El rebobinador

Le Corbusier: cinco puntos para una arquitectura nueva

Charles-Édouard Jeanneret nació en la pequeña ciudad suiza de La Chaux-de-Fonds en 1887 y, a sus veinte años, ya había establecido un estudio propio en París gracias al dinero cobrado por el chalet que llevó a cabo para uno de sus profesores. Se formó en los talleres de Perret y Behrens y parte de las enseñanzas que obtuvo de ellos, sobre todo del primero, las volcó en una de sus concepciones de proyectos más tempranas, la de la Maison Domino (1914), cuyo nombre deriva tanto del término latino de casa (domus) como del juego de fichas, al que se asemejaría esta construcción formalmente, tanto en cada una de sus plantas como en los resultados de sus combinaciones.

Seis pilares se apoyarían en zapatas de cimentación que sostendrían tres losas horizontales con un voladizo estrecho en su perímetro: el sistema permitiría una total libertad en la disposición de los tabiques interiores y de los muros exteriores, y los primeros, además, se podrían diseñar con componentes económicos y creados en serie. No se llevó a cabo finalmente esta Maison, pero sí fue uno de los fundamentos de la arquitectura posterior del suizo, que comenzaría a ser conocido como Le Corbusier desde 1920.

Maqueta de la Maison Domino, 1987. Gemeentemuseum Den Haag
Maqueta de la Maison Domino, 1987. Gemeentemuseum Den Haag

En cualquier caso, tras aquellos primeros pasos, el arquitecto regresó a su ciudad natal para pasar el inicio de la Gran Guerra y construir algunas viviendas que ya avanzaban su futura capacidad creativa, como Villa Schwob; allí permaneció hasta 1916, cuando regresó a la capital francesa, donde conocería a Amédée Ozenfant, y ambos serían protagonistas de una nueva corriente vanguardista que llamamos purismo: impulsaron la superación del cubismo por la vía del orden y la precisión en la representación de objetos habituales.

Los dos fundarían, en 1920, la publicación L´Esprit Nouveau, en la que Le Corbusier escribía, bajo ese mismo pseudónimo, sobre arquitectura; la recopilación de sus artículos generaría tres años más tarde el libro Hacia una arquitectura, que se encuentra entre los más relevantes de esta disciplina en el siglo XX. Se formulaban ya en él lemas del Movimiento Moderno, como los que rezaban que la casa es una máquina de habitar y la arquitectura es el juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes reunidos bajo la luz. Animaba Jeanneret a sus compañeros arquitectos a fijarse a la hora de trabajar en las últimas creaciones del ámbito de la ingeniería, como los automóviles, los aviones o los barcos más contemporáneos.

Le Corbusier. Villa Schwob, La Chaux-de-Fonds, 1912-1916
Le Corbusier. Villa Schwob, 1912-1916

Entretanto, en 1922 diseñó la casa Citrohan, cuyo nombre, efectivamente, tiene que ver con Citroën: este edificio tenía forma de caja con dos muros laterales macizos y una cubierta plana; en su interior, se conjugaban un salón delantero de doble altura y distintos niveles de habitaciones en la parte posterior. Esas ideas evolucionarían en el tiempo, porque se levantó una primera versión en la Cité Frugès de Burdeos, en 1925, y otra posterior, en 1927, en Stuttgart, en la Colonia Weissenhof.

Podemos considerar que la fusión de sus ideas para la Maison Domino y Citrohan sería la base del conjunto de la arquitectura residencial de Le Corbusier en los veinte: lo apreciamos en las casas La Roche y Jeanneret, ambas en París, que componen una L al final de una hilera de construcciones tradicionales. En los volúmenes exteriores se conjugan superficies lisas de revoco blanco y planos de vidrio enrasado y, en el interior de La Roche, sede de la Fundación del arquitecto, quedaron enlazados los espacios a través de una promenade architecturale, es decir, una suerte de paseo arquitectónico formado por pasarelas, rampas y escaleras que terminaría siendo rasgo de muchas construcciones posteriores.

Le Corbusier. Rampa interior de la Casa Le Roche, 1923-1925
Le Corbusier. Rampa interior de la Casa La Roche, 1923-1925

Estas edificaciones quedarían acabadas en 1925 y, al año siguiente, enunciaría Le Corbusier sus cinco puntos de una arquitectura nueva, que fueron, en este orden: el pilotis, un soporte cilíndrico para separar el edificio del terreno; la cubierta-jardín, destinada a disfrutar de las vistas y de las plantas; la planta libre, donde podrían disponerse los tabiques con independencia de los pilares; la ventana corrida, que llevaría la luz a todos los rincones y, por último, la fachada libre, donde podrían abrirse huecos sin las limitaciones derivadas de los muros de carga. Este sistema, como el utilizado por Frank Lloyd Wright en sus llamadas casas de la pradera, permitiría variaciones formales, simbólicas y constructivas múltiples.

