Si hay dos géneros al margen de la tradición clásica que ilustran la vigencia de patrones románticos en la música del s XX, esos son el jazz y el rock.
Desde su surgimiento a fines del s. XX, el primero encajó perfectamente con la estética romántica dado su carácter espontáneo, individual e improvisador; además, sus orígenes afroamericanos lo convirtieron en un aliado posible de los movimientos de liberación.
No obstante, durante décadas y pese a su capacidad de expresar las aspiraciones y el sufrimiento de una comunidad oprimida, el jazz fue parte importante de la industria del entretenimiento. Incluso Louis Amstrong o Duke Ellington trabajaban dentro de una estructura cultural sustentada en los valores de la jerarquía y el respeto; solo cuando la hegemonía internacional de la cultura estadounidense empezó a quebrarse después de 1945, los músicos de jazz se volvieron más ambiciosos en la teoría y la práctica.
Un ejemplo: en 1964, John Coltrane grabó en una sola noche su disco A Love Supreme con un cuarteto en el que él mismo se ocupaba del saxofón tenor, Wynton Kelly del piano, Elvin Jones de la batería y Jimmy Garrison del contrabajo.
A principios del año siguiente, cuando salió a la venta con una seria portada, las notas del disco estaban escritas por el propio Coltrane. Comenzaban así: Alabado sea el Señor, digno de todas las alabanzas. Sigámoslo por el camino recto. Sí, es verdad: buscad y hallaréis. Solo por medio de él podemos llegar a conocer el legado más maravilloso.
A continuación, Coltrane explicaba que ofrecía su música como un intento de decir “Gracias, Señor” por haberlo rescatado del barrizal en el que lo había sumido su adicción a la heroína y el alcohol. En realidad, su conversión se había producido siete años atrás, pero el “enderezamiento” de sus costumbres no había sido un camino fácil.
Las notas incluían también un poema titulado también A Love Supreme en el que, de nuevo, daba gracias a Dios por respirar suavemente a través de la especie humana y daba sentidas muestras de gratitud. Coltrane había colocado ese poema en el atril para que le sirviera de inspiración en las improvisaciones que forman Pslam, la cuarta y última parte de la suite.
Esas palabras eran el único material escrito que manejó en la sesión, pues Coltrane había buscado los sonidos que quería solo movido por la intuición. Algunas semanas antes, le había contado al crítico Nat Hentoff que seguía investigando ciertos sonidos y escalas sin estar muy seguro de lo que buscaba, solo sabiendo que sería algo que nadie hubiera tocado nunca: no sé lo que es. Sé que albergo ese sentimiento cuando me invade.
Parece que el nacimiento de su hijo terminó de darle la inspiración necesaria. Tim Blanning cuenta que su segunda mujer, Alice, recordaba que el músico se encerró en una habitación del piso de arriba de su casa, solamente acompañado por su saxofón: Cuando salió, fue como cuando Moisés volvió de la montaña, así de bello. Al bajar, en su rostro había alegría, paz, serenidad. Yo le dije: cuéntamelo todo, no te hemos visto en cuatro o cinco días. “Es la primera vez que he recibido toda la música que quiero grabar, una suite. Es la primera vez que todo, absolutamente todo, está listo”.
Cualquier artista romántico, sea cual sea su disciplina, podría haber firmado estas confesiones de Coltrane sobre sus aspiraciones: Mi propósito es vivir la genuina vida religiosa y expresarla en mi música. Si vives esa vida, cuando tocas no surge ningún problema, porque la música es parte de todo lo que hay. Ser músico no es cualquier cosa. Es algo que cala muy, muy hondo. Mi música es la expresión espiritual de lo que soy (…) Cuando empiezas a ver las posibilidades de la música, quieres hacer algo realmente bueno por la gente, ayudar a la humanidad a liberarse de sus ataduras (…). Quiero hablar a sus almas.
A un entrevistador francés que preguntó a Coltrane si era posible improvisar empleando el sistema dodecafónico de Schönberg, el músico le contestó también de forma estrictamente romántica: Al diablo con las reglas, lo que cuenta es el sentimiento.
Probablemente hubiese ofendido a Stravinski, pero al igual que unos pocos compases de Wagner hacen olvidar sus teorizaciones más densas, la música asombrosa de Coltrane puede desconcertar al más cínico. Durante poco más de media hora (treinta y dos minutos y cincuenta segundos de inspiración), Coltrane y sus tres compañeros crearon una de las piezas maestras del siglo pasado.
Pese a lo exigente que A Love Supreme es con quien escucha, toca enseguida en el público una fibra poderosa y duradera, sensible pero a la vez intelectual. A finales de la década de los sesenta, había vendido más de medio millón de copias y despertó un entusiasmo que aún se mantiene en muchos.
Las ideas religiosas de Coltrane eran tan profundas como imprecisas: no pertenecía a ninguna religión concreta ni suscribía ningún credo, creía en todos los dioses. Su capacidad para combinar una introspección profunda y una visión trascendental fue lo que dotó a su música de un atractivo fuerte y perdurable.
Hay quien ve en A Love Supreme una prueba de la validez de la contundente afirmación de Wagner de que “la música está más dotada que una religión senil sin poder ya sobre el público” para satisfacer las aspiraciones espirituales de una sociedad que ya avanzaba hacia la secularización.
Así se refería Bono (U2) a A Love Supreme: Estaba en lo alto del Grand Hotel de Chicago, en una gira de 1987, escuchando A Love Supreme y aprendiendo la lección de toda una vida. Un poco antes, había visto a unos telepredicadores rehacer a Dios según su propia imagen: pequeño, mezquino y avaricioso. La religión se ha convertido en el enemigo de Dios. Pensé que la religión era lo que quedó cuando Dios, como Elvis, se fue de casa. Desde los primeros recuerdos que guardo de mi vida, he sabido que el mundo serpenteaba en una dirección opuesta a la del amor y que yo también estaba atrapado por su curso. En este mundo hay mucha maldad, pero la belleza es nuestro premio de consolación: la belleza de la voz aflautada de John Coltrane, su carácter susurrante, su sabiduría, su sexualidad velada, su elogio de la creación. Así fue como empecé a encontrar sentido a Coltrane. Dejé que la música se repitiera una y otra vez y me quedé en vela escuchando a un hombre que se volvía hacia Dios con el regalo de su música.