Tres idénticos desconocidos: el drama de la coincidencia

21/02/2019

Tres idénticos desconocidosDos gemelos a los que el tiempo ha restado parecido y que se criaron, adoptados, en distintas familias, nos cuentan a cámara cómo se encontraron y qué sintieron. Lo hacen alegres, recordando la sorpresa de sus vidas: a los diecinueve, un cúmulo de casualidades hizo que descubrieran que no habían llegado al mundo solos como la mayoría.

Pero no fueron dos, eran tres: tres muchachos iguales, criados en entornos muy diferentes, a los que su mutuo hallazgo les cambió la vida. Hacen memoria, en primera persona y junto a sus padres, esposas y amigos, pero echamos de menos el testimonio del tercero: es entonces cuando una anécdota curiosa pasa a convertirse en un thriller, quizá cercano al terror psicológico, pero no ficticio.

No conocemos demasiados documentales recientes que cuenten con el ritmo y el magnetismo de Tres idénticos desconocidos, de Tim Wardle: el relato, evocado por sus protagonistas, de lo que ocurre cuando unos trillizos, desconocidos entre sí hasta la adolescencia, cruzan por fin sus caminos y de los vericuetos sociales, legales e históricos que causaron su separación, inexplicable desde el punto de vista actual.

Su historia generó durante los ochenta mucha atención de los medios (habían nacido el 12 de julio de 1961 y se reunieron justo en 1980): los tres acudieron a programas televisivos, participaron en alguna película y concedieron entrevistas subrayando todo lo que los unía, que era mucho (más por fuera que por dentro), pero que también era, en buena medida, irrelevante.

Wardle ha logrado que nos pongamos en la piel de sus protagonistas al transmitir esa mezcla de euforia y extrañeza que experimentaron al dar con sus iguales, no una vez sino dos, pero también ha realizado un virtuoso ejercicio de dosificación de la información al adentrarse en los numerosos giros inesperados de ese relato que es su vida. Surgen el misterio, las dudas éticas, el cuestionamiento de pasados métodos científicos… la muy delicada presentación de los efectos de ciertos estudios psicológicos sobre la existencia y la personalidad de quienes, sin saberlo, estaban siendo sus cobayas.

Lo que parecía una historia con final feliz sobre el reencuentro de tres hermanos separados acaba siendo solo el inicio de otra, que tendrá muchas caras y en la que, como en la mayoría de las vidas en los márgenes de lo extraordinario y del cine, lo oculto y lo no resuelto acaban por explotar en forma de drama o tragedia. Los trillizos (se llaman Eddy Galland, David Kellman y Robert Shafran) compartían genes y lo que implican, pero los ambientes en los que se movieron durante sus primeros veinte años de vida no podían ser más distintos y acabaron surgiendo las diferencias.

Les gustaban los mismos cigarrillos y los mismos deportes, tenían en común gestos e incluso palabras, pero no formas de ser, maneras de vivir. En lo que no se parecían era en lo más íntimo y también en su educación, de modo que el documental termina haciendo partícipe al espectador del dilema eterno, puede que irresoluble, sobre lo que más nos define: sangre o circunstancias. Y sobre hasta qué punto una y otras nos dejan espacio para ser libres o no. La aparente frivolidad inicial da paso, paulatinamente, a la reflexión profunda sobre lo que a todos nos importa.

“Tres idénticos desconocidos” nos hace disfrutar y nos inquieta desde el principio, pero sus fragmentos que más nos atrapan son los dedicados a los vericuetos psiquiátricos de su caso, que fue también el de otros gemelos de su generación en Estados Unidos.

Tres idénticos desconocidos

 

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