El rebobinador

Diez rincones donde Zamora es un escándalo

Primero, solo un poco de historia. Ha sido objeto de debate, desde hace muchas décadas, que el emplazamiento actual de la ciudad de Zamora se corresponda con el del poblado vetón Ocellum Duri que documenta Estrabón en el tercer libro de su Geografía, pero sí sabemos que toma su nombre de una población nueva visigoda, Semura, y que, en el siglo VI, Leovigildo incorporó su territorio al reino de Toledo tras derrotar a los suevos, asentados en Galicia.

Tras la invasión musulmana, sería reconquistada en el siglo VIII, aunque se perdería nuevamente hasta que en 901 tuviera lugar el llamado Día de Zamora, en el que Ahmed-ben Moawia sería derrotado, junto a decenas de miles de soldados musulmanes (se cifran en 40.000), cuyas cabezas, según la tradición, serían cortadas y colgadas en las murallas. La epopeya de esa victoria, se dice, quedó reflejada en la cabeza de piedra que asoma en uno de los casetones de la Puerta del Obispo de la Catedral.

En 1037 Fernando I reconstruyó la ciudad, su alcázar y su muralla, y le concedió fueros y, unas décadas después, su hija, la infanta doña Urraca, recibió Zamora en heredad convirtiéndose en su señora; corría 1072. No quedó contento con ese reparto Sancho II, entonces rey de Castilla, que decidió anexionarse los territorios dados a sus hermanos, teniendo lugar el Cerco de Zamora, recogido en retazos de crónicas y cantares, del que este año se celebra el 950 aniversario: con la aprobación de Doña Urraca, Vellido Dolfos (hijo de Dolfos Bellido, si gran traidor fue el padre, mayor traidor es el hijo) salió de la ciudad para acabar con la vida de Sancho, dado que el asedio a este enclave duraba ya siete meses. Zamora quedó liberada (y Alfonso VI recuperó el mando en el Reino de León, hipotéticamente tras la Jura de Santa Gadea).

En 1229, siendo rey Alfonso IX, las mesnadas zamoranas resultarían decisivas en la toma de Mérida a los musulmanes, por lo que el monarca concedió a la ciudad el honor de llevar en su escudo la imagen del puente romano de la hoy capital extremeña y, dos siglos más tarde, Enrique IV le otorgó los títulos de Muy Noble y Muy Leal Ciudad. Continuaría recibiendo agradecimientos de su hermana, Isabel la Católica, que por su apoyo en la Batalla de Toro le legó su fajín verde (que se sumó a la antigua Seña Bermeja, quedando conformada la bandera zamorana con ocho bandas rojas y una verde). Además, se concedió una feria extraordinaria de 22 días de duración en Cuaresma, la Feria de Botiguero, que aún se continúa celebrando.

Hay que mencionar, además, que también Zamora fue escenario de la guerra de las Comunidades de Castilla: la revuelta comenzó, en 1516, en el Monasterio de San Francisco y el obispo Acuña tomó activa parte en ella hasta que, tras la derrota en Villalar, hubo de refugiarse y rendirse en el castillo de Fermoselle.

Ahora sí, repasamos la decena de lugares que no nos gusta perdernos en paseos zamoranos; el otoño, además, es una estación que a esta ciudad le sienta especialmente bien:

EN EL INTERIOR DE LA IGLESIA DE SANTIAGO DE LOS CABALLEROS
Este templo no se encuentra en el centro de la ciudad, sino junto al llamado Campo de la Verdad, cerca del castillo. A lo largo de la Edad Media fue lugar de vela de armas de los caballeros y aquí habría sido armado como tal el propio Cid por Fernando I de León (y en presencia de Doña Urraca, la futura señora de Zamora).

Se levantó la iglesia a principios del siglo XII sobre un templo anterior y nos ofrece influencias del prerrománico asturiano: las advertimos en el sogueado de los capiteles y en los arcos ciegos del tramo del presbiterio. Su portada, los capiteles, la cabecera y el primer tramo de los muros son originales; el resto se debe a reconstrucciones posteriores. El aspecto exterior es sencillo, pero su interior abre bocas: destaca por un arco triunfal cuya riqueza equivaldría al de una portada, por sus cimacios ornamentados con hojas y palmetas circunscritas y por unos capiteles que contienen representaciones vegetales y figurativas, entre ellas la muy delicada imagen de los leones protegiendo el Árbol de la vida. Encontraremos, asimismo, la expulsión del paraíso, animales cuadrúpedos, a Adán y Eva atenazados por la serpiente tras el pecado original o una alegoría del infierno, con personas fornicando.

