Probablemente muchos recordéis la jaima que, hace tres veranos, Federico Guzmán presentó en el Palacio de Cristal de la mano del Museo Reina Sofía. Este artista sevillano comenzó a trabajar a mediados de la década de los ochenta entendiendo la creación como una herramienta más para el compromiso con el entorno, no necesariamente el más cercano, y estancias posteriores en Nueva York y Bogotá, a finales de los noventa, reforzaron en él esa idea: la de que el arte puede contribuir a ciertos cambios sociales y no puede desligarse del contexto en el que surge.
Guzmán ha estado vinculado a iniciativas creativas y solidarias en el Sáhara, compartiendo experiencias con sus habitantes, y sus vivencias allí tenían mucho que ver con aquel proyecto, “Tuiza. Las culturas de la jaima”, que en 2015 llevó al Palacio de Cristal bajo el comisariado de João Fernandes y que también pasó por la Tabakalera de San Sebastián. En El Retiro podíamos adentrarnos en una gran jaima formada en su techo por coloridas benias, el fino pero resistente tejido usado por los nómadas del desierto, y en sus laterales por melfhas, la indumentaria usada por las mujeres en el Sáhara.
Aquel espacio se convirtió, en los meses que duró la exposición, en un lugar de reunión, participación y diálogo colectivo concebido para el acercamiento entre culturas y para la hospitalidad. Esta propuesta la presentó también en la colectiva “ARTifariti” en el MUSAC y, ya a comienzos de este año, expuso Guzmán en el IVAM “Al borde del mundo”, un trabajo específico concebido como viaje iniciático ligado al Mediterráneo y su historia.
A partir del texto de Parménides Sobre la naturaleza (siglo V a.C.), nos proponía un recorrido de descubrimiento de nuestros orígenes desde un enfoque distinto al canónico: prestando atención a lo espiritual y enlazando los conocimientos filosóficos de nuestros antepasados mediterráneos con la actualidad en torno a este mar (inmigración, ecología…). De la muestra formaba parte La vía del Ser, una serie de trabajos (lienzos, obras sobre papel de gran formato y linotipos) que recreaban un espacio subterráneo, un inframundo alusivo a las ideas del filósofo presocrático de Elea.
Con los intereses que Guzmán dejaba entrever en aquella exhibición (filosofía, historia clásica y Mediterráneo, siempre conjugados con su atención a lo social) podemos relacionar la que el pasado 15 de diciembre abrió en la Galería Juana de Aizpuru de Madrid, “Perséfone sin velo”. Sus puntos de partida han sido, esta vez, tanto la sabiduría del propio Parménides como los textos de Homero.
El primero -para algunos, padre de la metafísica en Occidente- es, recordamos, autor de un único poema filosófico en el que articula una revelación divina dividida en dos partes: la Vía de la verdad, en la que afirmaba que lo que existe es eterno, homogéneo e incorruptible, perfecto, y que no existe la nada; y la Vía de las opiniones de los mortales, donde planteaba su doctrina cosmológica (origen de la humanidad, geografía, astrología, etc). En cuanto a Homero, Guzmán se ha fijado para esta “Perséfone sin velo” en su Himno a Démeter, del siglo VII a.C. Ella y Perséfone (Ceres y Proserpina en Roma) son diosas gemelas, madre e hija según el mito, y en la antigüedad representaban la transformación cíclica de la naturaleza y de la vida.
Plutón secuestró a Perséfone y Démeter, como venganza a Zeus por haberlo permitido, prohibió a la tierra dar fruto. Cuando el hambre amenazaba a la humanidad, Plutón la permitió volver, pero estableció con Démeter que, ya que había tomado granadas de su huerto, volviese al Tártaro con él durante medio año. Por eso la tierra florece en primavera y verano, y no lo hace en otoño e invierno.
Guzmán nos presenta en los trabajos que, hasta el 2 de febrero, exhibe en Juana de Aizpuru (22 pinturas en técnica libre sobre papel Arches) el relato pictórico de la historia de las diosas unido a una reflexión sobre su importancia en el mundo griego antiguo y sus posibles nexos con el presente. El artista confiesa que el mito le ha seducido por su belleza no exenta de dolor y por referirse, en último término, a un rito de iniciación colectiva sin fecha de fin.
Esa veintena de obras se estructuran en dos series: una que interpreta, propiamente, ese origen divino del transcurso de las estaciones, de aquel inicio poético de la actividad agrícola y también de los ritos de iniciación de Eleusis, que se practicaron hasta la llegada del cristianismo; y otra que tiene más que ver con los linotipos, aún en proceso, que formaron parte en el IVAM de La vía del ser, de los que estas pinturas suponen una evolución libre.
Federico Guzmán. “Perséfone sin velo”
c/ Barquillo, 44 1º
Madrid
Del 15 de diciembre de 2018 al 2 de febrero de 2019
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