Los espacios sentidos de Cristina Iglesias

El Museo de Grenoble repasa sus últimos quince años de trayectoria

Grenoble,

El agua ha sido el hilo conductor de buena parte de los proyectos públicos que la escultora Cristina Iglesias ha desarrollado desde 1990 y lo es también de la muestra que, hasta el 31 de julio, le dedica el Musée de Grenoble: un recorrido por la producción de los últimos quince años de esta artista, que se dio a conocer dentro y fuera de España a mediados de la década de los ochenta con trabajos de formas arquitectónicas que proponen al público experiencias sensoriales muy particulares en relación con el espacio; espacios con los que el espectador interactúa, al penetrar en ellos o al confrontar con los mismos los de la sala expositiva o lugar público circundante.

Naturaleza y arquitectura son las dos referencias básicas en las obras de Iglesias, y a menudo se entremezclan: sus construcciones suelen ser híbridas y están realizadas con materiales de orígenes variados, como el bronce, el alabastro, el cristal o el hormigón. Esa dualidad, la ambigüedad entre lo natural y lo creado por la mano humana, es uno de los rasgos fundamentales de sus esculturas, que buscan introducir a quien las contempla en una especie de dimensión paralela donde tienen cabida lo real y lo imaginario, lo suave y lo áspero.

Para la exhibición del Musée de Grenoble, que se inauguró el sábado pasado, Iglesias ha diseñado un recorrido por trabajos que ella entiende representativos de la poética que maneja: desde esculturas monumentales que dialogan con las salas del centro hasta fuentes de interior pasando por murales que son serigrafías sobre seda, cobre o acero y que constituyen una relectura, a la vez que una nueva puesta en escena, de creaciones anteriores. Junto a estas piezas, que tienen en común su gran formato, veremos una selección de trabajos sobre papel que nos permitirán acercarnos a su proceso creativo desde un enfoque más íntimo.

El agua genera en el espectador un estado de contemplación casi hipnótico: inconscientemente tendemos a detenernos, a observar sus movimientos, y a esperar a que, quizá, algo suceda

La obra que abre la exposición es Aquarium III, una maqueta de las Estancias sumergidas que instaló en el Pacífico, cerca de las costas mexicanas, en 2010. Se trata de un conjunto de catorce celosías, construcciones recurrentes en su producción desde los noventa. Se dividen en dos grupos para conformar las estancias, a la vez cerradas, como refugios, y abiertas: funcionan como espacios intermedios, o lugares-pantalla, que podrán ser habitados y transformados por la vida marina. Sus paredes están formadas por un texto (poético, dedicado a la Atlántida) que se dibuja abriéndose y cerrándose, formando los huecos necesarios para que las corrientes las traspasen y hagan que la formación de corales sea más estable. Se completa la maqueta con la presentación de dibujos preparatorios que explican el planteamiento formal de las Estancias.

Cristina Iglesias. Pabellón suspendido IVEn las dos salas siguientes encontramos obras que abordan el asunto de los muros-pantalla: Muro, la primera cronológicamente en Grenoble, que para la artista supuso el primer paso hacia las Estancias sumergidas, y Pabellón suspendido IV, un pequeño espacio delimitado por mallas de alambre cuya rejilla metálica contiene un fragmento de un libro de Arthur C. Clarke. Cuando es bendecida por la luz, esta cabina flotante proyecta sombras que reproducen letras o palabras aleatoriamente con resultados entre poéticos y misteriosos.

Desde el Pabellón suspendido el ruido del agua nos conduce Pozo I, a primera vista un bloque cúbico de piedra negra. Tenemos que inclinarnos para observar cómo, bajo una red de ramas y raíces de bronce, subyace el agua, cubierta de manera parcial. La artista ha subrayado en más de una ocasión cómo el agua le permite crear secuencias relacionadas con la noción del tiempo, a través de sus retrocesos y avances; llamar la atención sobre el poder de la naturaleza sobre las estructuras y generar en el espectador un estado de contemplación peculiar y casi hipnótico: inconscientemente, tendemos a detenernos, a observar sus movimientos, y a esperar a que, quizá, algo suceda.

En los muros junto a este Pozo veremos serigrafías sobre seda de color nacarado inspiradas en vistas de una de las maquetas que la artista realizó, de nuevo, para Estancias sumergidas, uno de los proyectos más (implícitamente) presentes en el Musée de Grenoble.

Cristina Iglesias. Pozo I
Cristina Iglesias. Pozo I

En la siguiente sala nos espera, desplegando majestuosidad, Pasaje II, una pieza de más de diez metros de longitud suspendida en el techo y formada por diecisiete esteras tejidas de esparto que componen un largo camino curvo que sirve de techo al recorrido del espectador. Recuerda a las telas que suelen colocarse en patios y corrales durante el verano, para protegernos de la luz y el calor, y su entramado de nuevo genera sombras que proyectan motivos geométricos y letras en las paredes y el suelo.

Cristina Iglesias. Pasaje II

La segunda obra monumental a la que se invita al público a penetrar es una de sus Habitaciones vegetales: esta ha sido concebida específicamente para la muestra, en forma de bosque laberíntico y petrificado, un espacio perturbador donde la naturaleza se recrea y se simula, recurso presente también en Pozo XI, en el que el agua vuelve a hacerse presente pero ahora en forma de arroyo de aparente montaña. Las gotas caen sobre rocas…de aluminio, en alusión a la romana Fontana di Trevi y a las recreaciones propias del cine de ciencia ficción.

La muestra de Grenoble se cierra con una gran instalación de celdas, de 300 metros cuadrados, formada por dieciocho paneles de gres que contienen testimonios de la conquista de América. Su diseño remite a los mocárabes y a las celosías: dejan pasar el aire, la luz y son propicios a los juegos de miradas.

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