Interior de la Iglesia de Santiago de los Caballeros, Zamora
Interior de la Iglesia de Santiago de los Caballeros, Zamora

BAJO LA PUERTA DE DOÑA URRACA
Rezaba el Cantar del Cerco de Zamora, recordado en una cartela en la Plaza de la Leña, junto a esta puerta: ¡Afuera, afuera, Rodrigo/ el soberbio castellano!/… pensando casar contigo/ no lo quiso mi pecado…/…dejaste hija de rey/ por tomar la de un vasallo.

Esas palabras las dirigiría la Señora de Zamora al Cid desde una de las torres de esta puerta, anexa a su palacio, y sobre su arco, recordando el hecho, un relieve mostraría -antes de su erosión- el busto de Doña Urraca. Los restos románicos de dicho palacio se circunscriben al tramo compartido con la cerca, donde puede verse la subida a la puerta y el pasadizo al portillo que da al exterior, llamado de la Reina; también puede apreciarse un pozo, antiguos drenajes y los fundamentos de muros y columnas de una casona del siglo XVI.

En cualquier caso resulta imponente el carácter recio de esta puerta, que lleva a imaginar la imagen que transmitirían al exterior las murallas de Zamora cuando la ciudad era un gran punto estratégico y defensivo, antes de quedar en una retaguardia próspera que permitió el empuje del románico. Estas murallas se construyeron en tres fases sucesivas que originarían tres recintos, en época, respectivamente, de Fernando I y Alfonso VI (1037-1109); Fernando II y Alfonso IX (1157-1230) y Alfonso XI (hacia 1325); no obstante, consta la existencia de un recinto primitivo levantado por Alfonso III en 893.

Puerta de Doña Urraca, Zamora
Puerta de Doña Urraca, Zamora
Portada del Obispo, Catedral de Zamora
Portada del Obispo, Catedral de Zamora

FRENTE A LA PUERTA DEL OBISPO DE SU CATEDRAL
Construida en el siglo XII, esta impresionante fachada destaca por su potente carácter arquitectónico, quedando la escultura en segundo plano. Es inevitable fijarse en los lóbulos cerrados de las arquivoltas de la puerta, llamados rollos zamoranos; más de una vez se ha asociado esta construcción a la Puerta de San Esteban de la Mezquita de Córdoba, por su esquema similar.

La flanquean dos contrafuertes y se divide en tres calles, delimitadas por columnas fasciculadas, y tres cuerpos. El inferior se alza sobre un zócalo, en el que se abre la puerta de arco de medio punto sin tímpano, con el intradós lobulado y rosca decorada por arquillos de herradura muy cerrados, que generan claroscuros. Cada una de las dos calles laterales presentan una puerta fingida con arco peraltado y tímpano; en ellos se disponen unos relieves que constituyen las únicas esculturas románicas del templo: el de la Virgen Theotokos, tallado con gran riqueza de detalles, y el de san Pedro y san Pablo, en el que merece la pena fijarse en la factura de los pliegues ondulantes. Ambos tímpanos son obra del mismo autor, que podemos suponer que conocía la escultura francesa del momento (Poitou, Angulema).

A la derecha de la puerta, por cierto, se encuentra tallada una cabeza que se ha identificado con la de Ahmed-ben Moawia, vencido como dijimos en el Día de Zamora, aunque una versión popular reza que se trata de la cabeza de un ladrón que quedó atrapado (y convertido en piedra) al escapar. Hasta hace un tiempo, existía la tradición de que los niños la apedrearan como castigo.

… Y BAJO SU CIMBORRIO
El excepcional cimborrio de la Catedral de Zamora se atribuye a Giral Fruchel, al estar su estancia aquí documentada a mediados del siglo XII, cuando se construyó: en el Archivo Catedralicio se conserva un documento en el que dona a su fábrica las aceñas llamadas de Gijón, de las que era propietario. Su obra conocida, de la que forman parte la girola de la Catedral de Ávila y, seguramente, parte de la Basílica de los Santos Vicente, Sabina y Cristeta también allí, se inspira en el tardorrománico y el primer gótico franceses.

