El rebobinador

Wilhelm von Gloeden y Taormina: una Arcadia de atrezzo

En 1878 Wilhelm von Gloeden tenía solo 22 años, y problemas en los pulmones y una vocación artística firme le llevaron a Italia. Había nacido en el castillo de Wolkshagen, recibiendo el título de barón de su padre cuando quedó huérfano, siendo aún un niño, y estudió Historia del Arte en la Universidad de Rockstock antes de matricularse en la Escuela de Artes y Oficios de Weimar, un centro considerado antecedente de la Bauhaus.

Su débil salud le hizo abandonar los estudios: diagnosticado de tuberculosis, se le sugirió trasladarse a un clima cálido y al Mediterráneo acudió, con un ejemplar del Viaje a Italia de Goethe en el equipaje. Visitó Toscana, Venecia, Florencia, Nápoles, Capri y Roma y ninguno de aquellos lugares lo sedujeron lo suficiente como para quedarse -alma difícil de roer-, quizá porque buscaba un enclave que ofreciera menos distracciones para volcarse en su pintura.

Puede que bajo la influencia del autor de Fausto, que había escrito que sin Sicilia no puede comprenderse Italia, llevó sus pasos a Agrigento, Palermo, Segesta y Siracusa; también a Taormina, por la recomendación de otro pintor, Otto Geleng. La localidad, ocho años después de la unificación, era un pueblo casi feudal en el que los palacios de una aristocracia enriquecida con el comercio del azufre convivían con las viviendas humildes de pescaderos, arrieros o aparceros. La población era en su mayoría analfabeta, eran frecuentes los brotes de malaria y pocos viajeros se detenían a admirar las ruinas de su teatro, la vegetación exuberante y las majestuosas vistas del Etna.

Taormina, en fin, tenía todas las condiciones para atrapar a Gloeden, que alquiló allí una villa donde su salud pudo recuperarse muy pronto y de allí, seguramente, no se hubiera movido si no fuera porque su primo, Wilhelm Plüschow, había abierto un exitoso estudio fotográfico en Nápoles, especializándose en el desnudo; también realizaba imágenes por encargo. En aquella época la fotografía era empleada por los pintores como medio auxiliar a la hora de trabajar y nuestro artista debió pensar que no estaba de más aprender el manejo de esta nueva técnica. Poco a poco, sin embargo, esa disciplina relegó por completo a los pinceles y se convirtió el alemán en uno de los fotógrafos más conocidos del momento.

Aunque la foto de estudio era entonces más habitual por lo pesado de los primeros equipos, Gloeden prefería la de exteriores, con el sol potente del Mediterráneo como fuente única de iluminación. Por suerte para él los métodos acabarían simplificándose, lo que no impidió que sus expediciones no fueran cómodas y que necesitara la ayuda de un colaborador: sería Pancracio Bucinì, llamado Il Moro, que lo acompañó desde que tenía quince años y durante el resto de su vida (también sería su modelo, en ocasiones).

Wilhelm von Gloeden. El teatro griego de Taormina, hacia 1893
Wilhelm von Gloeden. El teatro griego de Taormina, hacia 1893

Amante de Teócrito y Homero, y estudioso del mito de la Arcadia, regresó este autor a Taormina para recrear la suya particular: un universo atemporal y cerrado en el que su cámara convertía a trabajadores humildes en pastores, faunos o héroes clásicos (a cambio de un estipendio). Escenas como Siesta griega o El beso del sol le valdrían su primera medalla de oro en la Exposición Internacional de la Photographic Society of London.

Adquirió Gloeden allí una villa sencilla, frente al Convento de San Domenico, con un jardín florido, panoramas del Etna y bancos de piedra y arcos enguirnaldados de flores que remitían al mundo clásico y resultaban, según los testimonios, propicios a la indolencia, al dolce far niente. Fotografió en Sicilia una suerte de Arcadia de atrezzo: muchachos relajados que se exponían al sol y que parecían encarnar una sociedad opuesta a la laboriosidad del norte de Europa… que después de la sesión regresaban a sus labores, físicas y extenuantes. Bellos por su juventud, presentan sin embargo manos y pies toscos, pieles curtidas por el trabajo al aire libre.

