NUESTROS LIBROS: Sóniechka

29/09/2022

Se editó por primera vez hace 25 años y Anagrama lo publicó en castellano, en traducción de Marta Rebón, en 2007, pero la reciente concesión del Premio Formentor a Liudmila Ulítskaya ha venido acompañada de la reedición en Anagrama de su novela, breve y poética, Sóniechka, un caramelo de poco más de cien páginas que habla de lo trascendente en lo humano, del pasado y del presente de la sociedad rusa, en una prosa tan sintética como deudora de los mejores fabuladores.

En un estilo sencillo que parece tener todo que ver con la personalidad de la protagonista, a la vez inocente y sabia, Ulítskaya narra el paso de los años por la vida de Sóniechka desde que, recién entrada en la juventud, hizo de los libros el centro de su vida hasta que, en su vejez y ya viuda, vive sola en un piso corriente, intentando ayudar a salir adelante a su hija, de carácter difícil y sumida en una relación que también lo es, y a una amiga huérfana de esta, a la que adoptó maternalmente y que terminó convertida en la amante y musa de su marido.

Muy tempranamente conoce la protagonista todo tipo de reveses, especialmente materiales pero también formas de soledad en compañía, y a ellos responde con resignación, esa que tanto achacamos a la población rusa en todo tiempo, pero también con la entereza de quien no permite que la pobreza, la pena o las deslealtades manchen su entusiasmo: cultivando una felicidad propia que tiene que ver primero con sus lecturas, después con el amor y, más tarde, con una madurez espléndida que no necesita de belleza, ni de reconocimiento, ni de más mirada que la propia. Sóniechka no demanda sus dichas a la vida ni espera de otros que se las concedan, sino que adapta su bondad natural a los acontecimientos, cuando estos son felices y también cuando podrían conducirla a la desesperanza: en lo cotidiano encuentra todas las formas de goce desde que forma una familia con Robert Viktorovich, intelectual mucho mayor que ella, que ha podido conocer Europa y también la dureza de los campos de trabajo; ella lo califica como el más feliz de los desventurados. Una biblioteca los unió, pero los libros se evaporaron para ella a raíz del nacimiento de su hija, en tiempos de hambre aguda.

Su personalidad práctica se contrapone a la de esta joven, Tania, y a la de su amiga polaca Yasia, que parecen encarnar en la novela tres modelos femeninos: el de Sóniechka, que no pelea con las durezas de la existencia sino que fluye con ellas; el de su hija, que da primacía al placer frente a la abnegación que en casa conoce y el de aquella muchacha adoptada, del todo sola y necesitada de cobijo, que se vale de su belleza para atraer a los hombres, encontrando cariño en el deseo o confundiendo ambos.

Las experiencias narradas por Ulítskaya son tan corrientes y tan extraordinarias como las vidas de tantos y discurren parejas, de forma a veces explícita y otras no tanto, al devenir de Rusia en el siglo pasado: a las carestías y prohibiciones que azuzaban las necesidades de esta familia o les daban algunos periodos de cierta bonanza. Todo cambió a partir de la muerte de Viktorovich, ese artista parco en palabras, sensible y avanzado en lo político y cultural, cuya vida íntima, sin embargo, se pareció mucho a la de tantos más vulgares y no fue siquiera reprochada. Su marcha fue seguida de la separación de esas tres mujeres y podemos suponer que coincidió en el tiempo con el fin de la Unión Soviética; esta es una de esas novelas cuyas historias individuales contienen multitudes.

Somov. Sleeping woman in blue, 1903. Galería Tretiakov, Moscú
Somov. Sleeping woman in blue, 1903. Galería Tretiakov, Moscú

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