Los huevos de Marcel Broodthaers no son huevos cualquiera, sino el símbolo del origen del mundo, y sus mejillones tampoco son meros moluscos sino símbolos poéticos, porque él antes de artista fue poeta y librero, y cuando, cumplidos ya los cuarenta, decidió sumergirse en las artes plásticas, lo hizo buscando componer poemas con sus objetos.
Tras su paso por el MoMA de Nueva York, y antes de su presentación en Düsseldorf, mañana abre sus puertas al público en el Museo Reina Sofía la mayor retrospectiva dedicada hasta ahora a Marcel Broodthaers, una antológica compuesta por 300 piezas entre obras y material documental que, por volumen y por originalidad de las propuestas, apabulla y requiere seguramente más de una visita para ser asimilada.
Los trabajos proceden del MoMA, la Tate, la National Gallery de Washington, la de Escocia, el MACBA barcelonés o el Centre Pompidou y se fechan únicamente a lo largo de doce años, los transcurridos desde que el creador belga decidió iniciarse en las artes plásticas en 1964 hasta su fallecimiento en 1976. Antes, además de a la literatura y la poesía, se había dedicado a la fotografía y la crítica artística, y esa misma variedad de intereses la mantendría desde los sesenta: sus trabajos abarcan la escultura, la pintura, el cine o el comisariado de sus propios proyectos, en propuestas que, muy a menudo, como ha subrayado hoy Borja-Villel, no pueden inscribirse bajo una única clasificación.
Bajo esa disparidad de medios en los que se despliega su producción, subyacía una preocupación común y densa: la de cuestionar la idea misma de representación, en la senda de su amigo y compatriota Magritte, y el sistema del arte en su conjunto, qué debía ser y qué no una exposición, qué forma debía adoptar un museo. En ese camino de enfocar la creación, empezando por la contemporánea, desde una actitud crítica, no fue nada complaciente ni con el arte conceptual ni con el pop, el minimalismo o el nuevo realismo, por considerar a estos movimientos simples contenedores de las convenciones de la vanguardia.
Broodthaers no es un recién llegado al Reina Sofía, y no solamente porque el centro ya le brindara una retrospectiva en 1992 o porque su obra forme parte de sus colecciones, sino también porque, según ha explicado el director, sus ideas están presentes tanto en la presentación de los fondos del MNCARS como en sus actividades.
Esta muestra es resultado de las nuevas investigaciones y la bibliografía reciente relacionada con el belga, y su comisarío, el conservador del MoMA Christophe Cherix, se ha enfrentado al plantearla al gran desafío de preparar una exposición de un artista que es a la vez comisario y director de su propio museo, de un autor que incorporó la poesía y el cine a las artes visuales y que se esforzó por no repetirse nunca, con las dificultades de sintetización que esto plantea. Sus pantallas –ha dicho Borja-Villel- son, además de pantallas, poemas y pinturas, y no podemos entenderlas desde un único género.
Utilizó Broodthaers los objetos del mismo modo en que las palabras se usan en un poema, quizá por eso algunas de sus obras son de una extrema fragilidad, y también podría ser esa la razón de que sus proyectos ofrezcan una lectura diferente en función del espacio donde se nos muestren.
Utilizó Broodthaers los objetos del mismo modo en que las palabras se usan en un poema, quizá por eso algunas de sus obras son de una extrema fragilidad
En el Reina Sofía esta presentación se ha estructurado a modo de exposición de exposiciones, de recorrido a través de las distintas muestras que Broodthaers llevó a cabo en vida. Destacan sus décors: muestras envolventes y a gran escala en las que incorporaba alfombras, palmeras o vitrinas que remitían a museos de ciencias decimonónicos y también a escenografías teatrales o decorados fílmicos, cuestionando así la idea de autonomía del arte y llamando nuestra atención sobre las ausencias en esos espacios (ausencia de figuras, de narración). En unos y otros décors, los mismos trabajos podían entenderse en sentidos distintos.
También pueden verse piezas que formaron parte de las exposiciones que programó en los sesenta, comenzando por la primera exhibición de su carrera, la que protagonizó en 1964 en la Galerie Saint Laurent de Bruselas, que era también librería. Al imprimir el texto que explicaba el proyecto en páginas tomadas de revistas populares, Broodthaers hacía alusión a la relación entre arte y comercio.
Después llegaría “Court-Circuit”, expuesta en el Palacio de Bellas Artes de la capital belga, para la que intencionadamente el artista decidió no presentar tanto obras de nueva creación como otras realizadas con lienzos fotográficos con imágenes en blanco y negro de piezas pasadas, y la presentación, en 1968 en la Wide White Space Gallery de Amberes, de Le Corbeau et le Renard, su trasposición al medio cinematográfico-plástico de esta fábula de La Fontaine tras la muerte de Magritte. En una película de 16 mm proyectada en una pantalla en la que podían leerse versos del poema, mostró el artista botas, flores, tarros o botellas, un ejercicio poético-artístico integral.
Un año después, en 1969 y en esa misma sala, Broodthaers presentó una exposición dedicada a Mallarmé y también a Magritte y en ella volvió a emplear objetos muy diversos (placas de aluminio, ropa o libros transparentes) para mostrar una posible traslación de los poemas del francés al mundo físico.
Para entonces, Broodthaers ya había decidido convertirse en director de su propio museo, al que llamó Museo de Arte Moderno, Departamento de las Águilas, todo un desafío a la institución museística tradicionalmente concebida (las águilas aparecen como símbolo político y militar llevado al absurdo) que acogió una docena de exhibiciones temporales sobre temas muy diversos llevadas por Bélgica, Holanda y Alemania. Este proyecto obtuvo visibilidad en la Documenta de Kassel de 1972 e hizo que desde entonces viésemos a Broodthaers no solo como creador de obras de arte, también como comisario que estudió en profundidad el papel del arte en la sociedad.
Tras la clausura de ese museo, no dejó Broodthers de innovar y trabajó en un método de pintura nuevo y propio: pinturas literarias que daban protagonismo al texto: lienzos imprimados y sin montar, colgados en cuadrícula y clavados en la pared, en referencia a la relevancia dada al lenguaje por los artistas conceptuales y a la serialización y geometría minimalistas.
No conviene perderse, por su interés y porque sale del Centre Pompidou por primera vez, Salle blanche, la reconstrucción del interior del hogar del artista en Bruselas, donde presentó por primera vez su Museo, y la decena de filmes, que, dispersos por la exposición, nos hablan de la faceta de cineasta de Broodthaers, para quien el cine era una prolongación del lenguaje.
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