1917, la odisea de un hombre solo

14/01/2019

1917. Sam MendesEn el frente occidental de la I Guerra Mundial las guerras de trincheras alcanzaron una brutalidad desconocida hasta entonces; en esos enormes parapetos, que rozaron entonces los dos metros, comienza y termina 1917, la última película de Sam Mendes, una de las más nominadas de cara a los próximos Óscar y sobre todo un volantazo a su carrera tras filmes vinculados a crisis personales y sentimentales (American Beauty, Revolutionary Road), a mafias (suya es la estupenda Camino de perdición) o incluso a la saga James Bond (a él le debemos Sky Fall). Se había dejado caer por asuntos bélicos en Jarhead, sobre el conflicto del Golfo, pero 1917 es, con mucha diferencia, su trabajo más ambicioso, y lo es en buena medida, paradójicamente, por la extraordinaria capacidad de Mendes para mantener una sencillez impecable tanto en trama como en técnica.

Compone 1917 un gran plano secuencia (no literal, pero muy bien logrado en el montaje a través de tomas largas unidas casi sin fisuras) que hace inevitable que el espectador acompañe primero a los cabos ingleses Schofield (George MacKay) y Blake (Dean-Charles Chapman), y luego solo al primero, en sus desventuras cruzando una muy inhóspita tierra de nadie recientemente abandonada por los alemanes para llegar a tiempo a detener un ataque británico, ante una trampa del ejército germano, que puede causar centenares de bajas entre los suyos. Mendes logra que nunca nos despeguemos de los soldados, compartiendo con ellos dudas, miedos, arranques de valentía y nostalgias familiares; ha conseguido el cineasta, junto al director de fotografía Roger Deakins, que nos sintamos absolutamente inmersos en sus acciones y emociones. A ello contribuye, además, que la narración se desarrolle prácticamente a tiempo real.

Una de las grandes cualidades de 1917 consiste en la combinación sabia de primeros y medios planos y de panorámicas con el fin de aproximarnos a la subjetividad de los dos protagonistas, en especial del cabo Schofield, responsable último de llevar la heroicidad a término, arriesgando su cuello para salvar el de otros y acercándose a su objetivo con una determinación que MacKay acierta a translucir tanto en su mirada como en sus pasos, incluso cuando todo lo tiene en contra. Puede mostrar debilidad, pero no desorientación.

Nos encontramos ante un filme bélico (susceptible, y no, de interpretarse como antibélico), pero también ante una estupenda película de aventuras con constantes peligros al acecho y escenarios casi metafísicos y ante un viaje iniciático que transforma a Schofield, el más reticente de los dos cabos a la hora de emprender la misión, en un individuo consciente de las crueldades de la vida y la guerra y de la importancia de la familia como refugio. 1917 trasciende así los géneros, entre instantes de artificio guerrero y de intimidad, quizá porque el relato de Mendes se inspira en las memorias que al director le hizo llegar su abuelo, también soldado en la Gran Guerra.

Pese a ello, su ritmo nunca decae: el relato logra mantener el nervio, y nuestra tensión, hasta un desenlace que no se hace previsible dadas las constantes penurias de los héroes. Habla el cineasta de la guerra, sí, pero sobre todo de la experiencia individual (con ecos universales) de quienes en ellas se juegan la vida, con y sin motivos personales.

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