El studiolo es el antecedente más claro de las cámaras de las maravillas manieristas (como la wunderkammer de Rodolfo II de Praga, de la que hace tiempo os hablamos) y a su vez tiene su origen en los estudios de los Padres de la Iglesia y los santos. El arte nos ha enseñado algunos de estos estudios, sobre todo el de san Jerónimo (lo pintaron Antonello da Messina, Guirlandaio…).
Se trata de lugares íntimos, recoletos y privados destinados a la meditación, la lectura o el estudio; eran estancias para el retiro personal donde no se guardaban habitualmente colecciones, a diferencia de las citadas wunderkammer, salvo piezas escasas que solían complementar el contenido de documentos. Si en las cámaras manieristas se estudiaba el universo; en los studiolos se profundizaba en el mundo antiguo.
Tomaron mucho protagonismo en la Toscana, donde no eran tan frecuentes las ruinas que permitiesen estudiar la Antigüedad y la recuperación de lo clásico tenía que basarse en textos y documentos. Solía haber, en estos studiolos, una biblioteca con textos escogidos para ese estudio de lo antiguo, una colección de antigüedades (pequeños y escasos objetos, como decíamos, para contextualizar las lecturas) y también una galería de retratos de personajes ilustres, sabios, familiares… En ocasiones aparecían en ellos armas escogidas (nunca armerías completas, sino las piezas más preciadas). Hay que recordar que en el humanista se funden el hombre de letras y el guerrero.
Hay quienes encuentran en estos studiolos un precedente de los museos de historia; otros ven en ellos el símbolo del deseo de individualismo propio del Renacimiento. Eran, en cualquier caso, espacios exquisitos en cuanto a decoración, en los que no eran extraños los armarios de materiales nobles decorados con blasones y taracea.
EL STUDIOLO DE MONTEFELTRO, EN ARMONÍA CON LA NATURALEZA
Federico de Montefeltro (1422-1482) tuvo un studiolo en su Palacio de Urbino. Además de militar (como tal aparece en la Pala Brera de Piero della Francesca), fue un culto hombre de letras; muchos príncipes enviaron a sus hijos a la corte de Urbino para que se formaran como humanistas y militares.
El studiolo se encontraba alejado de las salas más bulliciosas del Palacio, data de 1476 y destacan en él los armarios de rica taracea en madera de nogal, los nichos con figuras mitológicas y los juegos ópticos de las vitrinas. Estaba abierto a la luz natural y tenía ventanas y puertas ficticias que sugerían naturaleza; de hecho, no había aquí objetos extraños, como en las cámaras de las maravillas, sino reconocibles, algunos naturales y otros de uso personal.
En la parte alta quedaba una galería de retratos de sabios e ilustres de todas las épocas; algunos rostros se inventaron y otros son reales y sabemos que su autor fue el pintor flamenco Justo de Gante, del que sería discípulo nuestro Berruguete.
Podemos suponer que Montefeltro encontraba aquí un refugio sereno en armonía con el paisaje.
EL STUDIOLO PROTOMANIERISTA DE ISABELLA D´ ESTE
Isabella d’Este (1474-1539) nació en Ferrara, pero se casó con Francesco II Gonzaga en 1490 y fue marquesa (de Gonzaga) en Mantua. Los testimonios que nos hablan de ella la sitúan como una mujer de Estado que salvó la corte de Mantua del declive. Tiziano la retrató al final de su vida, y también Leonardo, en un pastel de 1500, aunque con este último no tuvo buena relación.
Recibió una educación exquisita a cargo del filósofo Pietro Pomponazzi, supo latín y griego, amó a los clásicos y le interesó tanto la mitología como la cartografía. También fue coleccionista; alguna vez se lamentó de no poder gastar en arte todo lo que quería y muchas de las obras que adquirió se le incautaron después por no poder pagarlas. En alguna ocasión pedía piezas a otros, como el duque de Berry, y no solía devolverlas; parece, en fin, que su afán por rodearse de arte no tuvo mesura, y se la compara en ese sentido con Catalina la Grande de Rusia y Cristina de Suecia.
Mantegna trabajó en la Corte de Mantua y fue el pintor preferido de los Gonzaga; para ellos pintó en 1474 la Cámara de los esposos, en la que se autorretrató. De una pieza suya se enamoró Isabella: un busto en mármol de la emperatriz Faustina, y cuentan que extorsionó al artista hasta que se la vendió. También se dice que ese disgusto le costó a Mantegna la vida, por su apego a la obra. Lo segundo está claro, lo primero no tanto.
No consiguió Isabella obras anheladas de Giorgione y Van Eyck, con sus correspondientes grandes disgustos, y fue para ella un golpe durísimo verse despojada de parte de su colección por piratas berberiscos que luego vendieron algunas de esas obras en mercados venecianos. Las que sí pudo mantener enriquecieron después la colección de su hijo Federico II.
Regresando a los studiolos, el primero que hubo en Italia sería el de Lionello, hermano de Isabella, que data de 1447. El de ella, en el Palacio de Mantua, era una estancia privada y pequeña en la que pudo pasar horas de tranquilidad y lectura, en un ambiente de lujo. Allí guardaba parte de sus colecciones y una biblioteca interesante y variada que recogía romances medievales, poemas, textos humanistas…
Este studiolo fue más ecléctico que el de Montefeltro y se acerca al Manierismo, porque los intereses de Isabella eran más diversos. Además de esas obras de arte, había objetos curiosos de la naturaleza (los futuros naturalia) y piezas de cristal, porcelana, instrumentos musicales… (los futuros artificialia). Sabemos que, de la colección de la marquesa, en el studiolo se dispusieron obras de Perugino, Lorenzo Costa y el propio Mantegna, según un programa ideado por Isabella con un sentido hermético y alegórico con algunas conexiones temáticas: la castidad y el amor sublimado con base filosófica platónica.
Debajo del studiolo, había una gran gruta artificial dividida en varias estancias en las que la marquesa guardaba pequeños bronces, originales y copias. Además, el mismo studiolo comunicaba con un jardín secreto que invitaba a adentrarse en la naturaleza (una naturaleza controlada y no silvestre, domada para hacerla propicia a la meditación).