El rebobinador

Beatos y códices: el siglo X no fue un erial

Hay alguna tendencia a referirse al panorama cultural del siglo X, nuestro siglo X, como un escenario pobre, minusvalorando la actividad creativa desarrollada en los escritorios monásticos (scriptoria), talleres de trabajo con poco espacio para el descanso, reproduciendo textos históricos y religiosos y cuidando con extraordinaria delicadeza sus ilustraciones para que la palabra (escrita) y la acción (vista) conformasen un concepto de libro adecuado a las condiciones sociales y culturales de entonces.

Podemos tener clara la importancia de esta actividad a raíz del elevado número de scriptoria dedicados a la reproducción (Távara, Valcavado, Alvares, Escalada, Albelda, San Millán de la Cogolla, Santo Domingo de Silos y otros) y por el hecho de que, pese al anonimato artístico predominante, podamos conocer bastantes nombres de ilustradores que firmaron sus obras, tuvieron discípulos, crearon escuela y fueron entonces muy conocidos. Este hecho no se daba, podemos decir, en los cinco siglos anteriores, y ocurrió sobre todo dentro de las comunidades mozárabes.

Aún más: de la relevancia de estas obras nos habla su impacto en escultores, fresquistas, y miniaturistas románicos; sus visiones del Apocalipsis, el Juicio Final, el infierno y los castigos de los pecadores tienen su origen en nuestros Beatos, a veces por conocimiento directo y otras por copias posteriores o noticias oídas a personajes que los consultaron.

Sabemos de la importancia de los scriptoria en el siglo X por el buen número de ilustradores conocidos, con firma y discípulos, sobre todo mozárabes.

Yendo al tema: hasta el siglo X se mantuvo en los manuscritos hispanos la tendencia de evitar en lo posible la representación de escenas e imágenes religiosas por fidelidad a uno de los cánones del Concilio de Elvira, celebrado a principios del siglo IV, que expresaba la inconveniencia de tales representaciones porque, no ubicadas en lugar fijo y sagrado, podían ser objeto de retoques con intenciones buenas, malas y regulares.

Beato de Liébana. Comentario del Apocalipsis, 968. Morgan Library, Nueva York
Beato de Liébana. Comentario del Apocalipsis, 968. Morgan Library, Nueva York

Fue a partir de 915 más o menos cuando, en parte por la creencia del fin del mundo en el año 1000, se impuso en la Iglesia occidental la lectura del Apocalipsis en los periodos de Cuaresma recurriendo al antiguo Comentario del Apocalipsis que escribió el Beato de Liébana en tiempos de Alfonso II el Casto.

La obra del Beato de Liébana abarcó hasta tres series de copias (en los años 776, 784 y 786) y a ninguna se había incorporado, claro, la ilustración.

Es en la primera mitad del siglo décimo cuando, para enfatizar y hacer expresivos sus textos, el pintor Magio ilustró y plagó de escenas sus Comentarios: ese fue el inicio de los libros miniados hispanos, que se llamarían Beatos. Magio comenzó a trabajar con la ilustración de Explanatio in Apocalipsis, hoy en la Morgan Library, y la realizó para un Monasterio de San Miguel que seguramente fuera el de la Escalada, en León. Intentó transmitir a frailes y fieles dos ideas claras: los terribles castigos que el Apocalipsis traerá y las glorificaciones y premios que recibirían los justos. Su captación visual de esa enseñanza puede calificarse de ingenua, pero no de poco clara ni contundente.

Realizó las ilustraciones al aguazo, empleando un colorido fuerte y contrastado con gamas que ascienden de tonos sombríos a tientes desbordantes de cromatismo. Así colaboraba a la creación de un clímax ambiental en el que el misterio y el triunfo, el horror y la gloria, la contraposición de lo bueno y lo malo, se perciben con nitidez.

Una nitidez acrecentada por la representación de figuras humanas de modelos similares, animales de rol simbólico, arquitecturas y naturalezas de trazos sintéticos y caligráficos.

Se ha hablado mucho sobre la posible inspiración bizantina, copta y paleocristiana de Magio, también de la influencia del pergamino del siglo IX que el investigador Whitehill halló en Silos, la única miniatura apocalíptica conservada anterior al siglo X, pero lo cierto es que, por su fantasía y expresividad cromática, podemos considerar a ese autor creador de un nuevo estilo que perduraría hasta el XII, con matices.

Beato de Tábara. Archivo Histórico Nacional
Beato de Tábara. Archivo Histórico Nacional

Tras la Explanatio, ilustró el Beato de Távara para ese monasterio leonés; al morir en 968, no pudo concluir la obra, que finalizaría años después su discípulo Emeterio. El éxito de maestro y alumno fue rápido y numerosos seguidores continuaron desarrollando sus enseñanzas, de modo que el scriptorium pasó a ser una estancia fundamental en los monasterios más importantes del momento.

