Un viejo amigo nos espera a cenar: las tres décadas del silencio de los corderos

16/02/2021

Hace treinta años que Jonathan Demme llevó a las pantallas a Clarice Starling (Jodie Foster), la hija de un policía muerto en acto de servicio que quería entrar en el FBI. En la academia de este organismo en Woods (Virginia), realiza cursos de formación, esforzándose al máximo junto a señales de madera que con las leyendas DOLOR-AGONÍA-SUFRIMIENTO: ÁMALOS animan a los novatos, no ya a buscar la autosuperación, sino a entregarse al masoquismo. El silencio de los corderos recorre toda esa gama de emociones, desde el desinterés heroico hasta el odio que autodestruye.

Jack Crawford (Scott Glenn), su jefe y responsable del departamento de psiquiatría en el FBI, la envía a Baltimore para interrogar a un asesino convicto que no quiere colaborar: se trata de un asesino antropófago, cuya patología es extrema. Además, es psiquiatra: el doctor Hannibal el Caníbal Lecter (Anthony Hopkins) ha pasado ocho años en un celda sin luz natural dentro de un hospital mental de alta seguridad. Crawford pretende que su interrogatorio ofrezca información sobre el comportamiento de otro ser al margen del sistema: un asesino al que llaman Búfalo Bill, que asesina y desuella mujeres y viene escapando del FBI.

Ese plan funciona; Lecter accede a hablar con Clarice sobre las patologías mentales de los asesinos en serie, pero pone una condición: dará su opinión, de primera mano, sobre Búfalo Bill solo si Starling le explica a él sus traumas infantiles. Hay trato: ella desvela sus interioridades y él detalla el perfil psicológico del sospechoso en un diálogo que resulta al espectador apasionante y que puede entenderse a distintos niveles, ya que, por un lado, encontramos a un psicoanalista dirigiéndose a su paciente; por otro, a una detective interrogando a un asesino en serie y difícil de etiquetar, ambigüedad que también marca la relación entre ambos.

Los dos persiguen sus objetivos con denuedo y sin cesiones, y esa lucha verbal constituye uno de los duelos más complejos, mejor trabados, de la historia del cine. En el camino, la hija de una senadora estadounidense es secuestrada por Bill y el FBI se encuentra sometido a una enorme presión para encontrar al culpable: es una oportunidad para Lecter. A cambio de su ayuda para capturarlo (Ted Levine lo interpreta), pide una mejora en sus condiciones de reclusión y la consigue: le envían a una presión provisional en Memphis. Allí asesina a los celadores y escapa vestido de policía, con el uniforme de uno a quien arrancó la cara. Su última conversación con Starling fue telefónica: la llama desde una isla del Caribe para felicitarla por su nombramiento como agente del FBI y se despide afirmando que un viejo amigo le espera para cenar.

Cuando cuelga, va detrás Lecter de un grupo de turistas en el que podemos distinguir al doctor Chilton (Anthony Heald), director del hospital mental de alta seguridad de Baltimore, que será ese “invitado” a  su cena.

Jonathan Demme. El silencio de los corderos

Este filme marcó un hito en el cine de comienzos de los años noventa (un crítico del Chicago Sun-Times dijo de él que hacía mucho tiempo que no sentía la presencia del diablo tan cerca). Es difícil situarlo en un único género, pues conjuga elementos de las películas policiacas en las que los crímenes quedan sin castigo, pero también nos encontramos ante un filme de suspense basado en personajes reales: el modelo tomado para caracterizar a Jame Gumb, Búfalo Bill, y al propio Lecter es Edward Gein, asesino muerto en 1984 que llevaba prendas de vestir elaboradas con la piel de sus víctimas cuando lo detuvieron en 1957.

Pero la obra de Demme es, también, una película sobre psiquiatría: la relación entre las psicopatías de los dos asesinos se sitúa en la base de la investigación de sus crímenes, aunque sus motivaciones no sean del todo comparables.

El éxito de El silencio de los corderos fue tal en los noventa, y más allá, que no faltaron las citas múltiples y también los plagios, pero no es, en realidad, el primer filme en el que aparecía Hannibal Lecter. En 1986, Michael Mann presentó su versión cinematográfica de la novela de Thomas Harris El dragón rojo, publicada cinco años antes: su película se llamó Hunter. Demme quiso dar un nuevo enfoque al personaje, por dentro y por fuera, y también miraría de reojo La bella y la bestia.

Jugó con las fronteras, diluidas, entre los recuerdos del pasado y el presente (la infancia de Starling se recupera en dos flash-backs inesperados) y los ojos de Foster permanecen fijos en el momento presente mientras la cámara viaja al ayer para explorar el origen de sus heridas personales. En el enfrentamiento final entre la agente y Gumb, la perspectiva cambia constantemente: vemos al asesino a través de los ojos de Clarice pero también a ella en la mirada de Búfalo Bill, quien busca a sus víctimas en la oscuridad gracias a sus gafas con infrarrojos. Se pone así de relieve el peligro que corre Clarice.

Otras secuencias pueden confundirnos, como la que origina el desenlace: una dotación policial rodea la casa en la que los agentes esperan encontrar a Gumb y un oficial negro, disfrazado de repartidor, llama al timbre. El asesino se viste y abre la puerta; la policía irrumpe entonces en la casa mientras Gumb encuentra sola a Clarice. En la toma siguiente, la policía asalta un domicilio vacío: ese montaje paralelo combina dos lugares lejanos, dos acciones con el mismo fin, dos casas: una de ellas la vemos desde el exterior, otra desde el interior. Podemos pensar que ambas acciones ocurren en el mismo lugar, pero el montaje paralelo se descubre y aumenta la tensión, porque nos damos cuenta de que Starling tiene que vérselas sola contra el matarife. Ese recurso acentúa la sensación de peligro e incertidumbre.

En realidad, El silencio de los corderos sirve a dos fines: el entretenimiento emocionante y el juego con situaciones y figuras culturales conocidas; hubo quien identificó a Búfalo Bill con Hades, el dios de los infiernos, pero las posibles metáforas no sirven a la comprensión de la película.

Demme obtuvo por este filme los Óscar en las cinco categorías principales, lo que solo habían conseguido antes Sucedió una noche (1934) y Alguien voló sobre el nido del cuco (1975).

Hubo versión más reciente, que algunos recordaréis: Hannibal, en 2001, bajo la dirección de Ridley Scott. Foster no quiso volver a interpretar a Starling, la sustituyó Julianne Moore.

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