negro. Ahí, en esa insistencia, radica lo enigmático. También la vida lo es. Como invitados, o como anfitriones, creamos nuestra propia realidad, la interpretamos insistiendo en nuestros deseos, en nuestros miedos.
En definitiva, la obra de Sarmento, increíblemente variada y ambigua, nos recuerda que el deseo nunca resulta saciado. Trabaja con la memoria, los enigmas y la imposibilidad de lograr lo querido, germen de un erotismo acentuado por la supresión de la identidad de los protagonistas, que escapan así a nuestra posesión. Aparecen y desaparecen vasos de leche y miel, fragmentos de cuerpos, brazos, piernas, una mano, un hombro, perturbadoras féminas sin rostro y sin cabeza que también nos invitan a poner en cuestión los vínculos entre lo privado y lo público, lo ausente y lo presente, lo íntimo y lo distante.
El artista se nutre de sus angustias y placeres, sus filias y fobias en asociación para provocar al público y generarle tensiones de culpa y deseo ayudándose de títulos que forman parte esencial de las propias piezas.
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