Cine y mente: diez aproximaciones

02/04/2020

Hoy, 2 de abril, se celebra desde 2008, y a iniciativa de la ONU, el Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo, que tiene como fin sensibilizarnos a todos para mejorar la vida de quienes lo padecen. Coincidiendo con la fecha, y con el hecho de que esta vez nos encuentra a casi todos en casa, queremos proponeros revisar una decena de películas, clásicas y recientes, en las que se ha prestado atención, con mayor o menor profundidad, a enfermedades mentales o trastornos de la personalidad.

Haremos referencia a los patrones dominantes en sus protagonistas, aunque presenten rasgos propios de otras afecciones: ya sabemos que nuestras mentes no son compartimentos estancos.

EL CREPÚSCULO DE LOS DIOSES, 1950.
El hombre que cultivó todos los géneros y todos con enorme brillantez, Billy Wilder, retrató en el que es, quizá, el drama más importante de la historia del cine a una mujer absolutamente narcisista, incapaz de afrontar su decadencia profesional, su soledad y vejez. Norma Desmond (que, como ya revisamos en esta sección, ha tenido infinidad de fílmicas sucesoras) habita mentalmente en un un mundo paralelo en el que continúa siendo idolatrada cuando el espejo de la realidad solo le devuelve las atenciones de un joven e inexperto guionista que aspira a prosperar. Y las de un fidelísimo primer marido que ejerce el rol de ese acompañante paciente, y a ojos extraños patético o arrastrado, de tantos narcisos.

Desmond cree ser merecedora de todas las miradas y entiende que, si no lo es, se debe a la mediocridad ajena (Soy grande. Son las películas las que se han quedado pequeñas), pero esa supuesta autoestima blindada es un absoluto disfraz, hacia dentro y hacia fuera: nadie hay en este filme más frágil que ella. Porque su estabilidad depende siempre de la mirada del otro, de la adoración del resto; de un reconocimiento que se le resiste más cuanto más lo busca. Carece de la seguridad de quien conoce sus circunstancias y sabe estar solo.

El crepúsculo de los dioses. Billy Wilder
El crepúsculo de los dioses. Billy Wilder

UN TRANVÍA LLAMADO DESEO, 1951.
El histrionismo que desplegaba Gloria Swanson como la Desmond mientras descendía, en el desenlace de El crepúsculo, las escaleras de su mansión decrépita, estaba presente también en la Blanche DuBois de Elia Kazan en Un tranvía llamado deseo: de él se servía, y de un continuo victimismo que le ahorraba hacerse responsable de sus actos (Siempre he dependido de la bondad de los desconocidos), para embaucar a los Kowalski.

Su personaje, hay que recordarlo, lo había creado Tennessee Williams: arruinada, alcohólica y poco dada a reprimir sus impulsos sexuales, DuBois necesita sentirse el centro de atención de forma permanente para alimentar su ansia de cuidados. Obsesiva e insegura, necesita la compasión ajena, del mismo modo que un drogadicto su dosis, para aliviar una preocupación enfermiza por el fin de su juventud y su belleza. Habita, como Desmond, en un universo de fantasía del que no llega a salir al final de esta obra.

 

Días de vino y rosas. Blake Edwards
Días de vino y rosas. Blake Edwards

DÍAS DE VINO Y ROSAS, 1962.
Este filme de Blake Edwards cuenta una historia de amor entre una pareja interpretada magistralmente por Jack Lemmon y Lee Remick y entre estos y el alcohol. La bebida no es para ellos una afición, sino una herramienta para poder ver el mundo como un lugar luminoso y acogedor. Sus diálogos son hondos, su relación se cuece entre instantes conmovedores (nada más universal que el deseo de una existencia que pueda conllevarse y no sea oscura) y el espectador no puede sino empatizar con las ilusiones de unos personajes que se destruyen a sí mismos gracias al mismo vino con el que tratan de esquivar la infelicidad.

Edwards supo no ahorrarnos la sordidez propia de las consecuencias del exceso, pero también no recrearse en ella, y ni siquiera optó por regalar al espectador un desenlace alegre que no resultara verosímil. En todos estos filmes, pero de forma muy patente en este, se pone de manifiesto que la naturaleza humana es una y las aspiraciones de quienes caen o se mantienen a flote muy a menudo no son tan distintas.

TERCIOPELO AZUL, 1986.
Woody Allen dijo que este filme de Lynch fue la mejor película de su año, 1986. Nos sumerge el cineasta en un universo marcado por la pesadilla y habitado por personajes desequilibrados y ajenos a la ley. Lynch contó que se inspiró en la canción Blue Velvet de Bobby Vinton a la hora de bucear en la cara sucia de una sociedad aparentemente idílica, esa que también le interesó en Twin Peaks. Y todo empezó por la curiosidad.

