45 años

18/12/2015

45 años¿Os acordáis de Weekend, la película de Andrew Haigh que condensaba un intenso romance, con todos sus altibajos, en un fin de semana? Este director regresa este fin de semana a las salas con 45 años, una película de mayor presupuesto con dos grandes espadas como protagonistas (Charlotte Rampling y Tom Courtenay) que se relaciona con aquella por tener como tema principal la complejidad y fragilidad de las relaciones amorosas, y a su vez plantea una trama totalmente diferente: en lugar de presentarnos a una pareja que acaba de conocerse nos introduce en la intimidad de un matrimonio casado hace 45 años que está a punto de celebrar ese aniversario.

La relación de ambos es aparentemente tranquila y cómplice, componen un matrimonio de costumbres modernas y no evaden ni pasar tiempo juntos ni pasar tiempo solos. Es difícil pensar que no se conozcan todo lo bien que, en esas circunstancias, se puede. Pero la aparición de una tercera persona, que ni siquiera vive desde décadas atrás -tantas como ellos llevan juntos- enturbia la confianza, derriba el castillo (puede que no sus cimientos).

Quizá ahora hayamos perdido esa inocencia, o no, pero tras 45 años durmiendo espalda con espalda  muchos dirían de un matrimonio que se ha consolidado, que es firme, sólido o estable. La película de Haigh plantea si puede una relación de pareja (es decir, un equilibrio de emociones) describirse con esos adjetivos o si en cualquier vínculo regido por los sentimientos nos movemos permanentemente, pasen los años que pasen, en una cuerda de funambulista; si podemos llegar a conocernos a fondo o si, en realidad, lo queramos o no (y pasen, de nuevo, los años que pasen) solo mostramos superficie.

Si en los comienzos de la película se nos muestra la cotidianidad sencilla y calma de una pareja- de forma muy sencilla, en el estilo de Haigh- a partir de la llegada de la carta que anuncia el hallazgo, en un metafórico glaciar que se deshiela, del cadáver de la ex novia de él, se nubla por completo el panorama y el espectador asiste a ese cambio de atmósfera, de la placidez a la inseguridad, la sospecha y la pena, a través de planos de los rostros de Courtenay y Rampling, sobre todo de ella, en los que ambos demuestran, con la brillantez que solo su experiencia puede explicar, el inicio del declive, que se hace cada vez más hondo y que, con cambio de estado civil o sin él, ya no tiene vuelta atrás.

Seguramente este es uno de los mejores papeles de Rampling, que, sin excesos melodramáticos ni de guión, es capaz de expresar toda la desolación posible de un momento así; también Courtenay borda su registro de marido fiel que en su juventud fue idealista y aventurero y que, al entrar en la vejez, se pregunta, confundido, qué fue de aquel chaval que siguió viviendo pero que murió un poco cuando su ex novia lo hizo. Buenísima.

 

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