Los juegos de Barnett

Barnett Newman, neoyorquino nacido en una familia judía de procedencia europea, comenzó a pintar unos años antes de que se gestara, tras la II Guerra Mundial, el Expresionismo Abstracto y fue una de las figuras fundamentales de este movimiento que apostó por los grandes formatos, la reivindicación de la materialidad de la pintura y del signo gráfico (trazo o mancha) como vehículo expresivo, y la conversión del acto de pintar en experiencia dramática y personal.

Su primera exposición, no obstante, no se produjo hasta 1949, y ya entonces quedó claro que el estilo de Newman se basaba en el empleo de campos de color de los que obtuviera, a la vez, simplicidad y potencia expresiva. Entrados en los cincuenta, optó por dar protagonismo a uno de los tonos, concediendo al resto franjas pequeñas, así como por disponerlos en franjas verticales, a diferencia de la horizontalidad propia de cualquier obra de Rothko.

Sin embargo, como aquel, también confirió a su trabajo resonancias místicas a través de las referencias religiosas de los títulos que escogía (es el caso de la serie Palabras de la cruz, que muchos han vinculado a su dolor por el Holocausto). No tuvo miedo a emplear tonalidades vibrantes y planos que nos invitan a relacionar su obra con el posterior Minimalismo e incluso con el Pop Art.

Ligado a la corriente Colour Field Painting, estuvo Newman convencido de que los artistas contemporáneos debían liberarse de cualquier vínculo con la figuración, zambullirse en el caos y encontrar la verdad en el vacío, con el fin de alcanzar lo que llamaba un “sublime ahora”.

El Kupferstichkabinett de Basilea alberga un completo conjunto de sus grabados, y desde 2014, también generosos fondos de sus dibujos cedidos a esta institución por la Barnett Newman Foundation americana. Una selecta parte de ellos, que el verano pasado se mostraron en Kunstmuseum Basel, se exhibe hasta el 17 de abril en el Louisiana Museum danés dentro de su serie de exposiciones Louisiana on Paper. Este ciclo pretende reivindicar la producción a menudo menos conocida y más íntima de grandes autores: obra gráfica, dibujos y otras piezas en papel. Las muestras de este tipo son pequeñas en su tamaño, fácilmente abarcables y nos ayudan a comprender los procesos creativos de los autores seleccionados; los elegidos han sido hasta ahora Josef Albers, Vija Celmins, Ellsworth Kelly, Joseph Beuys, David Hockney y, más recientemente, Picasso.

Hasta el 17 de abril, y bajo el comisariado de Anita Haldemann, podemos disfrutar por tanto en el Louisiana Museum de una docena de dibujos realizados por Newman en color y fechados a mediados de la década de los cuarenta, en sus comienzos. Resultan sorprendentemente lúdicos en contraposición con los posteriores, ejecutados con pincel negro y en bandas verticales, que ya anticipan el que se considera el segundo periodo de su producción gráfica, de finales de los cincuenta, marcado por grandes superficies con delgadas franjas como barreras.

A partir de 1961, realizó el artista estadounidense grabados que, en cierto modo, son una extensión de sus indagaciones en dibujos y pinturas, centradas esta vez en la serialidad y la proporción.

La muestra se completa con 26 grabados y constituye, en definitiva, un buen examen sobre el trabajo gráfico de Newman.