Alemana de nacimiento y formada en arquitectura e ingeniería en la Technische Hochschule Stuttgart, la actual Universidad de esa ciudad, Gertrud Goldschmidt, a quien conocemos como Gego, se vio obligada a abandonar su país cuando no había alcanzado la treintena, en 1939, a raíz de la irrupción del nazismo; ella pertenecía a una familia judía. Se estableció en Venezuela, donde residiría el resto de su vida y donde, ya en 1953, emprendió una carrera artística que duraría cuatro décadas y que se materializó en proyectos en dos y tres dimensiones y en técnicas diversas, pero siempre con el estudio de las relaciones entre espacio, línea y volumen como eje.
Esa trayectoria la repasa, desde el 7 de noviembre, el Museo Guggenheim Bilbao en la muestra “Midiendo el infinito” que, articulada según criterios tanto temáticos como cronológicos, profundiza en la presencia en su producción de formas orgánicas, compatibles con estructuras lineales, y de abstracciones modulares. Constará de 150 trabajos fechados entre los cincuenta y los noventa, entre esculturas, dibujos, grabados, textiles y libros de artista que se completarán con fotografías de instalaciones y obra pública, bocetos, publicaciones y cartas; estos últimos documentos nos permitirán contextualizar sus intereses en el marco del panorama artístico latinoamericano en la segunda mitad del siglo XX y de movimientos entonces dominantes como el cinetismo o la abstracción geométrica. Subrayarán, asimismo, que la labor creativa de Gego no se ciñó a la plástica: llevó a cabo proyectos de investigación, de diseño y educativos.
Bajo el comisariado de Geaninne Gutiérrez-Guimarães, esta antología incidirá precisamente en la imposibilidad de etiquetar las inquietudes de una autora que centró su carrera en la investigación de los sistemas estructurales, de la transparencia, la tensión, la fragilidad y la traslación visual del movimiento, comenzando por las propuestas primeras que realizó en el pueblo de Tarmas tras emplearse en despachos de arquitectura y estudios de urbanismo de Caracas, durante los cuarenta. Hablamos de figuraciones en forma de representaciones de paisajes y formas arquitectónicas.
Paulatinamente adoptaría las formas, líneas y colores puros, y las ordenaciones geométricas, que eran en los cincuenta el sello de la abstracción venezolana y los postulados del arte cinético bien arraigado en aquel país; las esculturas y obras sobre papel en las que trabajó entre mediados de los cincuenta y mediados se los sesenta dan fe de sus ensayos con las que llamaba líneas paralelas, sus opciones estructurales y espaciales. El empleo de ese elemento, la línea, de manera libre o comprimida, es la base de su concepto de “la nada entre las líneas”, que le servía para explorar su intención de hacer visible lo invisible en distintos dibujos de aquellos años.
Muy poco después, en los sesenta, iniciaría sus experimentaciones con los efectos ópticos de la oscilación y la vibración, en definitiva, de la luz y el movimiento en el espacio, en esculturas normalmente elaboradas con hierro soldado y pintado y compuestas por elementos tubulares paralelos que, a su vez, dan lugar a planos geométricos que se superponen o entrecruzan; es el caso de 12 círculos concéntricos (1957) y Cuatro planos rojos (1967). Si las observamos desde distintos puntos de vista, apreciaremos el dinamismo que generan.
Los sesenta fueron también, para ella, un periodo de viajes frecuentes a Estados Unidos, adonde se desplazó por vez primera en 1959. En 1963 y 1966 fue invitada al Taller de litografía Tamarind de Los Ángeles, donde pudo desarrollar un conjunto significativo de estampas y libros de artista en los que continuó indagando en las relaciones entre la línea, la forma y el espacio en esas nuevas técnicas; se valió del gofrado, el grabado, el aguafuerte y la litografía. Además, el fin de esa década supuso un viraje en su carrera: dejó de ahondar en las líneas paralelas para centrarse en las reticuláreas; así se refería Gego a estructuras en forma de retícula en dos y tres dimensiones: en el Guggenheim veremos dibujos de entonces y composiciones abstractas, en tinta sobre papel, en las que desplegó formas geométricas interconectadas que daban lugar a mallas.
El museo bilbaíno nos enseña a continuación sus esculturas colgantes, donde buscó sintetizar otra noción fundamental en su producción: la de mesurado infinito, expresión contenida en el poema de Alfredo Silva Estrada Variaciones sobre reticuláreas, a su vez planteado como homenaje a Gego; hace referencia a las limitaciones simbólicas de dicho espacio infinito partiendo de las propias formas de la artista. Veremos sus series Chorros (1970–1974), Troncos (1974–1981) y Esferas (1976–1977), que, suspendidas verticalmente y muy depuradas, juegan con los conceptos de fragilidad, transparencia y gravedad; así como piezas reticulares colgantes basadas en cuadrados o triángulos, como Columna (1972), Reticulárea cuadrada (1977) y Chorro Reticulárea (1988), ejecutadas estas con elementos metálicos en disposición geométrica que sugieren constelaciones.
Por sus líneas entretejidas, podremos relacionar estos proyectos con sus textiles, disciplina esta siempre presente en su carrera de modo más o menos explícito. Trabajó en ellos, en su diseño y patrones, sobre todo desde los cincuenta a los ochenta, pero antes, en los cuarenta, las alfombras ya formaban parte de su taller de diseño. Contemplaremos un gran tapiz colgante de 1987 elaborado con hebras de fibra sintética que dan lugar a una superficie, en algunos fragmentos, translúcida; sus líneas anteriores ahora se han traducido en cuerdas que vertebran motivos igualmente abstractos.
Entre los trabajos más complejos de Gego se encuentran sus Dibujos sin papel de los setenta y ochenta; se trata de esculturas minimalistas diseñadas con alambre, metal reciclado y pequeños herrajes que cuelgan del techo o las paredes como si estuvieran dibujadas, aunque carezcan de papel y marco. Le ofrecieron otras posibilidades de modular el espacio y, también, de poner en cuestión la autonomía de la escultura al subordinarla a los muros.
Si sus primeras piezas de este tipo cobraron forma de marcos cuadrados o rectangulares vacíos, posteriormente introdujo estructuras circulares y retículas deformadas o rotas, a través de composiciones geométricas de patrones lineales interrumpidos. En las últimas, de formato íntimo, eliminó todo enmarcamiento y se valió de líneas deshilachadas en zigzag.
Sus últimas obras en la muestra datan de fines de los ochenta e inicios de los noventa: han llegado a Bilbao la serie sobre papel Tejeduras (1988–1991), en la que empleó nudos y redes, compendiando el vocabulario desarrollado a lo largo de su carrera; y los conjuntos escultóricos Bichos y Bichitos, en los que podemos decir que la geometría que en el pasado todo lo ordenó colapsa. Creados con materiales recuperados y en composición precaria, se trata de ensamblajes de texturas diversas y disposiciones difíciles de predecir.
Esta antología ha sido organizada junto al Solomon R. Guggenheim Museum de Nueva York, el Museo Jumex de Ciudad de México y el Museu de Arte de São Paulo Assis Chateaubriand–MASP.
“Gego. Midiendo el infinito”
Avenida Abandoibarra, 2
Bilbao
Del 7 de noviembre de 2023 al 4 de febrero de 2024
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