Dobles vidas: de dónde venimos, adónde vamos

09/05/2019

Todo está cambiando en el universo de la edición, y en el del cine, pero no sabemos en qué dirección ni si este panorama de transformación constante que tiene, en buena medida, su germen en Internet, lleva camino de convertirse en perpetuo. Entretanto, lo discutimos, pontificamos como si en nosotros habitaran todas las respuestas e intentamos sobrevivir en la jungla sin que nos roben nuestro queso.

Ese es el punto de partida y también el desarrollo (y asimismo, el desenlace) de Dobles Vidas, el último filme de Olivier Assayas, que ha convertido esa evolución desconcertante de nuestros modos de leer y de mirar en un relato sobre la confusión, sentimental e intelectual, de dos parejas enlazadas por el negocio y el ocio, por la infidelidad. Llevar al cine el asunto de nuestra posible, o demostrada, superficialidad a cuenta del uso constante de las redes sociales y de nuestras lecturas más escasas y menos profundas parece díficil sin caer en la completa comedia o el drama, pero Assayas, que aborda en sus películas casi por costumbre asuntos que entendemos como propios de la sociedad posmoderna (el consumismo, la multiculturalidad o el uso de la tecnología como herramienta para relacionarnos), solventa con brío la papeleta.

Dobles vidas. Olivier Assayas

Enlazando los desafíos de la autoficción literaria y sus excesos de honestidad con la verdad del cine (atención a la escena en la que la actriz interpretada por Juliette Binoche rueda una escena de acción, para una serie televisiva, en la que solo un corten nos avisa de que nos encontramos en un rodaje dentro del rodaje), Assayas se refiere, y de ahí el título de esta obra, tanto a lo real de nuestra vida y su proyección en la escritura o los medios audiovisuales, como a la doble vida de quienes engañan a sus parejas: esa actriz a la que da vida Binoche es esposa de un editor (Guillaume Canet) que venía publicando la obra de un escritor (Vincent Macaigne) cuyo éxito declina, y también es amante de este último, quien, valiéndose de cambios de nombres y ligeras transformaciones de lo real, lleva su común historia a sus textos. El autor engaña igualmente a su pareja, una equilibrada asesora política (Nora Hamzawi) que también es experta en manejar el narcisismo de su novio, pero, sin embargo, cae en las redes de las apariencias a la hora de aconsejar a sus clientes.

El editor cierra el círculo y tampoco queda despeinado al vivir una aventura con la joven experta en comunicación digital que contrata para revitalizar su empresa (Christa Théret). La que fuera musa de Renoir en su reciente biopic nos traslada aquí apocalípticas predicciones sobre el fin de los libros en papel que no nos inquietan más, precisamente, porque su contundencia las acerca a lo inverosímil. El enredo sentimental se desarrolla (como en casi toda película francesa donde el amor aparezca, ya sabéis) con extrordinaria naturalidad y civismo, con disfrute y filosofía.

Sin embargo, el peso de la película no reside en esas correrías sentimentales, sino en los debates, en pareja o en grupo, sobre el futuro del libro y el imperio de lo visual que salpican cada encuentro entre los protagonistas. Se produce así un equilibrio delicado entre lo frívolo y lo profundo sin el que no quizá no hubiese sido posible lograr el ritmo narrativo del filme, que aborda asuntos múltiples desde puntos de vista también múltiples: en secuencias alternativas, lúdicos y sesudos. Tampoco los miembros de las parejas protagonistas admiten definiciones fáciles: por momentos, transmiten egoísmo o soledad, genialidad o hipocresía.

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