Fue uno de los pioneros de la ausencia de jerarquías temáticas en el terreno de la fotografía. William Eggleston, nacido en Memphis al final de los años treinta de la Gran Depresión, creció entre plantaciones de algodón, manglares, pantanos y lagos entre los que brotaban pequeñas ciudades y carreteras comarcales sinuosas; unas y otras dejarían huella en su producción, que comenzó en blanco y negro para, desde 1965, no abandonar nunca el color.
Mientras impartía clases, unos años después, en la Universidad de Harvard, halló un sistema de transferencia de tintes que le posibilitó alcanzar niveles de saturación cromática en ese momento insospechados: los convertiría en el sello de su estética y le llevaron a ser, en 1976 y en el MoMA de Nueva York, el primer autor en exponer individualmente imágenes en color en un museo (algo antes habían podido verse las de Stephen Shore en una exhibición colectiva en la George Eastman House de Rochester).
Hay que recordar que, en esos mismos años treinta en que Eggleston nació, la marca Agfa puso en marcha su película Agfacolor en Alemania y Kodak presentó su Kodachrome en Estados Unidos, pero por su elevado precio la mayoría de la población no pudo acceder a ellas; esta última se extendió ya en los sesenta, ligada a imágenes familiares o de viajes (a fotografías llamadas vernáculas). Eggleston sería uno de los pioneros en utilizarla con un objetivo artístico, junto al propio Shore, Joel Meyerowitz o Carlos Pérez Siquier.
Podemos considerar su trabajo como una lucha contra la banalización de lo cotidiano: encontramos en sus instantáneas prendas de vestir o calzado, congeladores repletos, interiores, vehículos detenidos… No hay nada en sus motivos de extraordinario, pero tampoco en sus composiciones de ordinario, gracias a la capacidad de este artista estadounidense para incorporar enigma e interés por lo cercano. Para no distraer a quien contempla de esa capa de misterio por hallar, en estampas que pueden resultarnos próximas al amateurismo pero no improvisadas, sus series no llevan título y, en lo formal, albergan también algún desafío: en ocasiones faltan partes o los motivos se recortan.

Favorable a una democratización de la mirada, manejaba la idea de que los objetos que merecían ser fotografiados no eran únicamente los nobles. El propio Eggleston ha confesado que Henri Cartier-Bresson y Walker Evans lo ayudaron a abrir los ojos en esa senda: el primero por su talento para condensar escenas y movimientos complejos, pero también cotidianos, en una misma imagen; el segundo por el equilibrio y la elegancia de sus encuadres, sencillos. En su formación igualmente influirían los expresionistas abstractos americanos, de los que tomó cierto modo de acercarse al color; tendrían que ver con esas cualidades pictóricas que podemos atisbar en parte de su obra.
Partiendo de estos referentes quiso aportar en su producción novedades, y las encontró en los nuevos espacios para el consumo y el ocio de la posguerra: No imaginaba ser capaz de hacer algo mejor que una copia perfecta de Cartier. Y finalmente lo conseguí. Pero llegó un punto —entiendo que tuvo que ver con el deseo de buscar mis raíces y volver a Memphis— en el que tuve que enfrentarme al hecho de que lo que tenía que hacer era salir a perseguir paisajes desconocidos. Lo que era nuevo en aquella época eran los centros comerciales, así que los fotografié.
No imaginaba ser capaz de hacer algo mejor que una copia perfecta de Cartier-Bresson. Y finalmente lo conseguí.

Las cafeterías, las tiendas de comestibles, los supermercados, los gasolineras o las oficinas de las pequeñas ciudades del sur le ofrecieron un repertorio casi infinito de motivos a los que aproximarse con perspectivas que escaparan a lo rutinario, hasta que esos mismos espacios empezaron a ser reemplazados por aquellos malls, nuevos epicentros de la vida social urbana en sustitución de las plazas. Además de albergar todo tipo de oferta, aportaban brillo, luces y color, que serían tres elementos esenciales de las instantáneas de Eggleston.
Restaurantes e interiores domésticos, así como personas sumidas en acciones triviales, aparecían ya en sus primeras incursiones en el blanco y negro: imágenes tomadas a las afueras de Memphis con una película de 35 mm en blanco y negro de alta sensibilidad. Pudimos conocer aquella etapa primera de su carrera tardíamente: sus frutos se publicaron por primera vez en 2010, en Steidl y con el título de Before Color.

Uno de los primeros escenarios de su foto en color fue Los Álamos (Nuevo México). Planeó, en sus propias palabras, sobreexponer la película para que salieran todos los colores, y sorpresivamente para él, salió bien: De la noche a la mañana. Recuerdo que la primera foto era de un chico empujando carritos de supermercado. Cuando recogen los carritos del aparcamiento y los empujan hasta la tienda para que los usen otras personas. Hice la foto de un chico pelirrojo y pecoso a la luz de la película de la tarde. Una foto bastante bonita, la verdad.
Aquel retrato fue el principio de la primera gran serie de Eggleston, que excepcionalmente sí tiene título: justamente Los Álamos. Las más de 2.000 imágenes que la integran las tomó en los periodos de 1965-1968 y 1972-1974, en Tennessee, Nueva Orleans, Las Vegas y el sur de California, y aunque parecen contener elogios a la sencilla vida del sur, no carecen de ironía. Ofrecen, asimismo, elementos definitorios de su estética: se organizan en torno a un elemento central, que destaca por su cromatismo potente, su tamaño o complejidad visual; o a partir de fragmentos de importancia equivalente. En este último caso, el objetivo esencial del fotógrafo parece ser la investigación de tonos y texturas.
En una primera contemplación pueden remitir al pop art, pero una mirada más lenta termina evidenciando que en los suburbios donde Eggleston acudía con su cámara eran habituales la soledad, lo decadente y lo precario.

The Outlands (1969-1974) fue la última entrega de su producción en color. Las imágenes que la forman proceden de las diapositivas que el comisario John Szarkowski seleccionó para el MoMA en aquella exhibición de 1976, y también de las que se escogieron para su catálogo: realizadas en los alrededores de Memphis, nos conducen por carreteras secundarias y por los escenarios donde Eggleston pasó su infancia, esto es, edificios y coches abandonados por todos salvo por la naturaleza, publicidad desgastada, paisajes degradados que contrastan con los desarrollados, piscinas y baches… Robert Slifkin decía de estas fotos que en ellas el reino celeste parece quedar en el suelo.


BIBLIOGRAFÍA
William Eggleston : el misterio de lo cotidiano. Fundación MAPFRE, 2023

