Cold War: amor en guerra

18/10/2018

Cold War es la primera película de Pawel Pawlikowski en llegar a cines tras ese gran hallazgo, en forma de cine-poema, que fue Ida, la historia de una novicia adolescente que perdió a sus padres judíos en la II Guerra Mundial y buscaba reconstruir sus últimos días junto a una tía, atea y comunista, que era el polo opuesto a su inocencia pero con la que pudo descubrir formas de vida que desconocía…antes de decidir regresar a su convento. En esta nueva obra, Pawlikowski (que deja ver todo lo que quiere que sepamos a través de su cine, porque son muy escasos los datos biográficos suyos a encontrar en Internet) nos traslada a la misma época en la que ambientó Ida, los años inmediatos al fin de la guerra, para contarnos un relato totalmente distinto en su trama, aunque no tan lejano en las atmósferas y de nuevo en blanco y negro, porque en su cine el color solo podría restar expresividad.

Cold War. Pawel PawlikowskiLas autoridades de la Polonia soviética encargan formar un coro musical de tintes patrióticos a Wiktor, un aparente solitario con la sensibilidad necesaria para encontrar belleza en los cantos populares de los campesinos, entre rudos y conmovedores. Haciendo pruebas a los candidatos a ingresar en ese coro, nacido con fines torticeros pero con cualidades muy evidentes, conoce a Zula, una joven que no destaca por su voz ni su danza, y tampoco por su belleza indiscutible, pero que cuenta con el atractivo irresistible de los que no necesitan ninguna de esas nimiedades para atrapar a quien quieran. Le basta con cierto descaro: ni es tímida al mirar ni se avergüenza de su juventud complicada, en la que pasó por la cárcel por enseñar a su padre con un cuchillo lo que podía hacer con ella y lo que no.

Se desata entonces entre ellos el juego-tortura imbricado de toda historia de amor turbulenta, en la que solo son medianamente sencillos los comienzos. Pawlikowski sabe captar, con una maestría rara pero imposible de pasar por alto, los puntos álgidos y aquellos en los que todo, aparentemente, se derrumba. Se vendría abajo si no fuera porque la unión entre Wiktor y Zula es lo suficientemente robusta para soportar los años de ausencia y también lo bastante pasional para no resistir los días compartidos, mucho más escasos.

Ese relato de una relación en la que los enamorados no pueden quedarse ni marcharse, contada desde la mirada única de Pawlikowski, resultaría única aunque la contextualizara en la calma de un verano en la costa sin accidentes, pero Cold War no es una película sin peros solo por esta historia que no necesita aderezos, sino porque a través de esta crónica de lo personal nos habla del endiablado panorama en Centroeuropa entre los cuarenta y los sesenta. Wiktor y Zula son víctimas de un tiempo que los condena a cruzar fronteras, a no poder experimentar libertad ni siquiera íntimamente y a deambular desesperanzados, frustrados por no pertenecerse a sí mismos sino a las naciones.

Como muñecos guiados por un dios cruel, parecen luchar por su supervivencia, individual y como pareja, desde la conciencia de que el futuro estable, y la continuidad, no son para ellos y para su época. Y no por eso los actores protagonistas, ambos de un magnetismo muy poco usual (Joanna Kulig, Tomasz Kot), dejan de derrochar vitalismo: los imposibles siempre han sido seguramente los grandes motores.

Al margen de su talento, la película transmite una veracidad emotiva igualmente poco común: el director se la ha dedicado a sus padres y todo parece indicar que hay en esta trama algo más que alusiones a una historia personal. Y no nos hace ninguna falta saber más.

Cold War. Pawel Pawlikowski

 

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