Era el pintor renacentista español más valorado cuando el Museo del Prado abrió sus puertas, como sabéis hace dos siglos (en la testamentaria de Fernando VII su Santa Cena se consideraba más valiosa que los Grecos) y desde hoy cuenta ya con espacio propio en la pinacoteca: en su sala 51, la llamada rotonda de Goya, que se sitúa en la planta baja norte del edificio Villanueva.
Hablamos de Juan de Juanes, cuya vida se prolongó desde los años diez hasta los setenta del siglo XVI. No era este su nombre real, sino Vicente Juan Masip: formaba parte de una saga de artistas que protagonizó la escena pictórica en el entonces Reino de Valencia durante cerca de cincuenta años y su obra transitó a medio camino entre el gótico final y las innovaciones del Renacimiento. Dada su situación geográfica, la ciudad recibió en aquella etapa influencias de maestros italianos que los Masip asimilaron.
Juan de Juanes colaboró asiduamente en su veintena en el taller de su padre, Juan Vicente Masip, y a ambos se deben obras fundamentales como el retablo mayor de la catedral de Segorbe o el de san Eloy de la iglesia de santa Catalina de Valencia, que presenta ecos de la pintura de Sebastiano del Piombo (sabemos que cuatro trabajos suyos llegaron a Valencia de la mano del embajador Jerónimo Vich).
Sigue siendo objeto de discusión el grado de participación de padre e hijo en esos encargos compartidos, pero se tiende a pensar que, dada su juventud, a Juan de Juanes podrían corresponder los trazos más próximos a las novedades italianas: a Rafael (llegó a llamársele a él mismo el Rafael español) y al uso del color, la iluminación y la monumentalidad de del Piombo.
A Masip e hijo les debemos, en cualquier caso, difundidísimas imágenes del Ecce Homo, el Salvador Eucarístico, la Sagrada Familia o la Inmaculada Concepción, altamente representativas de la espiritualidad católica del siglo XVI y que tendrían continuación: el hijo de Juan de Juanes, Vicente Juan Masip Comes, también fue pintor y todos ellos inspirarían a no pocos autores hasta el siglo XIX, en el que abrió sus puertas el Prado.
Regresando al museo, al contar con sala propia, Juan de Juanes queda equiparado a El Greco, El Bosco, Velázquez o Goya. Allí veremos las tablas del artista con las que ya contaba el Prado junto a tres de Vicente Masip, una en colaboración entre de Juanes y su padre (Cristo camino del Calvario), otra de Onofre Falcó y el Oratorio de san Jerónimo, que acaba de ser donado a la pinacoteca por su Fundación de Amigos.
Esta pieza, portátil y concebida para el ámbito devocional privado, cuenta con una figura del santo en alabastro realizada por Damián Forment (en origen estuvo dorada y policromada). Juan de Juanes elaboró para ella una estructura a la romana que protegiera y realzara la placa, que pintó parcialmente y amplió en su parte superior. En el exterior de las puertas, el valenciano representó a san José con el Niño y a san Lucas, y en el interior, a san Vicente Ferrer y a san Pedro Mártir bajo dos arcos.
La nueva presentación de la sala 51 apareja cambios en las 52, B y C: allí se exhibirá Alegoría mística con san Sebastián, san Bernardo y san Francisco de Sánchez Coello, fundamental en la pintura religiosa de este autor.
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