Jong Oh es un joven escultor que desde hace menos de diez años viene presentando su obra en centros de todo el mundo (la Universidad de Connecticut, galerías austriacas y alemanas o el MARSO mexicano, y en 2014 resultó ganador de un certamen que le permitiría desarrollar un proyecto de arte público a orillas del Hudson en Peekskill, Nueva York) y que en cada uno de los espacios donde trabaja crea esculturas minimalistas que dialogan con esos lugares donde se exhiben, piezas diseñadas específicamente para cada uno de esos ambientes.
Si todo arte minimalista interviene por definición en nuestra percepción de los espacios, entendidos como lugares donde se produce el encuentro entre sujeto y objeto y la experiencia de las obras, Oh se ha propuesto trascender la creación de trabajos concebidos para esquinas o paredes y la voluntad de llamar la atención del público sobre el entorno mismo, su contraste con las obras o su extrema neutralidad, para generar proyectos minimalistas site specific que invitan a quien los contempla a reflexionar sobre las decenas de condicionantes, aleatorios y no, que determinan su manera de mirar, en términos generales.
Su obra se adapta, por tanto, a cada escenario, como Jong Oh ha cultivado su capacidad de adaptación de una a otra geografía: nació en Mauritania en 1981, a los quince años se trasladó a Corea, donde se graduó en Bellas Artes en la Hongik University de Seúl, y actualmente vive y trabaja en Nueva York, donde ha cursado un MFA en su School of Visual Art.
Sus trabajos consisten habitualmente en estructuras de plexiglás suspendidas, que pinta cuando ya se disponen en el aire y que, en función de la perspectiva desde la que las observemos, se conectan o cruzan entre sí de un modo u otro. En palabras del artista, la experiencia de los espectadores se convierte en una meditación sobre el capricho de la percepción.
Se sirve en ellas de materiales diversos pero limitados, normalmente de origen cotidiano, como cuerda, hilo de pescar, cadenas, varillas de madera y el citado plexiglás. Algunos de ellos solo son visibles al observar las obras desde enfoques concretos –porque la sutilidad manda– y las luces y sombras que generan en torno a ellos, igualmente cambiantes en función de nuestra posición, generan ciertos efectos de ilusionismo, sugieren posibles caídas y transmiten una sensación de fragilidad en contraste con la solidez de buena parte de los trabajos del minimalismo clásico. Son, sus obras, pura oscilación, pero para percibirla se exige al espectador una contemplación tranquila, el desplazamiento, la atención a los pequeños detalles.
Oh cultiva un lenguaje formal, a medio camino entre la escultura y la instalación y ajeno a la narratividad, que apela, sobre todo, a la interacción del espectador. Considera cada pieza como un poema visual, un haiku, cuidadosamente compuesto, sutil y restringido. Dice de ellas que tienen solo unas pocas líneas pero se dirigen al universo.
Desde hoy y hasta el 10 de marzo, la Galería Sabrina Amrani de Madrid, que desde fechas recientes representa al coreano, presenta su primera individual en España: “Lodestar”, un término de origen náutico que podemos traducir como Estrella Polar o Estrella del Norte, cuya luz facilita la navegación en el mar.
Con él hace referencia Oh a su vida viajera: al desarrollar trabajos específicos, con medios mínimos, para cada uno de los lugares donde expone, no cuenta con estudio propio; este es la sala de exhibiciones en la que se encuentre en cada momento.
En la sala madrileña sus esculturas también parecerán flotar: suele recurrir a hilos prácticamente imposibles de distinguir o ligeramente pintados que, desde su presencia discreta, lo transforman todo, como los trazos delicados de un dibujo pueden transformar el papel con mayor vigor que el pincel.
Jong Oh. “Lodestar”
c/ Madera, 23
Madrid
Del 10 de enero al 10 de marzo de 2018
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