NUESTROS LIBROS: Dejádselo a Psmith

06/07/2018

-¿Entonces, quiere decir que me ha dado usted el paraguas de otra persona?
– Desgraciadamente me había olvidado de coger el mío al salir de casa.
– En la vida me ha pasado cosa igual.
– Socialismo puro puesto en práctica. Otros se contentan con hablar del reparto de la propiedad. Yo voy por el mundo poniéndolo en práctica.

Mucho tiempo habéis tenido que vivir encerrados en una cueva para no conocer algún personaje absolutamente vago, feliz de haberse conocido, que no hace nada más que lo que le apetece y que merece muchos bofetones y, sin embargo, recoge básicamente… flores. Todo le sale bien. Ese es Psmith (con p artificial, porque un apellido común no era para él), el protagonista de algunos de los libros más atractivos de P.G. Wodehouse, entre ellos Dejádselo a Psmith. Pero antes de pensar terriblemente mal de este buscavidas vestido de Tom Wolfe, tenéis que saber que… es también encantador, de serpientes, porque sabe dar y decir a cada uno lo que le conviene: un seductor de manual con el agravante de que tiene la suerte de estar en el lugar preciso en el momento oportuno.

P.G. Wodehouse. Dejádselo a PsmithWodehouse, muy bien conocido en Inglaterra y menos de lo que debiera fuera, dedicó su obra literaria a las clases altas británicas de las primeras décadas del siglo pasado, sobre todo a las que contaban con grandes haciendas campestres, se deleitaban con la jardinería y mandaban catalogar, de cuando en cuando, sus estanterías. Psmith, vividor de trasero inquieto y tan escaso de recursos como sobrado de estilo y chulería, protagoniza, como decimos, varias de esas novelas, y en esta de la que os hablamos hoy busca oficio tras haber abandonado un negocio familiar de pescado porque los olores, como los apellidos proletarios, no van con él.

Lo tiene difícil, por su falta de experiencia en cualquier cosa –que él maquilla con garbo– y porque su estupenda apariencia no hace pensar a nadie que ese joven necesite un empleo. La búsqueda no puede ser necesariamente ardua, y dejándose llevar por su atracción por una joven bastante más virtuosa que él y por un joven que desea robar un valiosísimo collar de perlas de una tía, acaba en la mansión de los Blandings (que tuvo serie en la BBC, con nada menos que Timothy Spall Turner).

Con ciertos sudores para averiguar qué es la pálida parábola de Alegría –solo ciertos, porque los Psmith del mundo no sudan–, y una fe sin límites en sus capacidades, se hace pasar por un poeta al que esperan allí, tratando de ganarse la simpatía de todos, que es su gran talento. Un mayordomo suspicaz no se fía, él no es el único farsante del lugar que anda tras el collar de 20.000 libras y… la muchacha de la que andaba enamorado no es tan virtuosa como parecía, sino la cómplice del robo. Pero todo da igual, porque a Psmith, que a fuerza de no ser útil para nada sirve para todo, la jugada le sale bien.

La trama de esta historia encaja perfectamente con las de las screwball comedies hollywoodienses: el humor es casi continuo, y a veces se convierte en ironía y en disección de la naturaleza humana, y también hay intriga, amistades, amores, historias de ladrones y macetas voladoras.

Personajes que no parecían tener ninguna conexión y relatos dispersos terminan encajando aquí como piezas maestras de un puzle, del que no podemos extraer conclusiones sesudas pero con el que es muy difícil no divertirse. Como muchos de sus personajes, Wodehouse es autor elegante y de ojo sagaz, con el talento de trasladarnos la personalidad de sus criaturas en cuatro supuestos detalles definitorios. Y eso que, entre todos, componen un friso maestro de la extravagancia.

Comentarios