Hace seis años, el dúo de artistas valencianas formado por María Jesús González y Patricia Gómez participó en una de las exposiciones colectivas de la iniciativa Se busca comisario de la Comunidad de Madrid: mostraron Casa Ena, instalación que ejemplificaba ya su práctica arqueológica destructiva; habían empapelado la que fue casa de Ramón Acín en Valencia, y lugar de reunión de intelectuales, para después arrancar el papel de las paredes, llevándose con él una parte del estrato del muro subyacente. Constaba aquel proyecto de medio millar de paneles estampados, cargados evidentemente de historia y de historias, en los que que la idea de reconstrucción canónica del pasado podía verse fácilmente alterada, simplemente si el espectador decidía no seguir en su contemplación el orden y la numeración específica de cada fragmento de papel en relación con su disposición original. Además, la colocación aleatoria o modificada a propósito de esos paneles podía generar nuevos relatos, entrando en juego la especulación en el ámbito de la ruina.
Ese mismo año 2018, González y Gómez se encontraron entre las ganadoras del certamen Inéditos de La Casa Encendida; hasta allí llevaron un tapiz compuesto por las iconografías que los presos que pasaron por la cárcel Modelo de su ciudad desplegaron en sus celdas, contando los días que quedaban para su salida o plasmando signos de su nostalgia de la vida exterior.
Son dos de las propuestas más significativas del trabajo que estas autoras vienen llevando a cabo, desde hace más de quince años, en el rescate y registro de la memoria de espacios abandonados, una labor de largo aliento que también les ha llevado a centros de internamiento para extranjeros ya desusados o casas deshabitadas en el medio rural y que ahora crece con la exhibición, en la Galería 1 Mira Madrid, de “Espejo del mundo”, propuesta iniciada en 2017 y centrada en la vida cotidiana de los internos en el que fue el último Hospital Psiquiátrico de Valencia, el actual Hospital de Salud Mental de Bétera. En su primera acepción, permaneció activo desde 1973 hasta mediados de los ochenta, cuando sus pabellones comenzaron a vaciarse paulatinamente a raíz de la deshospitalización de estos pacientes que promulgaba la Reforma Psiquiátrica, en favor del establecimiento de unidades de salud mental.
Partiendo una vez más de las paredes del que fue manicomio, las artistas han desarrollado un nuevo proceso de búsqueda y recopilación de huellas de vida que remitan tanto a la historia del lugar (y de la atención psiquiátrica en nuestro país, reflejo de las bonanzas y fallas del propio sistema social y de nuestra consideración como comunidad hacia esta problemática) como al día a día y condiciones vitales de quienes ocuparon sus habitaciones, aquellos hechos pequeños que pueden tener la misma relevancia que los grandes a la hora de elaborar la crónica de un pasado si se da por supuesto que nada de lo acontecido puede darse por perdido para la historia.
Los relatos subalternos, la llamada intrahistoria, son el eje de la producción de Gómez y González, que se han detenido en emplazamientos muy diversos, públicos y privados, de relevancia política, social, económica o religiosa, pero normalmente en estado de mayor o menor abandono, no pretendiendo hallar en ellos ecos de la historia oficial, sino de la propia de los anónimos, a quienes ellas no estudian como conjunto homogéneo, como masa o colectivo, sino atendiendo a sus testimonios individuales. Entienden que cada voz es autónoma, deriva de un bagaje particular y alguna vez aflora, como deseo, lamento o secreto desvelado, en forma de inscripción o rastro plástico en los muros.
El de Bétera, en Campo de Turia, se proyectó en los setenta como uno de los mayores psiquiátricos de Europa (tenía 1.200 camas en su inauguración) y les ha llevado un lustro explorar sus paredes, que en un primer momento extrajeron literalmente del sanatorio para analizar después su posible contenido. Lo encontrado les abrió nuevos caminos, que tienen que ver con el mismo título de esta exposición: se dieron cuenta de que eran muchos los espejos repartidos por los pabellones del Hospital, algunos de uso común (en los baños) y otros individuales; decidieron fotografiar cada estancia desde su reflejo en dichos espejos y, a continuación, hacerlos suyos, con el fin de generar el montaje que ahora vemos, basado en la relación entre esos espejos y las imágenes de los interiores que durante muchos años proyectaron y de las personas que allí se miraron, contemplando a su alrededor la decrepitud progresiva del lugar y, quizá, la suya propia, que es también ahora la de los visitantes a la galería.
Hace referencia igualmente, el título de la muestra, como apunta Ángel Calvo Ulloa, al ensayo de Maria Clementina Pereira Cunha O espelho do mundo, que alude a los internos en hospicios como condenados a habitar al otro lado del espejo, y al análisis de Foucault del Elogio de la locura de Erasmo (El símbolo de la locura será en adelante el espejo que, sin reflejar nada real, reflejará secretamente, para quien se mire en él, el sueño de su presunción. La locura no tiene tanto que ver con la verdad y con el mundo, como con el hombre y con la verdad de sí mismo, que él sabe percibir).
En Bétera ese espejo del mundo son tabiques corroídos, lienzos con capas de mugre, fragmentos de pared que a veces se asemejan a ventanas pero que sugieren clausura (golpes, rayas) y una noción del tiempo muy distinta a la que podía tener quien, fuera de esas paredes, fluía con él. Evocan también, por lejos que estén de ellos, los signos y tonalidades de las composiciones informalistas o los de las imágenes, igualmente basadas en muros callejeros, de Dubuffet o Brassaï: puede que exista en el yeso algún tipo de lenguaje universal, con sus dialectos.
María Jesús González y Patricia Gómez. “Espejo del mundo”
C/ Argumosa 16, bajo dcha
Madrid
Del 12 de septiembre al 2 de noviembre de 2024
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