Aúna, el cimborrio, influencias bizantinas y francas: las pechinas que sostienen el tambor remiten a cúpulas como la de Santa Irene de Constantinopla, una solución muy presente en la zona de Périgueux. Lo más original de este elemento es el sincretismo entre dichos modelos y la incorporación de un tambor que baña de luz el crucero, a diferencia de los más oscuros ejemplos galos. Esa novedad debía proceder directamente de Bizancio, donde vemos soluciones similares en la Iglesia de Panaghia Kapnikarea.

Seguramente se debe al propio genio de Fruchel la adición de nervios en el casquete y su rigidización con gallones, ya presentes en Santa Sofía de Constantinopla, cuya forma se trasdosa al exterior: así consiguió este maestro mayor de obras, de origen borgoñón, una estructura ligera a la vez que rígida que soportara su peso.

Al exterior y al interior, y este es otro signo de modernidad, la cúpula no es la misma: existe entre ellas un relleno de hormigón de cal y canto. Cerrada y descimbrada, ante alguna desconfianza en sus cálculos y ante las grietas, aún visibles, que aparecieron de manera natural, Fruchel preferiría contrarrestar el empuje del conjunto con la construcción de las cuatro torrecillas angulares, réplicas del cimborrio, que sirven de contrafuerte.

Así finalizó una obra iniciada, probablemente, con una intención pero acabada con un resultado estético distinto… y tan acertado que influyó en la Colegiata de Toro o las Catedrales de Salamanca y Plasencia.

Merece la pena encender las luces del cimborrio, frente al coro, y también contemplarlo al exterior desde los jardines del cercano Museo de Baltasar Lobo.

Cimborrio de la Catedral de Zamora desde el interior del templo
Cimborrio de la Catedral de Zamora desde el interior del templo

ANTE LOS TAPICES DEL MUSEO CATEDRALICIO
Entre las obras más significativas del Museo Catedralicio de Zamora, al que se accede, conforme al recorrido organizado, antes de visitar el templo, se encuentra la serie de tapices de la historia de Aníbal que donaron a la Catedral los Condes de Alba de Aliste en 1608. Datados en el último cuarto del siglo XVI, se conservan cinco de los ocho que componían el conjunto y todos fueron realizados en Bélgica, con composiciones muy cuidadas y vivo colorido.

Podemos contemplar las escenas del Juramento de Aníbal, El paso de los Alpes, Aníbal en Italia, El botín de Cannas y la Embajada de Aníbal a Cartago; junto a ellos, veremos la serie de abigarradas escenas de la Guerra de Troya, ejecutada en Tournai al final del siglo XV: sus tejidos son de calidad excepcional.

BAJO EL ARCO DE LA PORTADA MERIDIONAL DE SANTA MARÍA MAGDALENA
Esta iglesia comenzó a construirse en la mitad del siglo XII y sus obras se prolongaron en el XIII; se cree que perteneció desde el principio a la Orden de San Juan de Jerusalén. Esbelta y elegante, cuenta con una única nave rematada por un ábside semicircular.

Su decoración es, en general, sencilla, pero resulta muy rica esa portada meridional: en sus arquivoltas predomina la decoración vegetal, junto a complejos entrelazados, y los capiteles presentan animales del bestiario cuyo programa iconográfico alude a la lucha entre el bien y el mal. En una de las arquivoltas, surge el busto de una figura con báculo y mitra, quizá un obispo (elegid si fijaros en él o no; la tradición dice que quien lo encuentre contraerá matrimonio).

Al interior, el ábside cuenta con exedras cóncavas que dinamizan el muro y la bóveda nervada que lo cubre anuncia el gótico inminente; en el florón del remate hay quien encuentra la mano del taller del Maestro Mateo. Especialmente originales resultan los baldaquinos, de planta rectangular y semejantes a los que encontramos en San Juan de Duero, en Soria, pero las miradas recaen inevitablemente en el sepulcro románico en el que se cree que fue enterrada Doña Urraca de Portugal, la primera esposa de Fernando II.

El baldaquino que lo cubre está cubierto por dos cúpulas gallonadas que apean sobre columnas con fustes de varios modelos y capiteles figurados; los frentes presentan arcos trilobulados que cobijan leones con el árbol de la Vida y sirenas-ave que representan las almas salvadas. Conserva restos de policromía.