Solían ubicarse en una dependencia del claustro o en las inmediaciones de la torre y en ellos trabajaban los frailes copiando, en primer lugar, los textos, porque se dejaban en blanco los espacios para la actividad del pintor. A veces esos espacios eran minúsculos y otras comprendían un folio entero. Terminada la copia, esta se entregaba al fraile pintor, si lo había, o al miniaturista contratado. Precisamente uno de los folios del Beato de Távara (a la izquierda) representa el escritorio de aquel monasterio, que se encontraba en la torre. Muestra a dos ilustradores trabajando con afán (quizá Magio y Emeterio).

Entre los Beatos que salieron de aquellos centros hay que destacar el de Valcavado, actualmente en la Universidad de Valladolid, debido a Obeco y concluido en 970. Se inspira totalmente en Magio.

Sobresalió también el pintor y calígrafo Florencio, lego del monasterio burgalés de Valderanica, autor de la Biblia de Oña, los Moralia in Job y la Biblia de León, su obra maestra. Su estilo mezcla aires mozárabes (arcos de herradura, ataurique) con reminiscencias anglosajonas (encintados, entrelazados), sumando a ello gran libertad de inspiración y expresionismo logrado a base de movimientos ondulantes y contrastes de masas de color. Su Moralia in Job contiene una de las mejores Maiestas hispanas anteriores al año 1000.

Murió hacia 978 y su estilo pervivió en los scriptoria castellanos, como en los de los monasterios de Valderanica, Albelda y San Millán de la Cogolla.

Algunos Beatos fueron llevados a tierras catalanas y custodiados en importantes monasterios; servirían de inspiración iconográfica a futuros artistas románicos: el Beato de Gerona fue uno de ellos. Se llevó a cabo en 975 seguramente en escritorios leoneses y lo firmó Emeterio, al que ayudaría en su labor una pintora (En Pintrix), llamada vulgarmente “la monja Ende”.

Por finalizarse en fecha próxima a la del Beato de Távara y por la intervención de Emeterio en ambos, podría ser que el Beato de Gerona se hubiese realizado en el escritorio de ese monasterio leonés, de recinto monástico mixto. No obstante, el investigador Neuss afirma que tanto Emeterio como Ende eran religiosos itinerantes y que el Beato de Gerona debió efectuarse en Cataluña.

Beato de Gerona, 975. Archivo de la Catedral de Gerona
Beato de Gerona, 975. Archivo de la Catedral de Gerona

De especial interés en esta obra es un ciclo de ilustraciones dedicado a la vida de Jesús, una rareza en este tipo de libros, cuyas pinturas suelen ceñirse a asuntos del Antiguo Testamento y el Apocalipsis. Su estilo, como obra de Emeterio, se inspira en el de Magio y es en todo similar al del Beato de Távara, aunque introduce algún aire carolingio que podemos percibir en los detalles de los plegados de los ropajes.

Una de sus composiciones más interesantes es el Descensus ad Infernus que, en lo iconográfico, podría presentar connotaciones próximas a la escatología musulmana, conocida por los pintores a través de las tradiciones orales, conformándose en la parte inferior una visión del infierno con sus horrores y tormentos.

Otro Beato de procedencia leonesa llevado a Cataluña, que se conserva en la Seo de Urgell y sería inspirador para pintores románicos, es el Beato de la Seo de Urgell, más tardío que el anterior. Sus figuras son pequeñas y nerviosas y sus nexos con el estilo de Obeco motivan su atribución al escritorio de Valcavado.

Además de Beatos y Biblias, hubo otros libros ilustrados: una buena producción de Códices de materia histórica y religioso-filosófica, como el Vigiliano o el Albeldense, y el Emilianense, ambos custodiados hoy en El Escorial.

El Vigiliano fue realizado en San Millán de la Cogolla y copiado en Albelda, donde en 976 fue ilustrado por Vigila con la participación de sus discípulos Sarracino y García. Sobre el Emilianense (994) nos constan otros dos nombres propios: los de Belasco y Sisebuto, el primero calificado como escriba y el segundo como notario (podemos interpretar esas calificaciones, arriesgándonos un poco, como las de calígrafo y pintor).

Ambos Códices contienen la enorme colección de Actas de los Concilios Ecuménicos, labor que ya debió realizarse en la época de san Isidoro y san Leandro y que en el siglo X se llevó de nuevo a cabo completándola. Los textos de los dos se refieren a relatos históricos sobre el origen de Castilla (el de Vigiliano cuenta también con la cronología de los condes de Castilla y los reyes de Pamplona) y sus ilustraciones reúnen elementos islámicos, coptos, irlandeses y carolingios en una estética muy original.

Ciudad medieval en el Código Emilianense, 994. Biblioteca de San Lorenzo de El Escorial
Ciudad medieval en el Código Emilianense, 994. Biblioteca de San Lorenzo de El Escorial

 

 

 

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