La cultura nasca es conocida principalmente por los llamativos y enigmáticos geoglifos realizados a lo largo de kilómetros sobre las pampas peruanas –fuente de debates en torno a su posible significado desde su redescubrimiento a principios del siglo XX–, pero debemos saber que estos son tan solo una de las extraordinarias manifestaciones desarrolladas en esa zona costera de Perú, como demuestra la exposición que hasta el 19 de mayo puede verse en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid, donde recala tras un periplo por las ciudades de Lima, Zúrich y Bonn. La muestra, que forma parte del programa paralelo de Perú en ARCOmadrid, presenta, a través de trescientas piezas, un recorrido por esta fascinante civilización, que vivió entre el 200 a.C. y el 650 d.C. en la cuenca del río Grande de Nazca (recordemos que el término “nasca” se utiliza para nombrar a la cultura prehispánica del antiguo Perú, mientas que Nazca es la ciudad ubicada a 450 km al sur de Lima).
La muestra, que va más allá de lo arqueológico, incorpora también algunas fotografías de artistas contemporáneos, como el limeño Billy Hare o Thomas Struth, unas acuarelas de Alejandro González Trujillo, en las que reconstruye una serie de fardos funerarios, así como vídeos, animaciones, mappings y otras herramientas tecnológicas que permiten aproximarnos como nunca antes al territorio e incorporar el paisaje dentro de la exposición, a través de simulaciones en tres dimensiones obtenidas con drones que han sobrevolado la región y los geoglifos.
“Nasca. Buscando huellas en el desierto” ha sido comisariada por Cecilia Pardo, arqueóloga y subdirectora del museo MALI de Perú, y Peter Fux, curador del Museo Rietberg y arqueólogo en activo en el yacimiento de Nazca. Además, han contado con la colaboración de Markus Reindel, uno de los mayores investigadores de la cultura nasca y director del Proyecto Nasca-Palpa, y los tres coinciden en señalar el carácter multidisciplinar de este proyecto, que, a través del arte, aporta información sobre la organización de estas sociedades prehispánicas, cómo pensaban, sus rituales y ceremonias. Quizás el mayor de los enigmas sea el de cómo esas gentes lograron adaptarse y sobrevivir a unas condiciones tan hostiles como las que ofrecía el desierto, con su extrema aridez, y desarrollar una sociedad agrícola y marítima. Al particular paisaje de las pampas de Nazca y Palpa está precisamente dedicado el primer capítulo de la muestra. En él, una maqueta con proyecciones tridimensionales nos muestra cómo se trata de un territorio definido por una cadena montañosa que impide el paso de los materiales que descienden por los ríos desde los Andes. Ese material estancado, formado por piedras pequeñas y sedimentos, se acumuló durante miles de años, hasta formar kilómetros de llanuras sobre las que se trazaron las misteriosas líneas y dibujos, en su mayoría geométricos y en muy pocos casos figurativos. Las investigaciones más avanzadas han permitido concluir que los geoglifos eran zonas de procesión, caminos por los que los habitantes transitaban a modo de ritual para rendir culto a los dioses de la naturaleza, principalmente a los vinculados al agua y a la fertilidad. En relación con esta idea de peregrinaje estaría la pequeña escultura que recibe a los visitantes, a la entrada de la exposición: una pieza única dentro de la cultura nasca, realizada en terracota y compuesta por cinco figuras humanas que portan ofrendas y van acompañadas de cánidos y aves.
Las condiciones climáticas, extremas para la vida, como hemos señalado, han favorecido sin embargo la conservación de esas líneas creadas sobre el territorio pero también la de los objetos y, sobre todo, y asombrosamente, la de los tejidos. Estos suponen un capítulo aparte dentro de la exposición, tanto los mantos ceremoniales como los fardos funerarios, de los que hay aquí excepcionales ejemplos procedentes de las excavaciones dirigidas por Julio C. Tello entre 1925 y 1930 en los cementerios de Cerro Colorado en la Península de Paracas, que sacaron a la luz más de cuatrocientos fardos funerarios, algunos de los cuales contenían hasta cincuenta objetos entre mantos, turbantes, túnicas y accesorios. El descubrimiento de esta necrópolis dio lugar también a un debate por el que estableció la distinción que hoy se hace entre cultura nasca y paracas, pues si bien las imágenes representadas en los tejidos hallados en los fardos eran muy similares a la iconografía nasca, los restos de cerámica en los enterramientos mostraban diferencias, principalmente la de carecer de decoración, lo que hizo suponer a los arqueólogos que estaban ante dos culturas distintas.
La cerámica constituye precisamente el mayor número de piezas presentes en la exposición. A través de ella, que hoy se sabe que no estaba restringida a la élite, sino que fue accesible a todos los estratos de la sociedad, los estudiosos han sido capaces de descifrar distintas simbologías y usos. Encontramos representaciones de animales como aves o seres marinos, pero también escenas de pesca y agricultura. En otros casos se trata de escenas de batallas y guerreros, o de personajes sobrenaturales y seres híbridos que pertenecían a un mundo paralelo, como el llamado Ser Mítico Antropomorfo o Ser Enmascarado, reconocido como la principal divinidad de los nasca. Bajo la apariencia de humano tenía sin embargo rasgos animales y llevaba puesta una nariguera con bigotes de felino y un collar de cuentas trapezoidales, como se puede apreciar en algunas de las piezas.
Os recomendamos no pasar por alto el apartado dedicado a los instrumentos musicales, entre los que merece la pena detenerse a contemplar los dos ejemplares de tambores que, además de ser técnicamente excepcionales, concentran la esencia iconográfica de todas las creencias de los nascas.
Y como última recomendación incluimos la que hace Fietta Jarque, responsable del programa de Perú fuera de ARCO: comenzar aquí, en Fundación Telefónica, la ruta por el arte peruano desplegado en la capital, por ser esta una de las muestras más impactantes, junto con la de “Amazonías”, y por mostrar los orígenes a los que los artistas contemporáneos peruanos aluden y regresan con frecuencia en sus obras.
“Nasca. Buscando huellas en el desierto”
C/ Fuencarral, 3
Madrid
Del 22 de febrero al 19 de mayo de 2019
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