El rebobinador

De dinamismo y huella griega: arquitectura y miniatura otonianas

La historiografía sitúa el periodo otoniano desde la segunda mitad del siglo X hasta 1024, el año en que muere Enrique II (San Enrique II el Santo), monarca alemán y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. A esa fase, por tanto no muy larga, corresponden formas artísticas que hemos llamado otonianas, aunque estas se prolongaron más allá de esa fecha, manteniéndose en la etapa prerrománica.

La arquitectura fundamental otoniana remite a las concepciones políticas y religiosas del Sacro Imperio y a los arquetipos nacidos en el siglo IX, que serán sustituidos o restaurados por otros nuevos que respetaron la estructura de los primitivos pretendiendo conservar los antiguos modelos de los emperadores francos; una devoción por el pasado que se conjugó con la plasmación en las construcciones de nuevos criterios estéticos y necesidades litúrgicas.

Se amplió el espacio de las criptas hasta igualar las superficies de la iglesia superior, como se aprecia en la Catedral de Espira, y las reliquias perdieron así peso en favor de las celebraciones artísticas en numerosos altares, que exigían amplitud. El antiguo Westwerk, que aquí llamamos macizo occidental o anterior, cristalizó al exterior con elementos torreados, aunque internamente decayese la complejidad estructural.

La Capilla Palatina de Aquisgrán fue fuente de inspiración para los prototipos de oratorios privados, pero sería la iglesia del Monasterio de Ottmarsheim la arquitectura que reproduce mejor la articulación del polígono central: fue una fundación de Rodolfo de Altenburg, consagrada por León IX en 1049.

Monasterio de Ottmarsheim, siglo XI. Alsacia
Monasterio de Ottmarsheim, siglo XI. Alsacia

El obispo Bernward, por su parte, consejero de la emperatriz Teófanu y mentor del futuro Otón III, mandó construir San Miguel de Hildesheim, seguramente el ejemplo más logrado de la arquitectura otoniana: un edificio basilical en el que se subrayaron monumentalmente los extremos con dos santuarios contrapuestos. Para dar relevancia a esos polos, se complementaron con sendos cruceros, conforme a un esquema ya ensayado en la etapa carolingia: nos encontramos ante una arquitectura modular planteada a partir del cuadrado originado en el cruce del transepto con la nave principal. No está clara la cronología exacta de este templo, pero se acepta el año 996 como el de su fundación y 1033 como fecha de su última consagración.

Su articulación mural es una de las grandes aportaciones otonianas a la arquitectura medieval, por los efectos dinamizadores logrados. Hay que recordar que, durante los primeros siglos de la Alta Edad Media, las construcciones (excepto las asturianas) se concebían con paredes lisas, salvo los vanos necesarios para la iluminación, y se recurría a la policromía con fines ornamentales.

Iglesia de San Miguel de Hildesheim, siglos X-XI. Hildesheim, Alemania
Iglesia de San Miguel de Hildesheim, siglos X-XI. Hildesheim, Alemania
San Ciriaco de Gernrode, siglo XI. Quedlinburg, Alemania
San Ciriaco de Gernrode, siglo XI. Quedlinburg, Alemania

Poco después del enterramiento de la mencionada Teófanu, en 991, San Pantaleón de Colonia fue remodelado en su cuerpo occidental y la magnitud de los cambios se hace obvia si comparamos esta obra con la fachada del Westwerk de Corvey. La innovación se manifestó en una mayor riqueza volumétrica y en la abundancia de los motivos ornamentales de los paramentos: el cuerpo de las torres transforma la sección en alternancia cuadrada, octogonal y circular y las fachadas carolingias lisas se sustituyen por una organización similar a la del primer Románico.

San Ciriaco de Gernrode, por su parte, fue una fundación del margrave Gero en 959 y sus obras debieron ser ágiles, pues pudo ser allí enterrado en 965. Al proyectarse la tribuna sobre las naves colaterales, probablemente se pensase en su utilidad como palco para las monjas del monasterio, aunque es relevante también por sus efectos plásticos y no solo utilitarios. Los arquitectos percibieron que el gran muro liso que separaba las ventanas altas de los arcos del intercolumnio, tan propio del prerrománico, se diluía con el efecto claroscurista de la arcada: esta fue, en el fondo, una de las inquietudes básicas de los artífices románicos y góticos.

La preocupación por la articulación mural de la Catedral de Espira la introdujeron los arquitectos de Conrado II, sobre todo en lo relativo a la organización de los muros que definen el espacio de la nave central; en el occidental nos encontramos con la tercera gran aportación otoniana a la arquitectura europea: el vano escalonado. En torno a los arcos se superponen arquivoltas y cuando se decide esculpir las dovelas nos encontraremos ante la portada histórica del Románico pleno.

Se desconoce, documentalmente, el origen de la preocupación por la dinámica estética de los paramentos en los arquitectos otomanos, pero es muy probable que remita al Imperio medio bizantino; algunas noticias aluden a la presencia de arquitectos griegos en la zona renana.

La pintura mural de estos edificios es un misterio: el único conjunto importante que se ha conservado es el de la iglesia de San Jorge de Oberzell, que no obstante ha sido muy restaurado, lo que impide que sus rasgos puedan interpretarse como generales. El mejor repertorio iconográfico de entonces se encuentra en las miniaturas, de las que nos han llegado ejemplos muy originales con tres fuentes de inspiración: la carolingia, la bizantina y la francosajona.

Tiene todo el sentido que un estado que se fundamenta en la herencia del Imperio de Carlomagno intente reproducir sus obras literarias, teniendo en cuenta que esos códices simbolizan un programa político y religioso, pero no podemos considerar la iluminación otoniana como una simple continuación de la carolingia. El Maestro del Registrum Gregorii y otros supieron crear, desde modelos carolinos, verdaderas imágenes imperiales con gran austeridad de medios.

La representación del papa Gregorio inspirado por el Espíritu Santo nos permite conocer la elegante composición monumental de las figuras que se daba también en el retrato imperial, además de métodos innovadores de concepción espacial. Los iluminadores del taller de Reichnau se servían de los elementos simbólicos del pasado imperial idealizado para reordenarlos en una maiestas compleja de Otón III de lectura difícil: el emperador, sobre la personificación de la Tierra, es coronado por la mano divina, mientras sobre su corazón se despliega el rollo de los Evangelios que sostienen los símbolos de sus autores.

No es fácil concretar si la influencia bizantina se debe a la supervivencia directa o a la repercusión indirecta; en cualquier caso, sabemos de la admiración de los pintores renanos hacia sus imágenes. En un libro de perícopas realizado para Enrique III y conservado en El Escorial vemos un reflejo de ella: el libro había sido ilustrado íntegramente por pintores otonianos salvo las cabezas de la Maiestas y de la Virgen, que se encargaron a un autor griego dotado de una técnica que se juzgó magistral.

Por último, el estilo francosajón, con sus formas abstractas ornamentales, que consiguió sobrevivir al intento de restauración naturalista de los carolingios, sería fundamental en estas ilustraciones. El sentido narrativo de las miniadas se corresponde con las grandes fundiciones realizadas para San Miguel de Hildesheim.

Maestro del Registrum Gregorii. Otón II entronizado, siglo X
Maestro del Registrum Gregorii. Otón II entronizado, siglo X
Maestro del Registrum Gregorii. Gregorio Magno siendo inspirado por el Espíritu Santo en forma de paloma, siglo X
Maestro del Registrum Gregorii. Gregorio Magno siendo inspirado por el Espíritu Santo en forma de paloma, siglo X

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