Custodia compartida, el terror tras el divorcio

26/04/2018

Custodia compartida. Xavier LegrandAntes de haberla visto, Custodia compartida podía parecernos una de esas películas a las que un título más creativo podía haber hecho un gran favor (pensábamos lo mismo de La adopción, El amor es más fuerte que las bombas o Sin amor), pero una vez “disfrutada” con el alma en vilo retiramos lo dicho: ese título responde al meollo de la reflexión que quiere transmitir el director Xavier Legrand, que inicia este filme con lo que en circunstancias más convencionales sería un final (un divorcio) para plantear a partir de él lo que en tantas familias y parejas no es el epílogo sino el mantenimiento, o incluso el comienzo, de infiernos vividos por fascículos que parecen no agotarse nunca.

En esa primera secuencia el público conoce de la expareja lo mismo que la juez que debe decidir sobre la custodia de uno de sus hijos, el único menor de edad: el padre cuenta con empleo y la madre no; los chavales reniegan de su padre y no quieren volver a verlo, él dice estar preocupado por ellos y por su educación y desea mantener el contacto por el bien de los chicos. Las abogadas son fríamente eficaces en la defensa de las posturas de cada uno y la letrada señala tras sus intervenciones que solo le resta decidir quién de los dos miente más.

Su veredicto es la anunciada custodia compartida y es entonces cuando descubrimos cómo fue el principio que se nos omitió (el miedo continuo y la ausencia de libertad ante un marido/padre controlador y amenazante) y cuál es el presente que ocasiona la decisión de la juez, ante la que el maltratador exhibió, como hacen los de su clase ante toda galería, su mejor cara. Ese presente es el de una prolongación de la anterior dictadura en forma de vigilancia absoluta hacia los chavales y su madre, con la diferencia de que ahora es el crío de once años su herramienta para ejercerla, un mero objeto al servicio de sus celos.

Dos son los grandes talentos de Legrand al desplegar una trama que, pese a sernos desgraciadamente familiar, pocas veces se ha llevado a la ficción con el grado de verismo y pudor que él alcanza: el carácter redondo de la pareja protagonista (Léa Drucker y Denis Menochet), cuyas acciones y personalidades no son del todo previsibles, aspecto muy estimable dada la temática de la película, y el manejo brillante de humanidad, suspense y denuncia a la hora de desvelar la ingente violencia que este padre lleva dentro y las consecuencias que su nulo control de impulsos puede llegar a tener, facilitadas por esa custodia compartida inoportuna y dificultadas por la compañía, la familia y la vecindad, las terceras personas salvadoras cuando hablamos de maltrato.

Era fácil caer en los terrenos del thriller o del terror, pero Legrand consigue esquivarlos para situarnos ante un drama humano lo bastante poderoso como para requerir más calificaciones. Y solo es su primer largometraje.

 

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