Pío Baroja y la novela en la que cabe todo

17/03/2020

Una y otra vez asociamos a Pío Baroja a la Generación del 98, pero él, irredento individualista, siempre se resistió a etiquetas. Estudió Medicina, aunque apenas la ejerciera, y viajó por España y Europa extrayendo de esos viajes experiencias para sus novelas: el suyo fue un espíritu científico, inquieto y solitario.

Podemos decir que se adelantó al existencialismo presente en la novela de postguerra, española y europea, y también al teatro del absurdo, pues su visión de la vida tiene poco que ver con el placer y mucho con la imposición cansada. Si nos detenemos a estudiar los rasgos existencialistas presentes en su obra narrativa, debemos fijarnos en la técnica narrativa y en la gravitación de sus personajes entre la acción y la abulia.

El escritor vasco defendió un tipo de novela abierta, sin premeditación estructural: afirmó que este género era un saco en el que cabía todo. La composición de estas obras debía obedecer a la intuición, a la inconsciencia de un creador nato que relata sin plan un cúmulo de acontecimientos. Su postura era contraria a la que defendía Ortega y Gasset, que proponía una novela estructurada sobre bases definidas, de personajes y acción reducidos.

Pío Baroja y la novela en la que cabe todo

En las de Baroja, multitud de seres y acontecimientos prenden en el fluir de la vida: Hay que reconocer, decía Baroja, que el oficio de novelista no tiene metro. Abogó por la improvisación y la libertad para estructurar a su antojo las unidades de la narración; las suyas son abiertas y permeables. Le interesaba narrar la existencia de sus personajes como la propia vida es: discontinua y zigzagueante, a la medida de los impulsos que nos mueven.

Las figuras principales se pierden a veces entre numerosísimos personajes secundarios que diluyen la actuación de aquellos en la acción colectiva. De hecho, podemos hablar de personajes grupales, como un río vital, que se reparten por las distintas esferas y oficios encomendados, adelantando las visiones totalizadoras de los novelistas de postguerra: Cela y La colmena, Luis Romero y La noria… Baroja es el capitán de un barco que observa impasible a su comunidad: no experimenta, mira. En esa estela, Cela dijo: Los escritores roturamos el monte que nos toca y levantamos acta de las incidencias.

En cuanto a su atención a la acción, podemos decir que la diversidad de acontecimientos, hechos, historias, folletines… puede aturdir al lector, como ruedas dentadas que buscan encajar las unas con las otras. Decía Julián Marías, cientos, miles de personajes y personajillos, cada uno con su vida, su drama, sus ambiciones, sus dolores, sus miserias, su ridiculez, sus vicios, sus amores escondidos y casi avergonzados. Historias, historias, historias. Y un ir y venir, agitarse, conspirar, intrigar, mentir, arrepentirse, sentarse al borde de un camino.

Pero esa sucesión vertiginosa de seres y tramas, impulsiva, configura por su forma una actitud vitalista: la captación del vivir, de existencias, no de esencias. Esa forma de narrar se acomoda a los postulados de la mencionada novela existencialista, y a ello hay que añadir la utilización de un vocabulario directo y fresco, incluso a veces agramatical, como no podía ser de otra forma en historias que quieren acompasarse al fluir natural de la vida.

Sin planificación premeditada, con el tiempo Baroja agruparía las novelas en trilogías. Aparte del estilo, las cohesionan el ambiente y el ritmo; el primero se explica por su preferencia por ciertas localizaciones; el segundo, por un dinamismo existencial que supone casi un vendaval.

D.L.Shaw afirmaba que existen tres fases en la evolución de Baroja: una primera vitalista, en la que explora la posibilidad de encontrar una finalidad en la existencia, no en una vida futura en la que no creía, sino en la vida misma como absoluto último; una segunda, correspondiente a Memorias de un hombre de acción (una larga serie de novelas históricas que tratan sobre todo del espía y aventurero Aviraneta, pariente lejano del mismo escritor) y una tercera, la de la búsqueda de la calma absoluta, polo opuesto a la primacía de la acción en sus inicios.

El punto de partida del conjunto de su producción es el individualismo, que tiene mucho que ver con su contexto ambiental, social y político pero también con su personal retraimiento: pajarraco del individualismo, se llamó a sí mismo. Además de una necesidad personal, la soledad era para él una posición filosófica y se dirigió a la sociedad con la actitud crítica del que posee la independencia de su yo. Examinándose a él, y a los demás desde la distancia, concluyó que el hombre es un animal dañino, envidioso, cruel, pérfido, lleno de malas pasiones.

En ese mundo engañoso solo encontró una idea clara: la voluntad inevitable de vivir, bajo la influencia de Schopenhauer. Pero vivir en un contexto así exige algún tipo de pacto: el suyo es el del escéptico, el del que no cree en nada. Ese estar aquí contra todo se traduce en la asunción intensa del estar (la acción) o la retirada (la abulia). No es el hombre de acción, el superhombre de Nietzsche contra el hombre tranquilo de Schopenhauer; son la marcha y el regreso de los héroes de Baroja, personajes inadaptados, en lucha contra el ambiente, frustrados antes que vencidos.

En algunas de sus novelas predomina la justificación de la acción por ella misma, resultando sus actores personajes erráticos, sin orientación, como Zalacaín el Aventurero, Paradox, Shanti Andia y, sobre todo, el propio Aviraneta. En otras, el dinamismo vital sucumbe ante la aceptación apática de la existencia: es el caso del Fernando Ossorio de Camino de perfección, el Andrés Hurtado de El árbol de la ciencia o el Manuel de La lucha por la vida.

La última etapa de Baroja llevó a extremos casi absolutos esos mecanismos de la acción y la abulia. Ante una realidad degradada, solo cabe la habilidad y la astucia, el desafío del más fuerte: ese es el comportamiento de Aviraneta. Pero también cabe la pasividad más radical, esa ataraxia, la del Munguía de La sensualidad pervertida o el Larrañaga de Agonías de nuestro tiempo.

La mayor acción o la mayor quietud se proponen como soluciones que cierran el absurdo del círculo que siempre comienza y termina. La vida es ansí.

 

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