El rebobinador

Pieter Bruegel, la loca Meg y los proverbios flamencos

Con sus edificios ruinosos, seres monstruosos, naves extrañas y un horizonte quemado, La loca Meg (1562) parece una visión del infierno desatado. En medio de su caos, Pieter Bruegel retrató a una mujer descomunal con cierto aire de frenesí caminando decididamente en primer término: se trata de Dulle Griet o La loca Meg, cuya enajenación era sinónimo del mal en esa época. Nos encontramos ante una pintura didáctica atendiendo a la mejor tradición flamenca: sus figuras e incidentes ilustran un tema central, de mayor alcance, pero el artista aprovecha todas las oportunidades para realzar la atmósfera extraña.

Buceemos un poco más en la loca Meg: era una figura habitual en las obras teatrales cómicas que se llevaban a escena en tiempos de Bruegel, como símbolo de las mujeres malvadas o de mal genio. Su personaje surgió de las historias sobre la popular santa Margarita, de la que se decía que era más lista que un dragón, dragón que a su vez aparecía como demonio; llamatívamente, y en relación con esa sabiduría, la propia santa se presentaba como una figura malévola. También es posible que el artista aludiera en este trabajo a la expresión “robo ante las puertas del infierno”, que se usaba cuando alguien trataba de aprovecharse de una situación de manera especialmente audaz; en teoría, es lo que la loca Meg hace en el cuadro: espada en mano, se marcha con su botín.

Pieter Bruegel. La loca Meg, 1562. Museum Mayer van den Bergh, Amberes
Pieter Bruegel. La loca Meg, 1562. Museum Mayer van den Bergh, Amberes

Siguiendo su ejemplo, atisbamos otras figuras femeninas, estas más pequeñas y en el puente, que golpean y dominan a los monstruos y demonios, atando algunos de ellos a cojines, en referencia a otro proverbio antiguo. La boca del infierno se representa aquí como las fauces de una ballena, motivo común en la Baja Edad Media; aunque se trata de una figura tradicional, esa encarnación es muy distinta al orificio omnívoro que apreciamos en otras pinturas, lo que nos lleva a pensar que el personaje principal es la loca Meg y no precisamente Satanás. En todo caso, a ella la cercanía de esas puertas infernales no parece intimidarla.

Fijaos en el ser fantástico ovoide que saca monedas de su propio trasero y se las ofrece a la juventud: es tan desproporcionadamente grande como la misma Meg y lleva un barco que contiene varias figuras más pequeñas que se pelean por sus provisiones y las derrochan. La codicia de Meg y ese despilfarro se exhiben como conductas igualmente pecaminosas.

Pieter Bruegel, que había nacido en Breda (1525-1530) y moriría en Bruselas en 1569, había viajado a Francia e Italia y se dejó inspirar por los Alpes y los Apeninos; sabemos también, aunque no son demasiados los datos sobre su vida, que se formó en ambientes cultos y humanistas y que, como es muy apreciable aquí, conoció bien y le interesó mucho la pintura de El Bosco.

Entre 1557 y 1563 le fascinaron la técnica y los asuntos caprichosos y diabólicos tratados por el autor de El jardín de las delicias, que él interpretó con personalidad propia, por lo que se le conoció con el apodo de Pierre le Drôle, Pedro el Gracioso. En esa misma época, en 1559, pintó sus Proverbios flamencos; hay que tener cuenta que dichos proverbios eran muy populares en el siglo XVI: se publicaban compilaciones de ellos, se ilustraban por diversos medios y encantaban a la gente sus dobles sentidos y los valores que expresaban.

Esta obra es la primera representación visual de lo que, esencialmente, es una Tierra de Proverbios: cerca de cien de ellos se han introducido en esta composición (si nos fijamos bien, además, muchos de los personajes que aquí vemos ofrecen el rostro característicamente inexpresivo que se ve en las obras de este autor).

Pieter Bruegel. Proverbios flamencos, 1559. Gemäldegalerie
Pieter Bruegel. Proverbios flamencos, 1559. Gemäldegalerie

El antiguo título del cuadro, La capa azul o la locura del mundo, indica que lo que vemos es algo más que un mero catálogo de refranes inconexos: al ponerle a su esposo una capa azul con capucha, la mujer vestida de rojo encarna un proverbio que habla del engaño; refleja que le es infiel. En el fondo, la mentira, el comportamiento absurdo y los engaños humanos son asuntos centrales en la producción de Bruegel y varios de los proverbios aquí reflejados aluden justamente al ser engañado y a las inquietudes sin sentido. Frente a esa pareja de la capa, un hombre echa tierra a un estanque aunque el ternero que hay en él ya se ha ahogado y, detrás de ella, la gente “lleva la luz del día en una cesta” (malgasta el tiempo), “ofrece una vela al diablo” (adula indiscriminadamente) o “se confiesa al diablo” (cuenta secretos a un enemigo). Acciones, todas ellas, propias de un tonto.

Seguimos: una bola del mundo aparece vuelta del revés mientras un individuo defeca sobre ella (lo odia todo), una persona muerde pilares (es una hipócrita) y una mujer lleva fuego en una mano y agua en la otra (no es digna de confianza). La figura que aparece de pie en el río no puede soportar que el sol brille sobre el agua (tiene celos del éxito del vecino) y el monje que ata unas barbas de lino a Cristo, y que viste además de azul, como el marido burlado de la capa, es otro hipócrita.

Las imágenes de Bruegel dicen mucho sobre la vida cotidiana de las gentes corrientes de su tiempo: vemos un retrete de entonces, colgado sobre el agua, usado por dos personas a la vez (si defecan en el mismo orificio, son amigos del alma).

En años posteriores, el pintor se dedicó a asuntos religiosos, antes de culminar su trayectoria… con la exaltación libre y febril del mundo campesino, a cuyas fiestas cuentan que iba disfrazado para mezclarse con unos y otros. En 1566, en El baile de la boda, reflejó una fiesta nupcial al aire libre: algunos danzan formando un semicírculo en primer término; otros hablan, beben y flirtean en pequeños grupos al fondo. Los músicos del ángulo inferior derecho generan ambiente y, como es característico en Bruegel, cada uno de los presentes encarna un tipo, o incluso una caricatura, en lugar de un individuo. Al principio la escena parece caótica, pero si observamos con atención se encuentra cuidadosamente estructurada.

El ambiente alegre, incluso exuberante, se aprecia en los hombres que bailan: agitar los brazos y las piernas se consideraba indecoroso en tiempos de Bruegel, igual que reír con demasiadas ganas. La presentación de instintos humanos y comportamiento impropio (glotonería, ebriedad, carnalidad en sus diversas formas) suele tener intenciones moralizantes o satíricas; en este caso Bruegel, que vivía en una ciudad, censura los excesos de las bodas y las fiestas rurales. Fue El Bosco quien, hacia 1500, hizo de la boda en el campo un tema popular entre pintores y poetas, reforzando así la imagen que los habitantes del medio urbano tenían de sí mismos como personas comedidas y decentes.

Si atendemos a la novia, lleva la cabeza descubierta y baila con un hombre que aparenta más años que ella, quizá su padre. Parece dominar más sus movimientos que los invitados que se ven en primer término.

Pieter Bruegel. El baile de la boda, 1566. The Detroit Institute of Arts
Pieter Bruegel. El baile de la boda, 1566. The Detroit Institute of Arts

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