Cuando se cumplen 120 años de su nacimiento en Letonia, más de un centenar de trabajos de Rothko han llegado a la Fundación Louis Vuitton para formar parte de su primera antología en París desde 1999; aquella vez la presentó el Musée d’Art Moderne de la Ville. Proceden de distintas colecciones públicas y privadas internacionales, en su mayor parte de la National Gallery de Washington, la Tate de Londres y los fondos de la familia del pintor, y los contemplaremos a lo largo de todos los espacios de la sede de esta institución, en un recorrido cronológico que transita desde sus tempranas figuraciones a las abstracciones últimas en las que nada le interesaba más que la expresión de las emociones humanas fundamentales.
Se abre la muestra con escenas íntimas y paisajes urbanos, algunos inspirados en el metro de Nueva York, que llevó a cabo en los años treinta, antes de dar cabida en su obra a un repertorio de motivos basados en los mitos antiguos y el surrealismo que, a su vez, contaban con una relevante dimensión trágica en relación con el advenimiento de la II Guerra Mundial. En los años posteriores a la misma, es bien conocido que formó parte Rothko del colectivo de expresionistas abstractos que se formó en Nueva York, la llamada Escuela de Nueva York: el primer grupo de creadores estadounidense que adquirió reconocimiento internacional como movimiento, sobre todo desde que en 1952 acogiera el MoMA sus composiciones y de su posterior desembarco en los museos europeos.
En realidad, con el concepto expresionismo abstracto no se hacía referencia tanto a un estilo como a un proceso basado en la exteriorización de emociones a través de la acción pictórica. Entre sus miembros encontramos a Jackson Pollock, Willem de Kooning, Gottlieb, Motherwell, Helen Frankenthaler, Franz Kline, Clyfford Still, Barnett Newman o el mismo Rothko, pero en sus obras no detectaremos similitudes evidentes, más allá de que todos ellos estuvieran influidos por el surrealismo y el expresionismo europeos y, sobre todo, por Masson, Max Ernst, Mondrian, Chagall o Yves Tanguy, que habían emigrado a América tras la irrupción del nazismo.
1946 fue un año clave para el artista en su transición hacia la abstracción: emprendió una decisiva serie dedicada a las Multiformes, masas cromáticas que parecían suspendidas y que se equilibraban entre sí. Evolucionaron pronto hacia sus obras clásicas de los cincuenta, con superficies de color difusas y rectangulares y formas que se superponen atendiendo a ritmos binarios o ternarios; predominan en ellas los tonos amarillos, rojos, ocres y naranjas, pero también aparecen el azul o el blanco.
Recuerda esta antología que, en 1958, recibió Rothko el encargo de un conjunto de murales para el restaurante Four Seasons diseñado por Philip Johnson en el edificio Seagram de Nueva York, cuya construcción había dirigido Mies van der Rohe. Finalmente renunció a entregarlos y se quedó con la serie completa, que, once años después, donó parcialmente a la Tate Gallery: se trataba de nueve telas que se distinguían de las anteriores por sus intensos tonos rojos. Este conjunto se presenta excepcionalmente en la exposición de la Fundación Vuitton.
En 1960, la Colección Phillips dedicó una sala permanente al pintor: la primera “Sala Rothko”, diseñada estrechamente con él, que también se recrea en París. Y, al año siguiente, el MoMA organizó la primera retrospectiva de su producción que después itineró por varias ciudades europeas (Londres, Basilea, Ámsterdam, Bruselas, Roma, París); en aquella década respondería a nuevos encargos, siendo el principal el de la capilla que John y Dominique de Menil desearon instalar en Houston, inaugurada en 1971 con el nombre, precisamente, de Capilla Rothko. En los grandes lienzos que contiene volcó el artista su consideración radical de que la experiencia trágica era la única fuente de la que podía beber el arte: trató de convertir la tragedia y el éxtasis en factores que, en sus pinturas, pudieran interpretarse como condiciones básicas de la existencia, con intención de expresar la naturaleza del drama humano universal.
Si en este proyecto espiritual, y en general desde finales de los años cincuenta, Rothko se había inclinado por los tonos más oscuros y los contrastes apagados, nunca abandonó del todo su paleta de colores vivos, como podremos apreciar en varios cuadros de 1967 y en el último que, a su muerte, quedó inacabado en su taller. Ni siquiera la serie Black and Grey, datada en 1969-1970, debe conducirnos a esa explicación simplista de su trabajo que asocia el gris y el negro con la depresión y el suicidio. Estas piezas pueden verse en la sala más alta del edificio de Frank Gehry, junto a las depuradas figuras de Alberto Giacometti, creando un ambiente quizá cercano al que el de Daugavpils pudo imaginar para responder a un encargo de la UNESCO que no llegó a materializarse.
El propósito último de esta exhibición, que han comisariado Suzanne Pagé y Christopher Rothko, es aproximar al visitante a la vivencia de aquella experiencia plena entre la pintura y quien la contempla que buscó el gran autor del Color Field Painting a través de la captación de una luz que parece brotar del interior de sus telas. No creía que sus obras tuvieran mayor interpretación ni sentido que ese: No importa cuántas observaciones se hagan, nunca podrán explicar nuestras pinturas. Su interpretación debe surgir de una profunda vivencia entre cuadro y espectador. La valoración del arte representa una auténtica unión de los sentidos. Y, como en un matrimonio, también en el arte la no consumación es motivo de anulación. En un tiempo en que una pluralidad constante de imágenes casi nos acribilla, las suyas nos invitan a mirar lo infinito desde superficies que no nos interpelan por su sensualidad, sino por su silencio.
Mark Rothko
8 Av. du Mahatma Gandhi
París
Del 18 de octubre de 2023 al 2 de abril de 2024
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