Tras “Aún no. Sobre la reinvención del documental y la crítica de la modernidad” y “Una luz dura, sin compasión. El movimiento de la fotografía obrera, 1926-1939″, el fotógrafo Jorge Ribalta comisaría por tercera vez una muestra en el Museo Reina Sofía, y una vez más su propuesta tiene que ver con la fotografía documental y colaborativa y con la relación de este medio con las tensiones políticas y sociales. En esta ocasión su protagonista es el francés Marc Pataut, pero lo es a medias, porque hablamos de un artista que no se sitúa al margen de los colectivos con los que trabaja sino integrándose en ellos, entendiendo la cámara como un elemento de negociación y mediación y cuestionando el rol de los museos al exhibir estos proyectos, en una época, la nuestra, en la que, como ha subrayado hoy Borja-Villel, el sujeto político ha cambiado y nada hay más institucional que la crítica institucional.
En las imágenes, de formatos muy variados, que hasta agosto podemos ver en el MNCARS, el autor desaparece y se convierte, como su cámara, en un mediador en la consecución de una obra que es colectiva en su fondo y en su forma, un trabajo que, más que resolver interrogantes, los plantea.
Ribalta ha subrayado hoy cómo la anterior muestra “Aún no” finalizaba con un proyecto de Martha Rosler, contextualizado en la crisis de los setenta en Nueva York, en el que, a partir del documento expandido, se ahondaba en la necesidad de perfilar un nuevo papel para las instituciones acorde con las nuevas desigualdades y luchas sociales. Desde el planteamiento del comisario, tanto la artista neoyorquina como Pataut representan, para la fotografía documental, un cambio de época del que el francés es eje y bisagra, y para subrayar ese cariz esta exhibición se centra en su producción de los noventa, década en la que se gestó la hegemonía neoliberal y el movimiento antiglobalizador sin los que no podemos entender ni la actualidad ni los trabajos expuestos, hijos profundos de su tiempo, como ha subrayado hoy Pataut.
Entiende Ribalta que el fotógrafo pone imagen e iconografía al precariado como nuevo sujeto político, diferenciándose del documentalismo anterior al mostrar en su cotidianeidad “cierta buena vida” dentro de un contexto infame (a través de libros, discos o reproducciones de cuadros) y al buscar preservar la alteridad que esos desfavorecidos y excluidos representan, no normalizarla. Entiende su vida diaria, tan diferente a la común como digna, como promesa de otras formas posibles de vida en común.
Hasta tal punto buscó sumergirse en ellas que optó por las citadas prácticas colaborativas: el artista se disuelve, vive con aquellos que fotografía y a veces se limita a repartir cámaras de fácil manejo para que no sea su mirada (su voz) la única revelada y expuesta. Integra en su trabajo lo precario y hace con ese material poesía, sin negar su valor reivindicativo, porque, según ha explicado hoy Pataut, la imagen no es nada si no se le da un uso que le conceda sentido.
El artista se disuelve, vive con aquellos que fotografía y a veces se limita a repartir cámaras de fácil manejo para que no sea su mirada (su voz) la única revelada y expuesta
Se ha evitado convertir este repaso a la obra del fotógrafo en una antología para hacer de la muestra algo parecido a un experimento microhistórico sobre las distancias entre arte (fotografía documental), vida e historia, un ensayo en el que fuese posible conjugar la mirada dulce y la posición combativa. Ha dicho Pataut que las personas con las que trabaja son su primer público y que, ya desde sus inicios, se dio cuenta de que no le importaba mostrar en sus fotografías su opinión personal sobre la gente, que entiende como irrelevante, sino la labor que podía desarrollar junto a ellos para transformar sus vidas. Ha pretendido situarse más allá de la denuncia, no considerando a sus modelos-autores parias desde su propia práctica creativa, y también ha abogado hoy porque los museos tampoco lo hagan, situándose dentro de la sociedad y dando cabida a sus preocupaciones. Él procede -ha explicado Pataut en la presentación de la exposición- de un tiempo en el que las instituciones eran parte intrínseca de la democracia en las que los ciudadanos participaban, construyéndolas, y aboga por regresar hoy a esa idea.
Una idea en la que profundiza Brian Holmes: Lo que busca Pataut es un nuevo espacio cultural para la fotografía de tipo documental, más allá de la práctica documental del libro y al margen del reportaje que ya no existe en el periodismo actual; un espacio de exposición y de debate público que no reduzca la autonomía de expresión de los participantes, un espacio de expresión colectiva que empiece a responder al fatalismo del todo-económico.
