Ignacio Aldecoa, otro neorrealismo

12/07/2019

Ignacio AldecoaEl próximo 15 de noviembre se cumplirá medio siglo de la muerte de Ignacio Aldecoa: solo tenía 44 años y se lo llevó por delante un paro cardiaco. Fue, por tanto, mucho lo que le quedó por escribir, pero también poderoso lo que dejó narrado y vamos a hacer un repaso breve que sirva de invitación a la lectura.

Junto a Rafael Sánchez Ferlosio, Carmen Martín Gaite o Fernández Santos, cultivó un realismo crítico caracterizado por la preocupación por problemas humanitarios, más allá del compromiso político, y por un uso abundante de los recursos del lenguaje que distanciaban sus obras de los postulados estéticos, más sencillos, del realismo social entonces en boga.

Con más o menos fortuna, se ha relacionado la producción de Aldecoa con el neorrealismo, mientras que a Sánchez Ferlosio se lo estudió en la corriente behaviorista, a Martín Gaite en relación con la novela de corte tradicional y a Fernández Santos como superador del realismo social.

Debido en parte a su muerte temprana, pero también a su propia concepción de la literatura, el escritor vitoriano buscó ahondar en el centro de sus protagonistas, de lo humano, modas al margen y sirviéndose de un lenguaje contenido. Decía Gaspar Gómez de la Serna que lo que polarizaba su atención era “la dramática situación personal del hombre socialmente situado en indefensa soledad y en inferioridad de condiciones ante la vida”; para muestra, el Santiago Vázquez en permanente huida de Con el viento solano.

Quiso organizar su producción en trilogías y comenzó publicando, en 1954, El fulgor y la sangre: su trama se construye sobre la noticia de la muerte de uno de los seis guardias civiles que forman el destacamento de una casa cuartel. En torno a la incertidumbre que siempre siembra la muerte, las mujeres del resto de los guardias (solo uno de ellos es soltero) reconstruyen la historia de sus vidas y desvelan sus circunstancias difíciles y lo que implica el cumplimiento del deber, una responsabilidad que marca el día a día de todos.

El tema de los gitanos es tratado en la citada Con el viento solano (1956), segunda parte de la trilogía. Tras cometer un homicidio, Santiago Vázquez huye de su pueblo y de sí mismo hasta ser capturado, encontrándose en el camino con gente de todo pelaje. Más que los problemas sociales de un colectivo marginado, a Aldecoa le interesa profundizar en la dimensión psicológica de un fugitivo y también en esta novela cultiva el suspense.

Si El fulgor y la sangre se articulaba en el arco temporal preciso de unas cuantas horas, Con el viento solano transcurre también en un tiempo preciso: una semana.

Gran Sol (1957) es la única novela de esa trilogía que quiso dedicar al mar. En ella relata la expedición de un pequeño barco pesquero, mostrándonos las crudezas y los sinsabores de la vida marinera de quienes se dedican a esa actividad. También en este relato gravita una muerte: la del patrón, Simón Orozco. Se esforzaba Aldecoa en pintar la vida vibrante para subrayar su contraste con el fin, esas dos caras de todos: color y muerte.

Su última novela está datada dos años antes de la suya: situó Parte de una historia (1967) en una isla del Atlántico, frente a la costa sahariana. La sencilla vida de un pueblo marinero se ve turbada por la llegada de forasteros, cuatro americanos y dos ingleses, con modos de vida y costumbres que contrastan con los de los isleños. Finalmente se marchan, tras una nueva muerte: la de Jerry en el mar. De nuevo puso a prueba Aldecoa su buen hacer recreando ambientes muy distintos.

Además, el marido de Josefina Aldecoa fue autor de cuentos de primer nivel. Escribió muchos, en relación con los temas que había anunciado que desarrollaría en sus trilogías que no llegaron a ver la luz. Justamente Josefina los recopiló en una antología, distinguiendo seis bloques temáticos: trabajo, guerra, burguesía, los condenados, los viejos y los niños y los seres libres.

 

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