NUESTROS LIBROS: El final del affaire

13/12/2019

Graham Greene. El final del affaireCon tus grandes planes nos destrozas la felicidad igual que una cosechadora destroza el escondrijo de un ratón. Te odio, Dios, te odio como si existieras.

Una de las reediciones más interesantes de este año nos la trajo Libros del Asteroide, en forma de la que es tenida por la mejor novela de Graham Greene: El final del affaire, que algunos puede que conozcan por sus dos versiones fílmicas, separadas por más de cuarenta años y titulada la primera Vivir un gran amor. La segunda, protagonizada por Julianne Moore y Ralph Fiennes, se ha llevado justamente a la portada del libro, traducido esta vez por Eduardo Jordá y con un epílogo de Mario Vargas Llosa valioso porque aporta claves de la trama, y de la literatura de Greene, pero también apuntes técnicos sobre las razones que hacen de este un relato casi milagroso sobre pasiones humanas y fe.

Una historia de amor a dos bandas es el marco en el que Greene elige situar uno de sus más ricos y bellos textos sobre la duda religiosa y el desafío de desarrollar una espiritualidad propia pero respetuosa con los cánones en nuestra época y, muy especialmente, en el contexto desesperanzado del fin de la II Guerra Mundial: es en 1946 cuando sitúa el inicio de la novela y el encuentro casual de un escritor ajeno a modas (Maurice Bendrix) y el marido de su antigua amante, el diplomático Henry Miles. Ella, Sarah Miles, es seguramente el personaje femenino más brillante del autor de El factor humano, el que ha abordado con mayor profundidad: la esboza primero infiel, sin más, y progresivamente hace de ella el sujeto más complejo de esta historia y de casi toda su producción; una mujer de pasado brumoso, sumida en dudas y movida por la mejor de las voluntades.

Greene lleva a su espalda la etiqueta simplificadora de “escritor católico”, pero, a tenor de su biografía y de su misma literatura, podría compartir muchas de las reflexiones de Sarah, como el cuestionamiento continuo tanto de la religión como de sus propios actos personales y la búsqueda de paz para sí misma y, sobre todo, para quienes teme hacer daño. Salpican esta novela, cuyas indagaciones en los retos de llevar la fe a la vida diaria y en las dificultades de creer en lo que no se ve tienen un corte mucho más unamuniano que proselitista, pensamientos lúcidos a cargo de Bendrix, y de la amante a la que recobra y ahora persigue, sobre asuntos universales; decíamos lúcidos seguramente porque surgen tras encontrarse acorralados en situaciones y penas sin aparente salida: divagan en torno a la carga vital arrastrada tras el paso de la mediana edad, las posibles maniobras cuando el amor no falta sino que sobra y resulta igual de inmanejable, o sobre una empatía que también retrata Greene cuando es completa y cuando no existe.

Y, claro, se adentra asimismo en lo que significan y provocan los celos, el amor propio y las falsas apariencias: no solo Sarah, en realidad, se convierte en lo contrario de lo que en inicio parecía al paso de las páginas; su marido, aparente símbolo a lo largo de la trama de todo lo que la convención supone, tipo abonado a la rutina e incapaz de asumir riesgos, nos ofrece en su desenlace alguna de las mayores sorpresas del texto, pleno de matices, luces y sombras, vida y muerte codo a codo, santidad o magia.

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