Graffitero. Su padre era un contable de Haití y su madre, puertorriqueña, fomentó su creatividad. Infancia complicada. A los 17, comenzó a pintar graffitis junto a su amigo Al Díaz en las fachadas y en el metro con el pseudónimo de Samo (SAMe Old shit, es decir, la misma mierda de siempre). Toca el sintetizador y la guitarra. Tras participar en 1982 en Documenta VII y en la Bienal de Whitney al año siguiente se convierte en estrella. Trabajó con Warhol, y ambos realizaron un retrato del otro. Se considera que fue uno de los primeros artistas urbanos en conseguir que el graffiti se respetara como manifestación artística, y lo logró sin esconder sus orígenes, ligados a Brooklyn. Realizó composiciones con trozos de basura unidos y pintó en las más variadas superficies, desde frigoríficos a papeles rotos. Falleció por sobredosis de heroína .
Su biografía podría cuadrar con la de una estrella del rock, y de hecho, por su temprana muerte, podría formar parte del Club de los 27. Como tal estrella se comportó (dicen que cuando recibía invitados en su casa o en su estudio pintaba mientras charlaba, escuchaba música o veía la televisión) y como tal se le empezó a considerar desde que en los ochenta protagonizase numerosas muestras tanto en Europa como en Estados Unidos. Todas las piezas que formaron parte de su primera exposición en solitario, cuando sólo tenía 21 años, se vendieron.
Tras pasar por la Art Gallery of Ontario, el 3 de julio abre sus puertas en el Museo Guggenheim Bilbao su retrospectiva “Ahora es el momento”, que viene a recordarnos que el graffiti se convirtió con Basquiat (también con Keith Haring) en una de las mayores contribuciones a las Bellas Artes por parte de representantes de una ¿subcultura?, la urbana.
Algunas décadas antes Dubuffet y otros artistas habían comenzado a recoger y adaptar las inscripciones y figuras realizadas por niños, marginados y enfermos mentales, subrayando el valor creativo de estas muestras de autoexpresión, pero podemos decir que no fue hasta los setenta, una etapa de exploración de la disolución de las fronteras entre la alta y la baja cultura, cuando el graffiti atrajo realmente la atracción, y a veces el favor, del público y de las galerías como manifestación artística independiente.
La exposición será la primera en abordar desde un criterio temático la producción de Jean-Michel Basquiat
Aquella tendencia la encabezaron entonces los jóvenes autores de las pintadas realizadas con sprays en los vagones del metro de Nueva York. En inicio fueron gestos de una creatividad casi explosiva, más tarde llegó esa repetición pueril sin fin de inscripciones vacías de significado con la que estamos muy familiarizados.
Basquiat también comenzó como pintor de graffitis a pie de calle, y de suburbano, pero no tardó demasiado en dar el salto a las telas y plasmar en enormes lienzos historias gráficas, a menudo críticas y algunas veces macabras, sobre problemas sociales y sobre la situación de las minorías menos favorecidas.
Precisamente a estas pinturas de gran formato, y también a algunos dibujos, se dedica la exhibición del Guggenheim, que será la primera en abordar desde un criterio temático la producción de Jean-Michel Basquiat.
Sus trabajos, ante todo emotivos, funden imágenes, textos y símbolos y hoy los entendemos como alegatos contra el racismo y la desigualdad. Incorporan referencias a la poesía y la música (jazz, rap, punk), al deporte, al cómic y a la historia afroamericana, y nacen, no tanto de búsquedas e investigaciones sesudas, como de la necesidad y el instinto: el neoyorquino confesó no saber hacer otra cosa que crear y entendía su obra como “el trampolín hacia las verdades más profundas del individuo”.
Las ocho secciones que articulan la muestra son La calle como estudio, Héroes y santos (así concibió al hombre negro), Reivindicando historias, Reflejos (en alusión a situaciones racistas de su tiempo y a su identificación con personas negras de etapas pasadas), Dualidades y doble identidad, Jugando a hacer trampas: dibujos y provocaciones (sobre las dualidades de lo blanco y lo negro y del bien y el mal); un séptimo apartado recoge sus colaboraciones con Warhol, Francesco Clemente, Keith Haring y Kenny Scharf, y, por último, Sampling y scratching. Música, palabras y collage rastrea sus fuentes de inspiración.
Una cita ineludible si os interesan los orígenes del arte urbano.
OTRAS NOTICIAS EN MASDEARTE: