La convocatoria Generaciones cumple este año su mayoría de edad presentando en La Casa Encendida las propuestas de diez artistas residentes en España y menores de 35 años seleccionadas, esta vez, por un jurado formado por Bea Espejo, Margarida Mendes y Valentín Roma. Como ha explicado el comisario Ignacio Cabrero, el certamen no ha tratado este año de descubrirnos nuevos valores sino de apoyar la producción de creadores ya profesionales que cuentan, en muchos casos, con formación internacional, recorrido y experiencia (algunos, también con galería). Han sido seleccionados entre 400 candidatos y cada uno ha recibido una dotación de 10.000 euros para desarrollar su proyecto.
Los escogidos han sido Antoni Hervás, Antonio Gagliano, Elena Lavellés, Fran Meana, Irene Grau, Levi Orta, José Díaz, Lola Lasurt, Marco Godoy (que hace doblete estos días en la Sala de Arte Joven de la Comunidad de Madrid, tras ganar la convocatoria Primera fase con “La distancia que nos separa”) y Serafín Álvarez, y no existe un hilo conductor concreto entre sus propuestas, pero sí ciertas notas comunes: la mayoría de ellas consisten en instalaciones que agrupan obras en diversas técnicas y abordan temas de actualidad a nivel social o cultural, como la crítica a los excesos del capitalismo o la representación de lo subterráneo y de los espacios asociados a la otredad, bajo la influencia de la ciencia ficción o de sus propias experiencias.
ECONOMÍAS: LO PRESENTE Y LO POSIBLE
Los proyectos que podemos vincular de forma clara con la crítica a la sociedad de consumo y la explotación de recursos naturales y humanos son los de Elena Lavellés, Fran Meana y Levi Orta. La primera, siempre interesada por las repercusiones del crecimiento económico en la naturaleza y en las formas de vida desde el colonialismo hasta hoy, ha usado en Dark Matter carbón, oro y petróleo para recordar las consecuencias medioambientales y humanas de la readopción del patrón oro y la vigencia del dólar como divisa internacional a raíz de los Acuerdos de Bretton Woods de 1944. En el fondo de su proyecto está la exploración de las posibilidades de un único material, el petróleo, para hablar de racismo, daño ecológico e imperio económico, enlazándolos.
La propuesta de Fran Meana, Starter Cultures, tiene como eje un vídeo pseudodocumental en el que ha buscado visibilizar cómo ciertas formas de estar en el mundo se traducen en formas visibles. Un empleado de una fábrica quesera explica hasta qué punto un cambio en las instalaciones hacia una mayor asepsia desembocó en profundos cambios en el funcionamiento de bacterias, levaduras y hongos, hasta el punto de que los empleados pudieron constatar que esos microbios responsables de la producción, cuya labor no es visible, llegaron a ponerse en huelga. Según el propio Meana, su propósito era evidenciar que los espacios de trabajo y producción pueden no ser lugares de explotación y que son posibles alternativas que no los separen radicalmente de la naturaleza y la cultura. En esta fábrica, humanos y bacterias se cuidan cooperativamente.
El cubano Levi Orta, por su parte, presenta en La Casa una de las obras de su serie Que se joda el proletariado, yo quiero ser el pintor oficial de la familia Gunther. Gunther no es un perro cualquiera: es Gunther IV, un pastor alemán que ha heredado una fortuna de 372 millones de dólares de su padre, Gunther III, y este a su vez de una condesa alemana. Orta lo ha conocido personalmente, tras retratarlo, y también ha buscado sin éxito a su sucesor. En este trabajo plantea la ridiculez extrema alcanzada tras ciertas prácticas de evasión fiscal y los vacíos legales que permiten que se den situaciones como esta.
MUNDOS SUBTERRÁNEOS
En torno a la idea de otredad y de lo que queda oculto y oscuro navegan los proyectos de Serafín Álvarez, José Díaz, Antonio Gagliano, Antonio Hervás y Lola Lasurt.
Álvarez nos traslada a Umbral, una isla ficticia que le sirve para analizar cómo la ciencia ficción nos ha mostrado la alteridad, manejándola en términos de lo no humano, no desde el punto de vista de género o racial. Inspirándose en la película La Zona de Rodrigo Plá y en Stalker de Tarkovski, ha planteado dos versiones de su isla: una interactiva, que no podemos ver en La Casa, y la aquí expuesta: un videojuego que se juega a sí mismo. Ha seleccionado paisajes, los ha reproducido en 3D y nos invita a navegar por ellos a tiempo real adentrándonos en una roca artificial con material aislante, el componente escultórico y más físico de la obra, su herramienta para sumergirnos en una atmósfera particular.
José Díaz presenta El sueño de la M-30, una instalación pictórica que también toma como punto de partida los videojuegos y los sistemas de simulación táctica, así como la propia experiencia de Díaz en sus trayectos en metro por Madrid. Cada uno de esos óleos, unidos en una estructura lineal evocadora de un laberinto, puede entenderse como un evento o pantalla representativo de la ciudad subterránea en la que nos movemos, en desplazamientos “ciegos y sordos” – dice él con acierto – porque no ponemos en ellos los sentidos y los aprovechamos para pensar en nuestras cosas. Son caminos muy distintos a los que disfrutaban los flâneurs, recorridos con ritmo propio (compases diarios) e integrantes de rutinas que revelan la alienación del urbanita.
Junto a los óleos, Díaz nos muestra esculturas elaboradas con moldes de grietas de las carreteras madrileñas como representación en tres dimensiones de las ideas abstractas que acumula en el vagón.
La alteridad con la que trabaja Lola Lasurt no nos es lejana en el espacio, pero sí en el tiempo. La barcelonesa ha recordado el viaje de Darío de Regoyos y Emilio Verhaeren por zonas rurales del centro y el norte de España en 1888, cuando ambos atravesaban duelos personales por muertes familiares; un viaje que más de una década después recogería el belga en su libro La España Negra.
Dado que se encontraban próximos al fin de siglo y en una etapa de transición hacia la modernidad, el duelo personal del pintor y el del poeta se entrecruzaron con el duelo colectivo. Además de buscar lugares aún no tocados por lo moderno, se esforzaron por fijarse en cementerios y en tradiciones con los días contados e incluso trataron de desplazarse de noche.
Lasurt ha trabajado con cámara Súper 8 y planchas de zinc (desde cierta arqueología de medios) para encontrar lo que Verhaeren describió en el libro y, claro, ha hallado parte sí y parte no, así que el duelo que ella plantea es un duelo por la España negra en sí.
Antonio Hervás, por su parte, plantea en su sala una intervención espacial basada en el dibujo sobre plástico, necesariamente efímero: Autogruta. Trenza tres elementos vinculados al cuerpo que ha querido enlazar bajo el sello de lo informe y lo erótico: incorpora referencias al único deporte concebido como femenino, el Roller Derby; a la cultura leather y a los episodios mitológicos de Jasón y Medea.
Y Gagliano, por último, se sumergió en los fondos de la Oficina Española de Patentes y Marcas, prácticamente ignota, y eligió 47 patentes datadas entre 1870 y 2013 para, a través de ellas, vincular el dibujo tanto con la producción de propiedades privadas como con la de ideas compartidas y, en el camino, reivindicar materiales olvidados en lugares oscuros con un gran potencial sugestivo, proyectos que contienen poéticas visiones de futuro por activar.
Entre las patentes que ha desempolvado encontramos dispositivos para comprobar la muerte real, para desenterrar a enterrados vivos o para obtener horizontes.
SÍMBOLOS Y ESPACIOS
Podemos considerar proyectos vinculados a las esencias del arte y a las reflexiones sobre su poder de representación, simbólico y de transformación o integración en los espacios las propuestas de Marco Godoy e Irene Grau.
Godoy ha llevado a La Casa una selección de imágenes de su archivo personal que remiten a la representación de poderes diversos (políticos, religiosos…). Su acumulación permite relacionarlas entre sí y plantear el enigma de su teatralidad y su funcionalidad a la hora de convertirse en emblemas de autoridades. Él ha querido desvelar “la trampa y la escenografía” que contienen y que el tiempo no hace sino acentuar, subrayando cómo su valor simbólico ha logrado convertirse en real y permitiendo dar a ver el deseo de alguien de dominar a otro.
Completa las fotografías una columna del siglo XVII de la que se ha eliminado parte de su policromía, en referencia a esa voluntad de Godoy de desnudar símbolos. Su punto de partida para este trabajo fue La piedra del destino incrustada bajo el asiento del trono del Parlamento británico, que marcó el lugar de coronación de los monarcas escoceses hasta que los ingleses se la robaron a finales del s XIII.
Modesto en medios y hondo en intenciones es Ningún lugar en particular, el proyecto de Irene Grau. Durante un año ha llevado consigo, en cada uno de sus viajes, un lienzo en blanco del tamaño máximo que le permite su maleta y lo ha colgado en hoteles y casas donde ha dormido. Cada una de esas estancias generaba con la pieza relaciones nuevas, aportaba al lienzo capas diferentes de significado; distintos grados de comunicación perceptiva. La presencia sencilla de la tela no reclama atención en cada ambiente, sino que la desvía hacia lo que está alrededor frente a lo que ocurre al mostrarlo en el espacio blanco y neutro de una sala de exposición, como la de La Casa en la que se muestra.
Este lienzo portátil y vacío, desnudo y nómada, se hace comunicativo en cada lugar y es apto para cualquier escenario, al que se amolda reivindicando su adaptabilidad. Grau hace suya la tesis de Azúa de que toda relación estética precisa de un lugar, y añade que no tiene por qué importar cuál.
“Generación 2018”
Ronda de Valencia, 2
Madrid
Del 2 de febrero al 15 de abril de 2018
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