Madre: perderse y hallarse buscando al desaparecido

26/11/2019

Los seguidores de Sorogoyen seguramente conocisteis el año pasado su corto Madre, que le valió un Goya y una nominación a los Óscar, y quizá también sabíais que el cineasta preparaba un largo a partir de aquel, con el mismo título y obviamente protagonizado también por Marta Nieto, como Elena, la joven que en la obra primera se angustiaba al saber que su hijo de seis años se encontraba solo en una playa francesa, con el móvil sin batería y acechado por un hombre, tras una probable negligencia de su padre.

En el desenlace del corto, Elena se marchaba a las Landas para buscar al niño, rechazando con vehemencia los consejos de su propia madre. Aquella intriga demandaba una continuación, aunque el director ha decidido no conducirla hacia caminos obvios (la inmediata búsqueda desesperada en las playas, en forma, quizá, de thriller de misterio), sino situar la acción una década después de la desaparición y plantear aquel traslado a Francia, y la posterior larga estancia allí, esperando noticias, como una suerte de viaje iniciático en el que la Elena jovial que conocimos al principio se nos presenta convertida en una sombra de lo que fue. En una mujer meditabunda con expresión normalmente ausente, aunque con una energía interior que se hace patente, sobre todo, cuando atisba alguna luz que podría conducirla hacia su hijo, que de seguir vivo sería ya un adolescente.

Uno de esos instantes se da cuando, entre un grupo de jóvenes que corren en la arena, distingue a uno que podría parecerse a su Iván e inicia con él una relación que se ha calificado, en muchos resúmenes de la película, como ambigua, pero que no tendría por qué serlo tanto si no nos empeñásemos en poner a todo etiquetas.

Madre. Rodrigo Sorogoyen

Se miran desde experiencias y lugares vitales muy distintos, no comparten intenciones ni futuro, pero ambos son importantes para el otro por diferentes razones y construirlas es tarea del espectador, que habrá de hilvanar ese relato más a partir de su propio bagaje emocional que del raciocinio: en ningún momento Sorogoyen nos da el trabajo hecho. Apreciamos también que, además de para el público, esa relación, sin nombre posible, entre Elena y Jean desata las suspicacias, e incluso la violencia, en la familia y los amigos de él y la pareja de ella: Madre incide en nuestra honda reticencia hacia lo no acostumbrado, lo que no entendemos a la primera; en nuestra tendencia a atribuir maldad a aquello que simplemente desconocemos. Y esa desconfianza no solo se advierte ante los lazos entre el adolescente y la madre que ha perdido a su hijo, también hacia ella misma, por el hecho de cargar con la desgracia y permanecer en la playa.

Decíamos que el viaje a las Landas de Elena tiene carácter iniciático por su descubrimiento, a través de alguna peripecia nocturna y extemporánea junto a los amigos de Jean, de que su juventud ya es terreno perdido, y por el cambio de actitud que experimenta hacia su expareja, el padre del niño perdido: de la acusación y el odio que, ante él, no puede contener al intento de conversación y el cierre de heridas.

Además de por la belleza de su fotografía, que incide en nuestro carácter diminuto y perdido ante esa playa que guarda y simboliza un gran misterio, Madre destaca por la interpretación soberbia de Marta Nieto, toda confusión cuando no encuentra clavo al que agarrarse y toda determinación cuando ha elegido un camino.

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