Wilhelm von Gloeden. Ragazzo con anfora, década 1890
Wilhelm von Gloeden. Ragazzo con anfora, década de 1890

Sus instantáneas cosecharon un éxito absoluto y en Taormina recibió Gloeden las visitas de gentes deseosas de conocerlo o de compradores de su obra. Les ofrecía tarantellas en el jardín, veladas musicales en las que se cantaban lieder o se recitaba a Goethe, disfrutes diversos en los que cultivaba su faceta de dandy, acentuada por su vestimenta con terno y bastón, su esbeltez y porte elegante y lo escurridizo de su rostro, dada su afición al disfraz.

Nos dejó una docena de autorretratos, nunca sencillos: aparecía como Nazareno, como noble árabe, como amenazante bandolero siciliano o como artista bohemio. Su retrato oficial, datado en 1891, lo muestra bien parecido, con gabán oscuro y camisa blanca, barba y bigote cuidados, las manos entrelazadas y mirando directamente a cámara. Acababa de recibir aquella primera medalla británica, además de reconocimientos en Milán, Budapest o El Cairo.

Wilhelm von Gloeden. Autorretrato, 1891
Wilhelm von Gloeden. Autorretrato, 1891

No todo fueron, sin embargo, alegrías: su padrastro, el barón Hammerstein, se vio envuelto en un escándalo financiero y el artista no pudo en adelante recibir de él la generosa asignación mensual que le había permitido vivir cómodamente en Italia. La fotografía dejó de ser, en aquel periodo, una afición para convertirse en un medio vida: sus composiciones se convirtieron en postales a comercializar y las revistas ilustradas se las solicitaban con fervor.

El éxito de Gloeden fue, de algún modo, paralelo al de Taormina como centro vacacional de las clases acomodadas: se inauguraron hoteles de lujo, se abrió un puerto deportivo, se construyó un funicular y proliferaron las villas de la nobleza. Los visitantes ilustres eran ya habituales y muchos, tras admirar el teatro griego, se acercaban al estudio del germano para adquirir sus fotos, las que él llamaba ilustraciones de Teócrito y Homero: su libro de visitas contenía las firmas de Oscar Wilde, Anatole France, Rudyard Kipling, Richard Strauss, Eduardo VII de Inglaterra, Alfonso XIII y magnates de las sagas Morgan o Rothschild. Graham Bell le compró varios negativos que donó a National Geographic, publicación que contribuyó a la difusión de su nombre en Estados Unidos.

La I Guerra Mundial pondría fin a aquella era dulce: aunque tras el conflicto Gloeden retomó su vida siciliana, el mundo que había captado en sus fotos, la concepción de lo bello y lo placentero, habían cambiado. Algunos de sus modelos, incluso, habían muerto.

Aunque su negocio prosperó algún tiempo más, el estilo académico y amanerado del barón, con sus turbantes, guirnaldas, ánforas y flautas, había pasado de moda; en 1930 tuvo que ceder su villa, al taorminés Salvatore Bambara, a cambio de una renta vitalicia, y un año después le llegó la muerte. Sería enterrado en el cementerio local, en la zona de los no católicos, y su legado y también su cámara fueron para Bucinì.

Las imágenes de Gloeden no ofendían al público numeroso que las compraba como postales, pero también tuvieron detractores: hubo quien entendió la mitología como una excusa artística para crear fotografías en exceso anatómicas. Un juicio en Mesina llevó a la destrucción de cuatro mil de los siete mil negativos heredados por su ayudante.

Wilhelm von Gloeden. Ragazzi napoletani sulla riva del mare, in costume rievocante l'antichità classica, década de 1890. Royal Academy of Arts
Wilhelm von Gloeden. Ragazzi napoletani sulla riva del mare, in costume rievocante l’antichità classica, década de 1890. Royal Academy of Arts

 

BIBLIOGRAFÍA

María Belmonte. Peregrinos de la belleza. Viajeros por Italia y Grecia. Acantilado, 2015

Wilhelm von Gloeden. Taschen, 1995

 

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