Podemos apreciar ya estos elementos en la Villa Stein de Gaches (1927) y en la Villa Saboya de Poissy (1929), símbolo esta última de un proceso de depuración compositiva. Madame Savoye y su hijo buscaban una casita de campo que respondiera a las tendencias del momento y Jeanneret concibió para ellos una especie de villa renacentista de principios de siglo, un edificio a la par clásico y moderno. Ubicada al noroeste de París, su volumen prismático se eleva visualmente del terreno a partir de aquellos pilotis que colocó en casi todo el perímetro, y la cubierta plana permitiría a esta familia disfrutar del aire libre. Los tabiques interiores, como dijimos, son independientes respecto a la estructura y una banda de ventanas recorre los planos exteriores del piso principal; asimismo, las fachadas se separan de los pilares con el fin de permitir superficies de formas libres y huecos.

El paseo arquitectónico que mencionábamos comenzaría en la entrada a la parcela. Si se accede al lugar en automóvil, el coche se introduce bajo la casa y, tras un giro de noventa grados, se detiene para depositar a quien llega en la puerta principal; después se puede continuar hasta el garaje. El vestíbulo lo planteó como un espacio amplio delimitado por paredes curvas de vidrio; nada más entrar, a la izquierda se encuentra la escalera de servicio y, junto a ella, el pasillo que conduce a los cuartos del servicio.

Aproximadamente en el centro, una rampa da inicio a un recorrido a través de toda la casa; los dos primeros tramos, de ida y vuelta, permiten apreciar la terraza de la planta principal y alrededor de ella se sitúan todas las habitaciones: un salón extenso, la cocina, un cuarto para invitados, el de Savoye hijo y la suite de su madre. Esta última está formada por un baño amplio abierto al dormitorio, una terraza cubierta y un gabinete. Esa senda continúa al exterior: con otros dos tramos de rampa que finalizan en un hueco recortado en una pantalla fina de hormigón, a través de la que se disfrutan de vistas bellas del entorno.

Finalmente los Savoye no permanecieron demasiado tiempo en esta Villa (se quejaban de sus goteras). Terminaría empleándose como almacén de heno en la II Guerra Mundial, después como centro juvenil y a punto estuvo de destruirse en 1958; André Malraux, para evitar peligros, la declararía en 1964 monumento histórico y, desde entonces, se ha remodelado en varias ocasiones, la más importante para recordar el centenario del nacimiento de Le Corbusier, en 1987.

Le Corbusier. Villa Savoye, 1929
Le Corbusier. Villa Savoye, 1929

Los cinco puntos de los que hablábamos también los intentó aplicar el arquitecto en grandes conjuntos de edificios, como la Sociedad de Naciones de Ginebra y el Palacio de los Soviets de Moscú. Los concursos para ambos complejos resultaron polémicos: en el primero (1927-1928), su propuesta se rechazó por cuestiones burocráticas pero influyó en el proyecto definitivo, aunque este se caracterizó por su historicismo; al segundo (1931) se presentó Le Corbusier después de construir en la capital rusa el edificio Tsentrosoyuz y evocaba formas constructivistas, pero la obra última vendría determinada por la estética propia del periodo estalinista.

Ya había iniciado, para entonces, un viraje radical en su trayectoria en favor del hormigón en bruto, propio de su trabajo de posguerra. Los primeros años cuarenta los pasó retirado en los Pirineos, sin conseguir convencer al gobierno de Vichy de que materializara sus propuestas urbanísticas. Para cuando regresó a París, casi llevaba una década sin construir y, como tantos arquitectos tras el conflicto, recibió encargos para la reconstrucción del patrimonio y la creación de alojamientos sociales.

En 1945, se le requirió iniciar estudios para un conjunto residencial en Marsella que había de convertirse en trascendental: en Unité d´habitation trató de hacer realidad su idea de ciudad moderna como conjunto de grandes edificios en altura ubicados en medio de la naturaleza, proporcionando a los vecinos luz, espacio y vegetación, los considerados placeres esenciales. Levantado entre 1947 y 1952, se trata de un bloque compacto y aislado que debía albergar a 1.800 personas y, aunque incumplía ordenanzas, se convirtió en prototipo de la vivienda social de los cincuenta.

