El rebobinador

Fernand Léger, manos como herramientas

Léger había llegado a la pintura desde el diseño industrial y en sus manos el cubismo se hizo más duro y técnico que matemático. Frente a la cierta dulzura de Braque, su pintura era más áspera y heroica, y lo que en aquel era finura aristocrática, en este autor era vigor popular. Se mantuvo, hasta cierto punto, al margen del grupo cubista, pero quizá fue, junto con Picasso, quien más originalmente desarrolló los principios del movimiento.

Tras sus primeras pinturas cubistas y figurativamente definidas, entre 1912 y 1914 llegó a desarrollar una obra casi abstracta: buscaba su lenguaje y la experiencia de la guerra le llevó a reconsiderar lo real. En sus palabras: Cuando dejé París estaba entregado completamente a una manera abstracta, en una época de liberación pictórica. Sin transición me encontré en medio del pueblo francés (…). En ese mismo periodo quedé deslumbrado por la culata de un cañón del 75 abierta a pleno sol, magia de la luz sobre el metal blanco. No necesité más para olvidarme del arte abstracto de la época 1912-1913. La rudeza, la variedad, el humor, la perfección de algunos tipos humanos que me rodeaban, su sentido exacto de lo real útil y de su oportuna aplicación al ambiente de esta drama-vida-y-muerte en el que habíamos caído, y, más aún que todo esto, su modo de ser poetas e inventores de imágenes poéticas cotidianas me impresionaron. Cuando mordí esta realidad, el objeto ya nunca me abandonó. Esa culata de un cañón del 75 abierta al sol me enseñó más cosas en mi evolución plástica que todos los museos del mundo. Al regreso de la guerra seguí utilizando lo que había sentido en el frente.

Esa culata de un cañón del 75 abierta al sol me enseñó más cosas en mi evolución plástica que todos los museos del mundo.

Así, Léger se convirtió en uno de los pintores de la vida moderna; uno de los pocos que, en esos años diez, empezó a creer en la reinserción del artista en la sociedad tras el auge de lo bohemio. Sin embargo, no fue condescendiente con el orden social vigente y era consciente de crear en estado de guerra con la sociedad, aunque lo hiciera movido por un humanismo elemental que le llevó a admirar a quienes creaban maravillas con hierro y acero. Por eso se hizo amigo de Blaise Cendrars, el poeta amante de la vida moderna y activa, entendiendo como tal la máquina y las relaciones del hombre con ella; la máquina y el paisaje, la máquina y las calles.

Fernand Léger. Animated Landscape, 1924. Philadelphia Museum of Art
Fernand Léger. Animated Landscape, 1924. Philadelphia Museum of Art
Fernand Léger. La ciudad, 1919. Philadelphia Museum of Art
Fernand Léger. La ciudad, 1919. Philadelphia Museum of Art

La motivación que llevaba a Léger a pintar máquinas era la misma que conducía a otros a pintar desnudos femeninos, pero él no era como Duchamp, que copiaba objetos y proclamaba la muerte de la pintura; no copiaba máquinas: las inventaba. Para él, lo mecánico no era una actitud polémica, sino un medio para poder dar una sensación de fuerza y potencia.

Si el hombre moderno vivía un orden que ya no era el del pasado, no tenía sentido continuar pintando botellas, manzanas o veladores cuando los artistas viven rodeados de una vida agitada que nadie hasta ahora se había atrevido a retratar. Un orden industrial y técnico ha transformado la sensibilidad y la visión de la nueva sociedad; por lo tanto, la expresión artística también había de cambiar para intentar hacerse intérprete de esa nueva realidad.

Léger lo vio claro: Si la expresión pictórica ha cambiado es porque la vida moderna hizo necesario este cambio. La existencia de los hombres creadores modernos es bastante más condensada y más complicada que la de los hombres de los siglos anteriores. La cosa imaginada es menos fija; el objeto en sí mismo se expone menos de una vez. Un paisaje atravesado y roto por un automóvil o un tren pierde su valor descriptivo, pero gana en valor sintético (…) El hombre moderno registra cien veces más impresiones que el artista del siglo XVIII (…). La condensación del cuadro moderno, su variedad, su ruptura de las formas es el resultado de todo ello. Es cierto que la evolución de los medios de locomoción y su rapidez influyen de alguna manera en el nuevo modo de ver (…). Una pintura realista en el sentido más alto de la palabra empieza a nacer y no se detendrá tan pronto.

Concluyendo: uno de sus grandes méritos de es haber planteado el problema de crear un arte propio de la modernidad (industrial) ajeno al positivismo futurista y al tecnicismo abstracto del primer constructivismo. Su Ciudad (1919) es un ejemplo elocuente: sin claroscuro ni perspectiva, con colores planos y puros, logró, partiendo del cubismo sintético pero eliminando su cariz intelectual, pintar una tela donde la vida urbana (luces artificiales, cartelería, la entrada del metro, postes, vallas) forma un entramado dotado de ritmo y energía. Nada tiene que ver esta ciudad con las de De Chirico: no hay aquí sueños ni alucinaciones. Léger traduce emociones directas.

En la carrera de Léger, ese estilo se fue haciendo cada vez más evidente. Hay quien compara algunas de estas obras con mecanos y a él con un obrero especializado; de hecho, se sabe que llevó sus lienzos a un comedor de una fábrica Renault, esperando ansioso la opinión de los expertos en fabricación de automóviles.

Y, sin embargo… amaba la línea. Y en ese sentido sus ascendientes, confesados, eran David e Ingres: Amé a David porque es antiimpresionista (…) Amo la sequedad que hay en su obra y también en la de Ingres. Ese era mi camino. En el fondo, buscaba un arte directo, comprensible para todos y sin sutilezas.

No tuvo, obviamente, el genio picassiano, pero sí hizo uno de los caminos más seguros del arte contemporáneo y su modernidad no fue amanerada, sino consciente de los problemas de su tiempo. Aun así, no vio la salvación en la máquina, creía que debían ser los hombres quienes las dominasen; no los hombres en general, sino aquellos que las crean con sus manos, los constructores de la civilización técnica moderna. Y en este punto conviene recordar la poesía que dedicó a Maiakovski mientras pintaba la serie Los constructores:

Sus manos se asemejan a sus herramientas,

sus herramientas a sus manos,

sus pantalones a montañas, a troncos de árbol.

Un pantalón es grande cuando no tiene arrugas.

Sus manos están presentes,

no se parecen a las de sus patronos,

ni a las del prelado que bendice.

Pero ya se acercan los tiempos en que la máquina

Trabajará para ellos.

 

Comentarios