El futuro y el pasado en las ciudades de Miquel Navarro

Esculturas pasadas y recientes del valenciano se exhiben en la Galería Fernández-Braso

Madrid,

Hace ahora siete años, justo por estas fechas, Miquel Navarro presentaba en la Galería Fernández-Braso la que era entonces su última ciudad, Monumentos y multitud: se trataba de una gran instalación de suelo, elaborada en aluminio macizo y compuesta por cientos de piezas que componían el tejido simbólico de un medio urbano. No se planteaba, como ocurre en cada una de las ciudades del artista de Mislata, como una representación urbana real, ni utópica ni ideal, sino como una urbe metafórica y poética que podía dar pie al espectador a reflexionar sobre su entorno a partir de las alusiones aquí recogidas a las relaciones de poder y dominación, a la incomunicación y al grado de sofisticación arquitectónica alcanzado en los grandes núcleos de población.

El valenciano, ligado a la generación de autores nacidos en torno a los cuarenta que desarrollaron en nuestro país los preceptos escultóricos derivados del neoconstructivismo, el minimalismo y el arte conceptual, genera tensión dramática en sus instalaciones, no a partir de la figura humana, siempre ausente, sino basándose en la repetición de elementos de escalas contrastantes que proporcionan ritmo al conjunto mientras nos sitúan ante un espacio en el que el orden y el pathos se reparten el terreno en igualdad.

Miquel Navarro. Tensión, 1996
Miquel Navarro. Tensión, 1996

Navarro ha vuelto ahora a esta sala madrileña, coincidiendo con la pasada edición de Apertura Madrid Gallery Weekend y pocas semanas después de que su Ciudad Vigía se incorporara a los fondos permanentes de la UNESCO. Presenta la muestra “Dolmen. Arqueología del placer y de la tristeza”, en la que continúa profundizando en sus ciudades como espacios de ciencia, arte e indagación filosófica: consta el recorrido de esculturas y objetos fechados desde 1973 hasta la actualidad; cuatro de las piezas presentadas son las más recientes del artista.

Incide esta exhibición, y el catálogo que la acompaña, con textos del comisario y crítico Sergio Rubira, en la multiplicidad y diversidad de influencias e intereses de Navarro y en la imbricación de estos con la cultura mediterránea: no será difícil, en una mirada atenta, encontrar en los trabajos expuestos evocaciones a las estéticas de Mesopotamia y el Antiguo Egipto o al urbanismo utópico del Renacimiento; a los postulados de las vanguardias (del surrealismo y la pintura metafísica al futurismo y el constructivismo) y sobre todo al urbanismo, las construcciones y maquinarias agrarias e industriales propios de la cultura desarrollada en torno al Mare Nostrum. Esas inquietudes se traducen asimismo en su elección de materiales, entre ellos el barro, la arcilla, la cerámica, el aluminio, el hierro o el zinc.

Miquel Navarro. Proyecto Esfinge, 2002
Miquel Navarro. Proyecto Esfinge, 2002

Lo formal sirve en estos trabajos de Navarro a la expresión de emociones y deseos y con ellos tiene mucho que ver su modo de trabajar y también de coleccionar. En su casa de Mislata, cuenta Rubira en ese catálogo, pequeñas figuras de metal, barro o escayola, pertenecientes a alguna de sus ciudades y algunas rotas, parecen componer los hallazgos de una excavación arqueológica y atesora además, sobre muebles convertidos en vitrinas, plintos o peanas, cabezas hechas en África y semejantes a cascos rituales de las que le interesan, sobre todo, materiales, formas y colores. No las aborda como testimonios antropológicos, sino como esculturas en potencia; en la galería encontraremos, de hecho, cabezas-cascos semejantes a las de esos personajes, como la de su Esfinge, devenida hombre, homenaje a Chillida y quizá autorretrato.

Guarda también máscaras y falos de origen africano que compró en París; probablemente se emplearan en ritos de fertilidad o iniciación en adolescentes y simbolicen la preparación para la lucha, de modo que remiten a los guerreros habituales en los dibujos del valenciano o a los de barro o metal que parecen desfilar en algunas de sus instalaciones.

Un elemento inesperado en sus vitrinas son los robots, de distintos tamaños y colores, comprados, regalados, llegados de Japón o de bazares cercanos. A veces sus extremidades parecen tuberías y sus órganos cables, como los que vemos en pinturas del artista fechadas en los setenta. Nos pueden recordar igualmente a herramientas del campo, armas, edificios e incluso paisajes, los de la periferia industrial de Valencia o los de sus huertas. También pueden interpretarse como ciudades, emparentadas con las que levanta sobre el suelo a piezas, haciendo que el que las recorre pueda sentirse como una deidad protectora o como una amenaza a su estabilidad.

Esas urbes, dice Rubira, tienen también algo de lenguaje: Son combinaciones del alfabeto de un idioma propio, como los que se inventan los niños para entenderse solo entre ellos y que ahora se despliega letra a letra sobre una mesa, la que estaba en lo que parecía el estudio, y que Miquel ha titulado Arqueología del trabajo, saldando una deuda consigo mismo y mostrando cuál es su forma de trabajar.

También son relatos ficticios, que no utópicos: restos de civilizaciones perdidas del pasado, ruinas que nos conducen a otros tiempos y espacios para el deseo nostálgico.

Miquel Navarro. Cabeza tubería, 2021
Miquel Navarro. Cabeza tubería, 2021

 

 

Miquel Navarro. “Dolmen. Arqueología del placer y de la tristeza”

GALERÍA FERNÁNDEZ-BRASO

c/ Villanueva, 30

Madrid

Del 9 de septiembre al 30 de octubre de 2021

 

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