Iglesia de Santa María Magdalena, Zamora
Iglesia de Santa María Magdalena, Zamora

BAJO OTRO ARCO: EL DE LA PORTADA DE SAN JUAN DE PUERTA NUEVA
Este templo comenzó a construirse a mediados del siglo XII y se levantó de una vez, siendo la fachada occidental ya gótica. En 1531, Rodrigo Gil de Hontañón unió el interior con dos arcos, que van desde la cabecera hasta los pies, creando una sola nave, pero años más tarde el hundimiento de la torre ocasionó nuevas obras: su forma definitiva la alcanzó en 1564.

Tenemos que fijarnos en el rosetón de la portada sur, con una rueda de carro adornada con botones florales (el septentrional incorpora seis círculos perlados). Dicha fachada meridional, la más visible de este templo, situado junto al Ayuntamiento, está enmarcada por dos largas pilastras a la manera de la Puerta del Obispo de la Catedral, mientras la disposición de sus fustes recuerda a la del Juicio Final de la Colegiata de Toro. La decoración es del todo vegetal, en los capiteles y en las arquivoltas, con flores de ocho pétalos.

Iglesia de San Juan de Puerta Nueva, Zamora
Iglesia de San Juan de Puerta Nueva, Zamora

EN EL INTERIOR DE SANTIAGO DEL BURGO
Quizá sea esta la iglesia románica mejor conservada de Zamora. Se levantó también en la segunda mitad del siglo XII, para servir a los fieles de la nueva zona de El Burgo, y dependió del arzobispado de Santiago de Compostela desde su fundación hasta el siglo XIX.

Su portada meridional ofrece un capitel pinjante, de influencia gallega, y en ella vemos también un rosetón doble y calado por siete círculos perlados, mientras la fachada occidental es una reproducción, simplificada, de la Puerta del Obispo, con la diferencia de que en el tercer cuerpo se abre un rosetón, parecido al del anterior templo de San Juan de Puerta Nueva. En la portada septentrional, sin embargo, las arquivoltas con modillones se inspiran en las puertas del Santo Sepulcro de Jerusalén.

En el interior resulta muy llamativa la altura de la nave central y la estrechez de las laterales. Las bóvedas son sostenidas por pilares y columnas cuyos capiteles y ménsulas aparecen ricamente ornamentados con escenas catequéticas o vegetales.

EN EL MUSEO DE ZAMORA
Las instalaciones de este museo, espléndidamente diseñado por Tuñón y Mansilla en la Plaza de Santa Lucía, merecen una visita por sí mismas (fue su primera obra tras independizarse del estudio de Moneo y no podemos imaginar un entorno mejor para albergar estos fondos). Hablando de esas colecciones, os sugerimos prestar atención al ajuar campaniforme de Villabuena del Puente, al mosaico de la Villa romana de Santa Cristina de la Polvorosa, al Tesorillo de Villafáfila o al Tesoro de Arrabalde.

Interior del Museo de Zamora
Interior del Museo de Zamora

EN LAS ORILLAS DEL DUERO
Las dos orillas del Duero en Zamora cuentan con trazados para pasear y aquí nos esperan algunas de las vistas más bellas del casco antiguo y de la Catedral. También del Puente Románico, del que se tienen noticias desde 1167: en su inicio estuvo almenado y tuvo dos grandes torres defensivas en los extremos, además de una capilla anexa dedicada a la Virgen de la Guía, patrona de los caminantes.

Los siglos han traído modificaciones sobre ese aspecto original: en 1476, fue volado un arco por los portugueses para cubrir la retaguardia de las tropas de Fernando el Católico y, en 1812, el arco central también se voló para impedir la entrada de las huestes francesas. A ello se añadieron reformas debidas a las riadas (como la que obligó a rehacer la torre septentrional en el siglo XVII) o a razones estéticas (como la incorporación de un chapitel flamenco en el siglo XVI o la instalación de la veleta La Gobierna en el XVIII, ahora en el Museo de Zamora). Por último, en el siglo XX, ambas torres fueron demolidas, se eliminaron las almenas y se incrementó el tamaño de los desaguaderos.

Puente Románico, Zamora
Puente Románico, Zamora
Vista de Zamora desde el Puente Románico
Vista de Zamora desde el Puente Románico

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