Historias de los otros

Tinta // El escritor fantasma

Tinta // El escritor fantasma

– El tigre se acercó hacia su presa por la espalda, aprovechando que se encontraba en grupo y con la guardia baja. Colocó su barbilla mirando al cielo y esperó al primer silencio para posar la mano sobre el codo de Emilio casi sin rozarlo. Entonces, tras un intercambio de sonrisas falsas que las dos partes notaron, dio la primera dentellada: Emilio, ¿qué taaaal? Cuánto tieeempo. Me he acercado para felicitaaarte por tu entrevista en El Journaaal. Muy valieeente. Alargaba las vocales hasta que las palabras eran una masa viscosita y cantarina indigna de estar en el diccionario. Y entonces Emilio, liebre experimentada, esquivó al tigre dándole donde más le duele: Perdona, gracias, no recuerdo quién eres. Ahora mismo estoy contigo, cuando termine con estos señores…
– Lo cuenta como Félix, pero la selva es más natural. El tiqre quiere trepar y alarga las vocales, pero eso no es asunto suyo. ¿Cuál es exactamente su problema?
Tinta // El escritor fantasma– Ahora mismo que no estoy muy cómodo con usted. Déjeme acabar.
– Vale, pero hábleme de usted y no del tigre. Él no va a pagarme la sesión, creo.
– Pero debería. No puedo hablar de mí sin hablar de él: seguramente es culpa mía, tenía que haberlo pensado cuando me contrató, pero pasan los años y no llego a aceptarlo. Ya sé que me paga para eso, pero no lo puedo sobrellevar.
– ¿Que hable cantando? ¿Que se crea amigo de los que no lo conocen?
– Noo. También, pero no.
– Ha alargado la o.
– ¿Ve? Le voy a decir lo que pasa. Ya no sé dónde termina él y donde empiezo yo. Lleva quince años dando las gracias cuando alguien elogia lo que yo hago, hablando de mis historias como si fueran suyas, diciendo que su trabajo es un placer pero que a veces le cansa… Es que se cansa en mi lugar. Me da picor de talones.
– Supongo que eso entra dentro de lo normal en quien contrata a alguien como usted.
– Tan idiota.
– No, a un fantasma que le escriba las novelas.
– Fantasma, él.
– Ya bueno, fantasma el tigre. Escritor fantasma usted.
– Eso sí. Que diga que siente placer y cansancio por hacer mi trabajo lo compro, de acuerdo. Pero ¿y cuando hace entrevistas para hablar de mis novelas y no se las ha leído? ¿Y miente tan bien que, si nos las has leído tú, parece que sí son suyas?
– Eso sí es falta de profesionalidad.
– Ah, mira. Si hasta usted, que es psiquiatra, lo ve.
– No leer lo que escribe para ti tu negro…
– Nos llaman escritores fantasma.
– ¿Tenéis sindicato?
– Estaría bien.
– Pero, ¿qué le molesta exactamente? Lo que me cuenta son gajes del oficio.
Tinta // El escritor fantasma– Me duele que no me comprendan, empezando por usted. Y que él añada a mis textos tres frases que rompen con todo -incluso con el estilo con el que él quería que escribiera- y luego sean esas tres frases las que vayan al faldón. Y que ponga cara de interesante por haber escrito lo que ni ha leído. Y que el resto del mundo le mire como si todo ese número fuera verdad. Y antes de que me lo diga: no, no me gustaría que me mirasen a mí.
– Pero usted sabía que le pagaban por eso.
– Hasta cierto punto. Que se cansen en tu lugar ya es mucho. Y que me toquen las comas, poquita gracia.
– ¿Algo de eso venía en el contrato?
– No. En el contrato pone que soy su interiorista.
– Albricias. ¿Es decorador?
– No. No soy ni decorado: en las entregas de premios me tiene vetado, no puedo ir ni como extra, no vaya alguien a pensar… ¡que escribo algo! La parte buena es que no le oigo alargar las vocales.
– ¿Es amable con usted?
– No me ve, solo quiere que le vaya enviando páginas por mail. Entre que no me tiene cerca y las mentiras a la prensa, sospecho que se ha acabado creyendo que de verdad es él quien escribe.
– ¿Por qué ha venido a mí? ¿No cree que le haría más falta al tigre?
– Claro, no seré el primero que viene aquí por terceros, ¿no? Pedimos consulta los que tenemos problemas porque quienes tienen problemones se quedan fuera.  Quiero que me medique para que no me importe nada, ¿se da cuenta de que ni siquiera me ha hablado por mi nombre? Se ha contagiado del espíritu del tigre.
– ¿Cómo se llamaba? Perdone.
– No, ya da igual. Mejor que no se acuerde.
– ¿Por qué?
– Hum… Le he hecho llegar al tigre una pluma con ponzoña en vez de tinta. Ponzoña de la mala. Aún no me culpe de nada: para que le pasara algo tendría que ponerse a escribir. Inglaterra entrará y saldrá de Europa algunas veces antes.
– ¿Y si la usa?
– Así se le pasa el cansancio.
– ¿Y esa mancha que se le ve a usted en el bolsillo de la camisa?

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