La pasada primavera, antes de sumergirse en las actividades que celebran su Bicentenario, el Museo del Prado nos presentó los frutos de la restauración de El triunfo de la Muerte de Bruegel el Viejo tras un año y medio en sus talleres: se trata de una escena moralizante en la que ella, la Parca, vence a lo mundano, asunto recurrente en la literatura medieval y también en la pintura de El Bosco, que Bruegel conocía (sabemos que hizo copias de sus grabados). El artista de Breda, uno de los mejores dibujantes del siglo XVII, abordaba el tema bajo el influjo estilístico italiano y también desde una ironía que todos podemos percibir si nos fijamos en sus detalles.
De imágenes espléndidas de nuestro lado más mundano precisamente se ocupa “El diablo, tal vez. El mundo de los Bruegel”, la muestra que el pasado 1 de diciembre se abrió en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid y que se articula a partir de dos obras: una de Jan Bruegel de Velours, hijo de Pieter Bruegel el Viejo, Las tentaciones de san Antonio, y Los siete pecados capitales de Antoine Roegiers, un artista belga que no llega a los cuarenta y que ya ha expuesto en la Albertina de Viena.
Cuatro siglos, lenguajes y técnicas diferentes separan evidentemente estos trabajos, pero sus autores se acercaron con gran originalidad a un tema que en el siglo XVI, y en el contexto geográfico que ambos tienen en común, tomó un brío y una originalidad muy reseñables. Bruegel de Velours lo hizo concediendo un rol destacado al paisaje, a medio camino entre la realidad y la imaginación, convirtiendo la naturaleza en el escenario enigmático de pesadillas y obsesiones interiores: las tentaciones del santo, que son alegorías de los pecados capitales, se suceden en bosques, rocas y poblados en los que habitan seres antropomorfos, híbridos, diablos y una gama rica de criaturas que siembran extrañeza.
Entre otros motivos, sabemos de ese carácter alegórico de las tentaciones en relación con los pecados capitales porque Jan se inspiró en una serie de grabados de su padre dedicados a ellos, sobre todo en una estampa concreta, la correspondiente a El orgullo. Y a ambos miró, pero sobre todo a Pieter Bruegel, Antoine Roegiers a la hora de plantear el ciclo de dibujos animados Les Sept Péchés Capitaux, en el que confiere dinamismo, movimientos fascinantes, a cada uno de esos males nuestros: el citado orgullo, la lujuria, la gula, la envidia, la pereza, la avaricia y la cólera. Los encarnan, cómo no, seres híbridos, confusos, que parecen alentados por el mismísimo demonio.
El proceso de realización del proyecto de este joven autor belga tuvo una doble vertiente: la más artesanal, redibujando paisajes, fragmentos de arquitecturas y personajes, y la tecnológica, consistente en poner esos mundos en movimiento: lo que veremos, junto a los trabajos en papel, es una videoinstalación en la que el milagro llega cuando la pantalla no hace que dejemos de percibir la sutilidad en los detalles, en los que, como ya se sabe, está el diablo (y la ironía).
Como decíamos, estas dos obras de Bruegel de Velours y de Roegiers son el eje de la exposición, pero a partir de ellas se articula un despliegue pecaminoso e infernal que no debemos pasar por alto; en el fondo, el hilo temático de la muestra es, más bien, Lucifer, de quien ya decía Lutero que se pega al hombre más estrechamente que su camisa, y hasta que su piel. En él se consideraban encarnados, en los tiempos de las guerras de religión europeas, casi todos nuestros fantasmas y miedos, una parte de nuestro mundo interior.
En una primera sección encontraremos representaciones de la temporada en el infierno de san Antonio: imágenes de sus tentaciones y visiones diabólicas, muy solicitadas en la segunda mitad del siglo XV y la primera década del siglo XVI, en relación con un temor creciente al infierno que era tanto individual como colectivo.
La originalidad de las recreaciones de este tema a cargo de Bruegel de Velours, de El Bosco o de no pocos artistas anónimos fue situar esos tormentos en grutas, bosques, horizontes con castillos inhóspitos… escenarios muy distintos a los paisajes heroicos italianos, mucho más negros y salvajes. Es el mal y no la armonía quien los habita. También tenemos que fijarnos en el carácter fantasmal dado a las tentaciones y a los seres encargados de realizarlas: criaturas brutales de pura repugnancia, rocas que son rostros, pájaros que son soldados, reptiles que vuelan… Entre ellos nuestra mirada no sabe dónde detenerse.
Un segundo capítulo de “El diablo, tal vez” se dedica a Pieter Bruegel, que hubo de vivir una época marcada por las contiendas bélicas y también por la obsesión por el pecado y la culpa, que parecían siempre al acecho. En buena medida, hoy consideramos a este autor un dibujante extraordinario por esa serie de pecados capitales en la que mostró una y otra vez enredadas a criaturas de pesadilla que cultivan, cuando no el crimen o la maldad, la más honda estupidez.
El pintor, sin embargo, elige aunar la barbaridad y el humor, la risa y el dolor, esquivando emitir su juicio y acercándose a la cultura popular. Hasta Valladolid han viajado estampas de dicho ciclo de los pecados cedidas por la Biblioteca Nacional.
Y los dos últimos apartados de la muestra nos invitan a adentrarnos en un juego de espejos y encontrar a los Bruegel en el proyecto animado de Roegiers, que conjuga la imaginación de los maestros flamencos con la de un joven artista del siglo XXI. Es difícil no sentirse atrapado por la subversión y la libertad presentes en la producción de Pieter y Jan, y Roegiers lo hace, como ellos, atendiendo a los detalles, recreándose en perversidades y vicios y mimando el virtuosismo técnico en sus escenas superpuestas, en esa suma de lo que hoy llamaríamos microrrelatos.
Lo fascinante inmóvil ha cobrado vida y movimiento para facilitar que el espectador pueda adentrarse, hacerse aún más partícipe de lo que la vida ya le hace, de esos mundos del mal tan atractivos como terribles.
El Museo Nacional de Escultura acompañará esta muestra, ya el año que viene, de diversas actividades: la proyección de Simón en el desierto de Buñuel, la presentación de la ópera Sant’Alessio, de Stefano Landi; un concierto con obras de Purcell, Beethoven y Janácek; talleres para todos los públicos y un ciclo de conferencias.
“El diablo, tal vez. El mundo de los Bruegel”
c/ Cadenas de san Gregorio
Valladolid
Del 1 de diciembre de 2018 al 3 de marzo de 2019
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