La librería: leer para no caer

05/12/2017

La librería. Isabel CoixetLos libros como refugio, como forma de vida y como antídoto contra la mediocridad son los protagonistas de La librería de Isabel Coixet, su adaptación de la novela homónima de Penélope Fitzgerald, una traslación al cine a la par fiel y personal, porque es muy respetuosa con el espíritu del texto pero también deja claro que la lectura es una pasión personal de la cineasta. Es fácil tener la sensación de que la protagonista, Emily Mortimer, podría ser su alter ego e incluso algunos de sus gestos, sobre todo en los momentos de incredulidad y fastidio, nos hacen recordar irremediablemente a la directora.

La trama seguramente sea una de las más sencillas y vitalistas de la filmografía de Coixet, sin ser por eso liviana: una mujer, Florence Green, que tiene en los libros su mejor y casi única compañía, decide abrir una librería en un edificio viejo y abandonado de un pueblo donde no abundan los lectores pero sí son algo más frecuentes los personajes con poder y mentes cerradas que no desean que alguien de fuera adquiera un lugar que consideran suyo; puede que os suene: personas de esas que prefieren que algo no funcione a que otros lo hagan funcionar y que no se sienten vivos si no es fastidiando, cuanto más mejor.

Esa maldad tiene su contrapartida en un anciano ávido de lecturas novedosas, sin miedo a Bradburys y Lolitas, cuya soledad le hace objeto de maledicencias, y en una niña que aún no ha desarrollado el gusto por los libros pero sabemos que lo hará, llevada por su cariño a Florence, que no la obliga a leer pero le hace buenas sugerencias.

Puede parecer una fábula con encanto de planteamiento simple, con sus buenos y sus malos (la pérfida Patricia Clarkson merece mención especial por su rostro de educadísima maldad), por eso comenzábamos diciendo que esta quizá sea una de las películas más plácidas de Coixet, pero que sea un deleite y un canto de amor a la lectura no implica que no podamos obtener de ellas lecturas trascendentes y con vigencia actual: la mirada torcida al diferente, el ansia de boicotear a quien prospera, la maledicencia como forma de entretenimiento (y de vida) o los prejuicios hacia las personas solas no son ni de otros lugares ni de otras épocas. Y es muy discutible que leer haga a nadie mejor persona, pero es posible que sí nos convierta en gente más respetuosa, discreta y abierta. Y, con toda seguridad, nos hace más independientes y difíciles de engañar.

No está mal que nos recuerden, y más en una pantalla, que leer nos cambia. Y ya se sabe que cambiar cada uno es un principio para todo lo demás.

Además, Coixet traza la historia con el ritmo suave, el tono evocador y una ausencia de ruidos y gritos que nos hacen pensar en el acto de leer, su calma y su pausa. Sus personajes son algo esquemáticos, sí, pero desvelan que quien lee tiene más de una vida y también un bálsamo a mano y que entre ellos pueden establecer relaciones muy fecundas aunque en lo personal no tengan muchas conexiones. Una película bella y delicada.

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