Aunque, como dijimos, esta exposición se centra en su obra desde los noventa, las dos primeras salas del recorrido están dedicadas a un proyecto que llevó a cabo a principios de los ochenta junto a niños psicóticos internados en un hospital de día de Aubilliers, su primera tentativa a la hora de explorar las posibilidades, funcionales en su sentido más estricto, de la fotografía dentro de las instituciones sociales y sanitarias. Esas series se refieren también a un cambio de era (entonces comenzaban ya a cerrarse este tipo de sanatorios) y muestran a niños sufrientes que conviven entre sí sin estrechar lazos emocionales y absolutamente pegados al presente. Para alguno de ellos, con quien el fotógrafo ha mantenido el contacto, estas imágenes son el único recuerdo de su infancia con el que cuenta.
Trabajando in situ, entendió Pataut que realizar con estos niños un reportaje desde la mirada distanciada del fotógrafo no suponía una gran aportación, así que les repartió cámaras desechables, de la firma más democrática que todos tenemos en mente, y les invitó a fotografiar habiéndoles retratado él previamente para asociar a sus rostros sus imágenes. El resultado conmocionó al propio artista y a extraños y anticipó el desarrollo de trabajos posteriores, como Ne pas plier.
Pataut fue miembro fundador del colectivo del mismo nombre, formado por artistas, diseñadores y sociólogos que buscaban la transformación social. También se integró en él Gerard Paris-Clavel, que procedía del grupo Grapus, muy activo en los setenta y ochenta diseñando cartelería política empleada en protestas diversas. Continuando su labor, Ne Pas Plier colaboró con la asociación de desempleados APEIS, diseñando para ellos pancartas fotográficas con sus rostros en gran formato, potente y colorista cartelería y cintas adhesivas con mensajes reivindicativos, como el hoy aún aclamado Existence (est) Résistance. En el Reina Sofía se ha reproducido la exhibición dedicada a este material que en 1995 presentó el Stedelijk Museum holandés.
Por entonces, a mediados de los noventa, Pataut frecuentaba Le Cornillon, un solar de un antiguo polígono industrial al norte de París en el que habitaba una comunidad no muy grande de personas sin vivienda, desalojada después. Al fotógrafo le parecía impensable que pudieran vivir a la intemperie, pero lo hacían, y algo más importante, lo hacían desde la dignidad y sin abandonarse, demostrando al artista y a todos que no hay maneras de vivir únicas. La serie dedicada a esta comunidad pudo verse en la décima edición de la Documenta de Kassel.
En ocasiones trabajaba Pataut autónomamente y por deseo o compromiso propio, pero también lo hizo por encargo: la Maison de l´ art et de la Communication de Sallaumines, en una zona minera del norte de Francia que en los noventa se encontraba en proceso de desmantelamiento, le encargó series fotográficas dedicadas a reflejar las nuevas realidades de quienes fueron mineros, trabajadores de clase media que pierden un empleo al que dedicaron su vida. Su desarraigo lo materializó en dos proyectos: La table de Chez Marck Ligocki, escenificación de sus entrevistas con esos trabajadores, y Du paysage à la parole, que subraya la relación entre territorio e individuos y que supone también el intento de Pataut por dar imagen a las palabras.
Junto a Ne Pas Plier no solo creó material para manifestaciones, también una colaboración para el periódico La Rue con el apoyo de Médicos del Mundo, que puede verse igualmente en el MNCARS. De nuevo ofreció cámaras desechables, esta vez a personas sin techo, pidiéndoles que pusieran imagen a sus dificultades diarias, sobre todo a las relativas al acceso a la sanidad. Se trata de una serie, titulada igualmente La Rue, que nos invita a reflexionar sobre los tópicos y desmanes en los que suele incurrir cierta iconografía vinculada a campañas humanitarias.
Pone punto final a la exposición, breve pero propicia al recorrido lento, Laotil, una serie que dialoga con la primera presentada al mostrar terrenos pertenecientes a un antiguo hospital psiquiátrico en Neully-sur-Marne, donde quedaron las memorias de los enfermos. El hospital que se asentó allí se creó a mediados del s XIX y se destinó, fundamentalmente, a indigentes, por eso las personas sin hogar que ahora habitan en torno al lugar y lo ocupan resultan al espectador fantasmas o encarnaciones de sus anteriores moradores. Para Pataut, estas imágenes – acompañadas de textos desplegados en las paredes- retratan un momento singular de la historia colectiva y de la personal.
Suponen un buen cierre al conjunto: las fotografías vuelven al lugar donde nacieron.
“Marc Pataut. Primeras tentativas”
MUSEO NACIONAL CENTRO DE ARTE REINA SOFÍA. MNCARS
c/ Santa Isabel, 52
Madrid
Del 24 de abril al 27 de agosto de 2018
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