Munch: un grito contra los tópicos

El Museo Thyssen analiza los temas que obsesionaron al pintor

Madrid,

Casi treinta años después de su última monográfica en España, el Museo Thyssen-Bornemisza presenta, hasta el 17 de enero y bajo el comisariado de Paloma Alarcó y Jon-Ove Steihaug, director del Munch Museum, “Edvard Munch. Arquetipos”, una revisión, no retrospectiva pero sí completa, de la producción de este artista cuya fortuna crítica no ha sido estable. Solo en época reciente ha sido valorado como figura pionera en la gestación del arte contemporáneo, porque a mediados del s XX, y sobre todo fuera de Noruega, la reputación de Munch –como ha subrayado Guillermo Solana- aún estaba a medio hacer.

Era la época de mayor valoración de la abstracción, y sus trabajos se minusvaloraban por su cariz literario y narrativo, precisamente dos de las razones que hoy le hacen interesante.

En torno a Munch giran abundantes simplificaciones, tópicos y malentendidos que lo han situado a él como prototipo, quizá el más significativo tras Van Gogh, del artista atormentado, y a su obra El Grito como icono, dejando a un lado la riqueza temática y la complejidad del resto de su producción. Para que comprendamos a Munch más allá de su etapa juvenil (en el s XIX) y de las obras que lo vincularon al Simbolismo y al preexpresionismo, esta exposición hace hincapié en la magnífica obra que llevó a cabo ya entrado el s XX.

El mayor prestador de esta exhibición (hay 23) ha sido el Munch Museum noruego, sin cuya colaboración no habría sido posible organizarla. El proyecto comenzó a gestarse hace tres años. No podremos ver el célebre Grito, salvo en una litografía, pero el espíritu de la pieza sí está presente por todas partes.

Edvard Munch. Mujer vampiro en el bosque, 1916-1918. Munch Museet
Edvard Munch. Mujer vampiro en el bosque, 1916-1918. Munch Museet

 

Su ausencia ayuda a apreciar mejor el resto de su trabajo y a alejarnos de estereotipos para entender a Munch como el pintor que borró las fronteras entre lo universal y lo personal, que convirtió sus experiencias propias (desgraciadas, sí) en asuntos compartibles por todos. Para entender su obra hay que recordar la influencia en ella de los círculos de literatos y pensadores de los que el artista se rodeó: Ibsen y Strindberg fueron sus referentes literarios (existen sintonía entre sus escritos y la pintura de Munch, como la tendencia a lo inacabado. Además el pintor colaboró en la escenografía de El espectro, del primer autor). Y aunque no se aborda de forma específica en la exposición, Munch también se dejó seducir por el cine.

Cada una de las ocho secciones que articulan la exposición del Thyssen está dedicada a uno de los temas que cultivó: la melancolía, la muerte, el pánico, la mujer, el melodrama, el amor, escenarios nocturnos, el vitalismo y los desnudos. Se subrayan dos aspectos claves en la producción de Munch: su repetición temática clara y su gusto por la experimentación técnica: pese a regresar a asuntos ya tocados una y otra vez, aportaba a los mismos contenidos hallazgos nuevos que los enriquecían frente a versiones anteriores. Esa circularidad también tiene algo de metafísico, de referencia al eterno retorno.

Conforme pasaban los años (a diferencia de Van Gogh, con quien ahora comparte exposición en Ámsterdam, Munch fue longevo) su pintura ganó expresividad y tendió a desarrollarse en formatos más grandes. Se convirtió también en un magnífico grabador, llegando a dominar todas las técnicas del medio, sobre todo la xilografía.

Pinto para entender la vida y para hacérsela entender a los demás

Hay que subrayar también que la técnica y el escenario en que el noruego desarrolló sus temas están cuidadosamente elegidos para subrayar el significado de cada una de las obras: las pinceladas son más densas en las piezas dedicadas a la muerte, y más livianas, o transparentes, en las que presentan el amor como asunto de fondo.

Munch trabajaba en series, y en el Thyssen podremos apreciar una de las más inquietantes: La habitación verde, donde retrató una de esas fuertes pasiones que tanto luchó por llevar al lienzo: los celos.

Más allá de que fuera un referente claro para los expresionistas alemanes y de lo romántico de su obra, Noruega fue para este artista un punto de partida y un lugar al que volver. Plasmó en sus obras algunos de los escenarios más queridos de su país, y allí residió las últimas tres décadas de su vida, justamente el periodo en que su pintura se hizo más segura y vitalista.

Mientras contempláis la muestra, prestad atención a las citas de sus escritos que acompañan cada una de las secciones y que explican sus intereses. Esos textos personales han sido ahora editados en sendos volúmenes de la Editorial Nórdica (más amplio) y Casimiro (más breve). En una de esas citas, podemos leer: Pinto para entender la vida y para hacérsela entender a los demás.

Debemos entender que Munch, uno de los artistas incuestionablemente más personales, pintaba no solo volcando emociones propias, sino también pensando en el espectador. Mirándolos bien, sus trabajos son una manifestación de empatía, hacia el dolor, el placer, la alienación…y sus interpretaciones quedan abiertas para ser concluidas por quien contempla. Es el pintor de la proximidad.

 

 

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