El mismo Le Corbusier planteó este proyecto con el fin de que pudiera replicarse en varios emplazamientos, aunque su concepción está muy ligada a las condiciones del solar marsellés: un terreno plano entre el mar y las montañas, con un clima suave que favorece la vida al aire libre. Efectuado en hormigón visto, su volumen es un prisma vertical dispuesto en dirección norte-sur, levantado sobre pilotis troncocónicos invertidos y con un remate en el que se aprecian varios cuerpos escultóricos. La planta baja queda casi diáfana: el cuerpo principal alberga varios tipos de vivienda, desde apartamentos individuales a pisos para familias, además de una calle comercial a media altura, mientras que la azotea cuenta con servicios comunitarios como guardería, gimnasio, piscina e instalaciones deportivas.

La vivienda tipo cuenta con dos alturas: una recorre la anchura del bloque y la otra ocupa algo menos de media planta. La sección conjuga dos unidades alternas (con la media planta abajo o arriba), generándose un corredor central que solo habría de repetirse cada tres alturas. Levantaría el arquitecto cuatro unidades similares, aunque no tan originales como esta, en Nantes, Briey-en-Forêt, Firminy y Berlín.

Le Corbusier. Unité d'Habitation, 1947-1952
Le Corbusier. Unité d’Habitation, 1947-1952

A su uso del hormigón se añadió, asimismo, el recurso a materiales más toscos y naturales y el empleo de técnicas vernáculas en proyectos como las casas Jaoul de Neuilly-sur-Seine (1951-1955), donde los muros son paños rugosos de ladrillo y los huecos van de suelo a techo. Además, las cubiertas cuentan con una gruesa capa de hierba.

Por la misma época, construyó Le Corbusier una de sus obras más singulares: la Capilla de Notre-Dame-du-Haut, en la colina de Ronchamp, un lugar de peregrinación religiosa. Destaca por sus formas libres y escultóricas: al exterior, su modelado es el de una masa plástica; en su interior, parece una caverna mística. Sus muros son blancos, rugosos y curvos y los corona una cubierta oscura con forma de barca; están rodeados por tres torres semicilíndricas con remates que se han comparado con capuchas. Uno de ellos forma una concavidad que sirve de fondo para los oficios que se celebran en la pradera exterior; otro, grueso e inclinado, cuenta con perforaciones veladas con vidrios de colores: dan al interior una luz que invita al recogimiento.

Le Corbusier. Capilla Notre Dame du Haut, 1950-1955
Le Corbusier. Capilla Notre Dame du Haut, 1950-1955

Otro proyecto básico del arquitecto en los cincuenta también tiene carácter religioso: el convento de la Tourette de Éveux-sur-Arbresle, próximo a Lyon. Pese a ubicarse en una pendiente, se desarrolla en horizontal a partir del camino de acceso posterior, apoyándose en el terreno mediante pilares alargados de hormigón; los dos pisos superiores presentan los huecos pequeños y repetidos de las celdas, mientras por debajo se insertan locales comunitarios, como el refectorio o la biblioteca.

De planta rectangular, el conjunto se compone de tres alas para el convento y una iglesia que ocupa todo el cuarto lado, separado físicamente de los demás. El espacio abierto central sugiere la idea de claustro, aunque solo funciona con ese rol en los pisos superiores. A los elementos compositivos que ya hemos mencionado, añadió en este caso Le Corbusier ondulatoires: cerramientos acristalados a base de montantes de hormigón que dispuso rítmicamente; también aérateurs, paneles de dichos cerramientos que se abren para ventilar.

Estas obras basaron su composición en un sistema de proporciones armónicas inspirado en la serie de Fibonacci, que el suizo patentó y publicó: a partir de una figura humana de seis pies o 1,83, combinando el sistema decimal y el anglosajón, se generaban dos series de medidas, la roja y la azul, que servían para dimensionar cada elemento.

La última etapa de la carrera de Le Corbusier vino marcada por la proyección y construcción de la nueva capital de la región de Punjab, en India: Chandigarth. Lo ocupó hasta 1965, año de su fallecimiento.

Le Corbusier. Sainte Marie de la Tourette, 1957-1960
Le Corbusier. Sainte Marie de la Tourette, 1957-1960

 

BIBLIOGRAFÍA

Historia del Arte. El mundo contemporáneo. Alianza Editorial, 2010

Jean-Louis Cohen. Le Corbusier. Taschen, 2004

 

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