Manchester frente al mar, el duelo que nos devora

14/02/2017

Manchester frente al mar.Hay una forma de ser desapasionada y una expresión sin expresión que conocen bien los que no esperan nada o casi nada del día a día, porque la vida ya les ha demostrado que es mejor ni tener esperanza ni hacerse demasiadas ilusiones. Gente que se deja estar por estar y que tiene sus motivos.

Es el caso de Lee, el personaje que interpreta Casey Affleck con una veracidad que asusta en Manchester frente al mar: se trata de un hombre al que la vida deshaucia, al que le aprietan pero no le ahogan y quizá sienta que ese es el problema. Trabaja, sin entusiasmo propio ni incentivos ajenos, como conserje y arreglalotodo para varios bloques de viviendas; a veces aguanta los desaires ajenos y otras, de una forma que parece casi voluntaria y sin despeinarse demasiado, decide que ya es hora de reaccionar, violentamente aunque sea. No le interesa hablar ni que le hablen y en su soledad reside su comodidad.

Tras mostrarnos el rostro impasible del personaje, el director y guionista Kenneth Lonergan nos explica las causas de su personalidad en sucesivos flashbacks insertados con un manejo impecable de la oportunidad. Y es posible que si fuera el propio Lee el que nos las contase en voz en off, las imágenes que rescatase no difirieran demasiado de las que Lonergan decide mostrarnos: arrastra un pasado extremadamente duro, tanto que no hace falta recrearse demasiado en él para que el espectador se haga cargo del dolor y la culpa acumulados y de la asepsia de Lee.

Llegados aproximadamente a la mitad del filme, sabemos que perdió a sus tres hijos pequeños en el incendio de su casa, un incendio provocado por un accidente estúpido del que él es responsable. El Lee anterior a la tragedia, que buscaba el calor familiar al llegar a casa, no se parece en nada al de después, que no busca calor ni frío y que ha cambiado de mirada y de tono de voz.

Es una nueva muerte (quizá un caso de tiempo circular) la que le obliga a reaccionar: su hermano, enfermo del corazón y ejemplo de alegría vital, fallece dejando un hijo adolescente del que Lee tendrá que hacerse cargo; una especie de trasunto juvenil de su tío que deja asomar su sensibilidad muy a cuentagotas. Como las desgracias nunca vienen solas, en unas familias más que en otras, la madre del chico, con problemas de adicciones, desapareció sin dejar rastro (para dejarse ver luego y embarcarse, porque la fatalidad no se quita con agua, en una relación enferma con un tirano).

Lonergan maneja con un tacto muy elogiable los códigos de una tragedia griega no por macabra menos creíble, y la evolución de cada uno de los personajes (fundamentalmente los de Lee y su ex mujer), presentada sin idealismos ni crudeza, nos habla de unos conocimientos psicológicos profundos y de una sensibilidad poco frecuente. Dones que seguramente le sirvieron para escoger un casting que parece muy difícil de mejorar.

Al margen de lo que los Óscars le deparen, Manchester frente al mar debería convertirse en un clásico.

 

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