Nuria Mora forma parte del escogido grupo de artistas urbanos cuyos trazos saltaron de la calle a los museos: sus intervenciones se han mostrado en la Embajada de Londres en Tokio, el stand de EL PAIS en ARCO 2012, el Instituto Cervantes de Pekín, la Fundació Joan Miró barcelonesa, la Tate Modern o galerías de Lima, Sao Paulo, Buenos Aires o Monterrey.
En 2010, la madrileña recibió una beca de la Nirox art foundation para disfrutar de una residencia artística en Johannesburgo desarrollando el proyecto “Starfish Project”, que posteriormente se expuso en el Museo de Arte Contemporáneo de la ciudad sudafricana y en sus calles.
Este año 2014 ha mostrado su obra en el Parque científico y tecnológico de Barcelona, en el proyecto “Desvelarte” en Santander y, en Bolonia, para “Frontier”.
A partir del 30 de octubre, también podremos contemplar su producción más reciente en la Galería Astarté de Madrid dentro de la exhibición “En la frontera”, que podrá visitarse hasta el 22 de noviembre y que se nutre de intervenciones site-specific y de diseños de 8 kilims realizados para DAC RUGS que rompen fronteras (las que pudiera haber) entre arte y diseño.
Como en los anteriores trabajos de Nuria Mora (graffitis atípicos elaborados con pintura en lugar de spray), predominan en estas piezas formas vegetales o geométricas y abstractas y tonalidades planas. En palabras de la artista, que supera los quince años de trayectoria, estas obras están marcadas por una línea imaginaria o eje que atraviesa de manera transversal toda mi producción creativa y donde distintas disciplinas se desarrollan y confluyen en torno a la actividad plástica, el diseño, la artesanía, y el graffiti cuyos límites entre si se difuminan hasta desaparecer, proponiendo una reflexión espacio temporal y conformando un conjunto unitario. Entiendo Frontera principalmente como línea imaginaria entre territorios, como margen imaginario en el que es el artista el que traza su propio límite y propongo con esta exposición una reflexión sobre el margen y convergencias entorno a esta línea.
Pese a su éxito en salas de exposiciones, Mora no reniega del origen callejero del graffiti y hablaba así para Wooster Collective: el mercado del arte se empeña en estetizar el grafiti, amortiguando su carga política, vendiendo reproducciones de calle a precios de palacio. No se pueden vender helados en el polo norte. Si quieres calle hay que dejar el sofá y salir a ver tu ciudad y comprobar que es mucho más gratificante sustituir el valor de uso por el valor de cambio.
Sus obras son ejercicios plásticos que proponen reflexiones espacio-temporales derivadas del trabajo durante horas en una pieza que a buen seguro desaparecerá y que no es propiedad de la autora (o lo es metafóricamente). Se diferencian de los graffitis tradicionales al uso en que resultan menos invasivos y cambian y se adaptan al soporte, pero tienen en común con ellos su espontaneidad.
Su empleo del color obedece a un intento de poner en valor las tonalidades que nos rodean en entornos urbanos, por eso cambia el cromatismo de las obras de Mora en función de la ciudad donde trabaje (en Madrid emplea verde y turquesa en respuesta a los ocres y amarillos predominantes). La artista suele trabajar en espacios abandonados y olvidados en los que encuentra interés a partir de las superficies o tipografías de las puertas.
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