En un barrio apacible y tranquilo, un vecino que riega su jardín descubre el horror: una oreja cortada rodeada de hormigas (surrealistas). A él le da un ataque al corazón, así que es su hijo el inocente que desciende a los infiernos para averiguar qué ha ocurrido y verse envuelto en un misterio insondable. En el camino halla a varias mujeres enigmáticas y al inolvidable Dennis Hopper, gángster con evidente psicopatía y cierta bipolaridad que encarna el mal y la posibilidad de todas las perversiones. Maravilla y retorcimiento.

RAIN MAN, 1988.
La de Barry Levinson podría ser la película más célebre protagonizada por un personaje con autismo (Dustin Hoffman), sujeto a los prejuicios de casi todos. Se ha elogiado tanto su interpretación como el tratamiento de este trastorno, aunque también se ha achacado a este filme la propagación del mito en torno a la inteligencia aguda de las personas con TEA: no se puede generalizar, como tampoco lo hacemos al referirnos a quienes no lo padecen.

En cualquier caso, Rain Man sí nos enseña que ante las personas autistas (como ante las que tienen otros trastornos o ninguno) el desconocimiento no puede implicar irritación, y pone de relieve la importancia de aceptar, también, la neurodiversidad.

 

UNA MENTE MARAVILLOSA, 2002.
El filme de Ron Howard que obtuvo cuatro Óscars, además de cautivar a muchos por la mejor interpretación en la carrera de Russell Crowe como el matemático John Forbes Nash, sedujo por su plasmación de los síntomas de la esquizofrenia y de las posibilidades de convivencia con la enfermedad. Crowe-Nash trataba de aplicar a su día a día la misma máxima con la que se enfrentaba a los retos de su disciplina (y que le llevó a ganar el Nobel de Economía): Todo problema tiene solución.

Las disquisiciones internas del personaje reflejan su transitar entre realidad y visiones propias y su habitar con delirios de los que nunca se libró, pero a los que, con infinito esfuerzo, atención a su propia personalidad y ayuda médica, pudo mantener a raya.

Una mente matavillosa. Ron Howard
Una mente maravillosa. Ron Howard

BIG FISH, 2003.
Dicen de este filme de Tim Burton que admite amores u odios, pero no medias tintas; quizá esa idea puede extenderse a todas las películas de ese director. Atendiendo a la magia y la ternura, dejando espacio a lo absurdo, Big Fish plantea esencialmente una historia de reconciliación entre un padre apegado a sus fantasías, incapaz de diferenciar estas de su vida real (con probable trastorno esquizotípico) y un hijo alejado de él que trata de conocerlo separando lo creíble entre la irrealidad (Albert Finney y Billy Cudrup).

Ya lo dice este último: A la hora de contar la historia de la vida de mi padre, es imposible separar los hechos de la ficción, el hombre del mito. En el fondo, dejando a un lado el amor de Burton por el cuento y la magia y su estética colorista, no es tanta la distancia entre el relato de Big Fish y el de Muerte de un viajante. Y ambas películas parten de textos literarios.

 

CISNE NEGRO, 2011.
Natalie Portman interpretaba en este muy negro (valga la redundancia) filme de Darren Aronofsky a una más que perfeccionista bailarina de una compañía de danza neoyorquina, absorbida por completo por su profesión hasta el punto de padecer, en aras de su ansiada profesionalidad irreal, anorexia nerviosa.

Esta película reflejaba con crudeza, y en ambientes casi claustrofóbicos, la competitividad y las rivalidades que espolean sus obsesiones y las consecuencias para sí misma y para su entorno familiar de un lado oscuro que no deja de crecer en la bailarina. Pocas películas como esta muestran, quizá en la línea de El luchador o más suavemente de Whiplash, qué ocurre cuando el dolor y el sacrificio cruzan la barrera de lo aceptable.

 

LA HERIDA, 2013.
A finales de 2013 pasó por las salas de cine un tanto de puntillas La herida de Fernando Franco, un filme que tenía como protagonista absoluta a Ana (Marián Álvarez).

Ella es una joven con personalidad límite que desempeña perfectamente su trabajo pero ve desestabilizarse su vida fuera de la rutina laboral: no logra entablar relaciones emocionales satisfactorias y la conciencia de esa incapacidad le lleva, como a la Portman de Cisne negro, a la agresividad con quienes la quieren. No puede controlar esas emociones que la conducen a una espiral de sufrimiento, y esa supuesta torpeza le hace sentirse culpable y termina acentuando su aislamiento. Su trastorno tiene nombre pero ella no lo conoce.

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