La muestra que culmina las celebraciones por el 25º aniversario del que ahora es Museo Nacional Thyssen-Bornemisza abre sus puertas mañana al público y examina la influencia de Toulouse-Lautrec en el Picasso recién llegado a París; llamativamente nunca hasta ahora una exposición había confrontado sus trabajos pese a la obviedad, bien conocida por el público, de que compartieron asuntos de interés: la bohemia, el París nocturno, los bajos fondos o el circo.
Según Guillermo Solana, el proyecto, en el que los comisarios Calvo Serraller y Paloma Alarcó vienen trabajando en los últimos tres años, basa su originalidad en el estudio inédito de dos zonas de penumbra: las confluencias entra una gran figura del arte que se iba (Toulouse-Lautrec, en las postrimerías de su vida cuando Picasso recaló en París), y una que nace (la del artista español, que fue entonces, recién estrenado el s. XX, cuando empezó a firmar como tal Picasso y no como Pablo Ruiz). Sus vidas creativas se solaparon apenas cuatro o cinco años y sabemos que no llegaron a conocerse personalmente -coincidieron en la capital francesa apenas unos meses, antes de la muerte de Lautrec-, pero más allá de repercusiones literales, de diálogos personales que no llegaron a darse, se estableció entre ellos una sintonía natural.
La segunda intersección a la que presta atención la muestra es la de la pintura y el dibujo: tanto Toulouse-Lautrec como Picasso, como otros artistas de su tiempo, bajo la huella potente de Degas, optaron por no cubrir por completo la superficie del soporte, al modo de la pintura tradicional. Esos soportes eran papeles, lienzos y carteles, por lo que las piezas acabadas pueden parecer bocetos. Pero no hay que dejarse engañar: no se trata de tentativas, aunque en ellas los procesos queden en evidencia y, en el caso de Picasso, aún estuviera buscando su camino. No lo son porque es en esas tierras de nadie a medio camino entre la pintura y el dibujo, en las que Lautrec y Picasso manejaron a veces el pincel como si fuera un lápiz, donde se encontraba la puerta de entrada a la modernidad, el aprovechamiento de la libertad que concedía el papel más allá del uso de este.
La mayor parte de las obras expuestas en el Thyssen, prestadas por más de medio centenar de colecciones internacionales, no serán desconocidas al espectador, más bien al contrario: el público podrá deleitarse en el imaginario que tiene en mente. El desafío es que establezca, entre las obras de Lautrec y las picassianas que, como decíamos, nunca se habían confrontado, hipótesis de relaciones formales sugestivas más allá de las que son evidentes, y no solo eso, que también se fije en las referencias a otros autores que ambos manejan: quién hay, sino El Greco, tras la imagen de Casagemas muerto y tras las pinturas de más refinado amaneramiento de Toulouse-Lautrec.
Es en esas tierras de nadie a medio camino entre la pintura y el dibujo, en las que Lautrec y Picasso manejaron a veces el pincel como si fuera un lápiz, donde se encontraba la puerta de entrada a la modernidad
El mapa de relaciones, como ha subrayado Calvo Serraller, es extraordinario, y hay que tener en cuenta que la huella del francés en Picasso no se ciñe al periodo en que este permaneció en París, sino que abarca toda su vida y su más que fructífera carrera. Al margen de los inicios del siglo pasado y el periodo azul, Picasso mantuvo trazos enérgicos y rápidos, elásticos y expresivos que le hacen deudor de Lautrec, también sus estilizaciones en línea vertical, su modo de recortar las figuras entrando y saliendo del encuadre y su sentido sintético en los planos.
Además de plantear los muchos valores que el español vio en Lautrec, la exposición busca reivindicar el papel pionero de este en la modernidad artística, por su apuesta radical de escapar al estilo impresionista para optar por trabajar con técnicas sin ataduras y fijarse en el ocio nocturno, por su sentido humorístico y por su mirada entre mordaz y complaciente, empática y humorística, a los bajos fondos que retrató.
“Picasso/Lautrec” se estructura en secciones temáticas (Bohemios, Bajos fondos, Vagabundos, Ellas y Eros recóndito) que prueban sus afinidades, entre otras, esa mirada a medio camino entre la bondad y la ironía a sus retratados, y también sus diferencias, como el distinto enfoque con el que trabajaron lo erótico: si Toulouse-Lautrec ofreció de la prostitución visiones domésticas, Picasso partió de un punto de vista compasivo para evolucionar hacia otro casi explosivo, mucho más descarnado, al final de su vida. Una de las obras esenciales de la muestra es el tapiz dedicado a su más célebre burdel: las Señoritas de Avignon, tapiz datado en 1958 que, por diversas fotografías también presentes en el Thyssen, sabemos que colgaba en La Californie.
“Toulouse/Lautrec”
MUSEO NACIONAL THYSSEN-BORNEMISZA
Paseo del Prado, 8
Madrid
Del 17 de octubre de 2017 al 21 de enero de 2018
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